En esta página «web», en el apartado «blog», me he adentrado en mujeres que han sentido esa gran palabra con que Don Quijote contesta, en una ocasión, a Sancho: libertad; y, sin embargo, en un principio, las mujeres han sido señaladas, apartadas, segregadas, precisamente por ser mujer. ¡Qué desatino para los que todavía distinguen, juzgan por el sexo! Todavía en su mente no han anidado la palabra «persona», que evoca más, que une, que nos conduce a lo que somos: humanos.
Los de siempre se escandalizaron de la novela Madame Bovary de G. Flaubert. No falta detallar, si me sigues leyendo, a lo que me refiero cuando escribo «los de siempre». Seguramente por ese rechazo, la novela adquirió más acrecentamiento en su día. He vuelto a leerla y he sentido un sabor distinto, placentero, saludable, envolvente, y dejando atrás el latiguillo que con fue bautizada en el siglo XX: como precursora de la liberación de la mujer. Esta idea en sí, hoy, me parece huera. Estoy más por la actitud que toma el personaje más allá de su condición. Evidentemente que fue valiente con su forma de proceder en una sociedad opresora en las relaciones humanas. Pero lo que está mal, está mal en todo tiempo y lugar. No vale decir es que eran otros tiempos. La sociedad la formamos los humanos, y la libertad de pensamiento ha sido cercenada desde tiempos remotos porque molesta a los de siempre, aquellos que quieren que la gran mayoría seamos genuflexos, que seamos rebaño.
Sinceramente, a mí no me importan las clasificaciones tanto del autor como de la novela; lo primordial es si hoy me sirve para mi formación, para mi manera de ser. Qué más da que a Flaubert se lo sitúe al lado de Zola o Maupassant, o que la novela se la encuadre dentro del movimiento realista del siglo XIX. Es más, creo que ni siquiera al autor le interesaba. Lo que quería es contar unos hechos.
La mujer es entronizada en la novela del siglo XIX; es la protagonista. El adjetivo infiel es negativo por lo que deberíamos buscar otro más acorde con los sentimientos que germinan en las personas, porque el problema se plantea de distinta forma si el hombre es infiel, casi se oculta.
Desterremos, por tanto, ese adjetivo con que se ha bautizado a todas las “Emmas” de la literatura universal. Y menos, todavía, cuando algunos recurren a la expresión “mujer fatal”, que sirve de reclamo y, por tanto, de perdición para el hombre. Estas ideas deben ser abolidas de nuestro diccionario.
De nuevo, la literatura es el arroyo corporal, el que nos invita al goce; esto en sí sería más bien vitalidad, no una perdición. Quizá sea el miedo a ser nosotros, y, sobre todo, a que la mujer sea.
Esa manía de etiquetarlo todo -en este caso a las mujeres-… Las etiquetas no sirven para nada más que para dar vanas e improductivas categorías a las cosas y a las personas…
No he leído la novela, pero siempre es agradable una buena recomendación. ¡Y más si es rompedora!
La literatura es uno de esos ríos que sale al encuentro de tu vida para completarte, formarte y una larga serie de cosas más. Pero no hay nada peor que, en vez de seguir su curso, decidir cruzarlo y alejarte de él.
Irma