Los últimos años del siglo pasado hemos observado cómo los avances tecnológicos se han desarrollado de manera considerable. Las emisiones no sólo se realizan desde el estudio sino también desde el lugar en el que se produce la noticia. Pero la revolución fundamental ha sido el “Inrternet” y los ordenadores, no sólo para la escritura sino también para la imagen y el sonido. Las formas de trabajar han cambiado enormemente. La literatura está inmersa en este cambio.
Para algunos críticos la imbricación entre literatura y cine resulta evidente. Ramón Navarrete ve lógico que “se estableciera una conexión directa entre el cine y la literatura, desde sus inicios, ya fuera a base de las adaptaciones e incluso que los guiones estuvieran sustentados, en sus orígenes, en la narrativa”[1].
Hoy se habla sin sonrojo de cine literario o de literatura cinematográfica[2]. El escritor y periodista Manuel Rivas no lo duda al recordarnos que “nuestros sentidos, la percepción contemporánea están imbuidos por el cine, y la pátina de los ojos es celuloide, y los ojos son cámaras. Es normal que se produzca este idilio porque en los dos casos estamos hablando del sueño, de una atmósfera en la que participan la literatura, el cine, los cuentos orales, la música. Son hilos distintos de un mismo tapiz”.
Azorín con esa mirada escrutadora defendía que “el cine es literatura; si no es literatura no es nada”. El profesor Urrutia rastrea en los primeros balbuceos del cine y encuentra que “se emparentó en seguida con la literatura (…) El cine buscaba en su nacimiento los temas iniciales del teatro occidental”[3]. El paso de un género a otro, en este caso a la narratividad, lo vislumbró Griffith, que se dio cuenta de que el cine servía para contar historias, y, por tanto, había que recurrir al relato como género que más se acercaba a lo que se pretendía con el nuevo arte[4].
También Zamora Vicente observa una “visión cinematográfica” en la renovación teatral de Valle –Inclán, en la que introduce técnicas para desarrollar la acción dramática como la discontinuidad y la fragmentación. Carmen Peña-Ardid nos señala que, a veces, olvidamos un punto de enlace “entre el cinematógrafo y la literatura (o la subliteratura: los textos publicados simultánea o posteriormente a los filmes de éxito popular. Alain y Odette Virmaux sitúan la aparición de los ´cine-romans´ en torno a 1910…”[5].
El siempre recordado Pérez Galdós, al referirse al teatro y a lo cinematógrafo, reconocía en el año 1913, que “ a los espectáculos artísticos que tienen por principal órgano la palabra, les quita mucho público el cine, pero también que como indudable progreso científico, se perfecciona día a día, trayendo nuevas maravillas que cautivan y embelesan al público (…..), el teatro no recobrará su fuerza emotiva si no se dedica a pactar con el cinematógrafo”[6]. Francisco Ayala escribe que las “creaciones del cine han estado inspiradas en la antiquísima tradición del relato escrito”[7].
Sin duda, la literatura ha sido y es basamento para cineastas, productores y guionistas de cine. Lo que más interés suscita para la literatura. Torrente Ballester mantiene la teoría de que “el cine difícilmente llegará a prescindir de la palabra, pero el maridaje de ésta con la imagen es ya de tal naturaleza, que quizá sea el único matrimonio realmente indisoluble que podemos señalar en nuestro tiempo[8]. Es el guión de la película, espacio radiofónico o televisado, que la mayor parte de las veces proceden de obras literarias de prestigio, lo que destaca. La relación entre literatura y cine podíamos decir que comienzan, probablemente, con el nacimiento del cine. Los guiones que se dicen originales son relatos creados para la pantalla; pero, quizá, abunden más las adaptaciones de obras literarias o las versiones que se realizan de la obra original.
La adaptación cinematográfica parte siempre de un texto escrito, bien sea obra teatral o novela. Pero no es siempre fácil la adaptación. El ejemplo al que se recurre es a la opinión de A. Hitchcock, que nunca filmaría Crimen y Castigo “porque una obra maestra de la literatura tiene una forma acabada”. Como bien sabemos recurrió a obras menores, que luego convertiría por su perfección en capitales.
Lógicamente, el cine tiene aspectos distintos que no se hallan en la obra literaria. Las imágenes no pueden abarcar todo el mensaje que recoge la obra. Lo filmado se atiene a otros cánones en cuanto a los espacios, tiempos de la acción, efectos especiales tanto visuales como sonoros, el movimiento de la cámara, el montaje o la utilización de la luz.
Hoy día, incluso, los agentes literarios ofrecen a las productoras lo que les parece apropiado para la pantalla. También el todo poderoso Hollywood tiene una red de espías por las editoriales, por los teatros independientes y alternativos por si es susceptible de llevarse a la pantalla. Como ejemplo llamativo, la gran mayoría de los premios “Goya” son adaptaciones de obras literarias.
El cineasta Manuel Gutiérrez Aragón discrepa en cuanto a las adaptaciones “porque no se puede, es imposible, por mucho que aquí ilustres maestros de los laboratorios lingüísticos digan que sí, es imposible trasladar una cosa a otra, no hay manera, no hay equivalencia posible”[9]. Si bien reconoce una excepción─adaptación de El Quijote para televisión─ a propuesta de un amigo suyo. Pero admite también que algunas adaptaciones de obras le han gustado mucho. Y pone como ejemplo Macbeth de Orson Welles o la de Visconti de El Gatopardo.
Como contrapunto resaltamos a Luis Buñuel, uno de los mejores adaptadores en España. Recordemos a Nazarín, y Tristana. Pero nuestra literatura está impregnada de sabor cinéfilo. Así La Generación del 27 y el cine conviven en aquellos años revueltos y fructíferos. Las vanguardias aceptaron el cine como signo de modernidad. Rafael Alberti publicó en la revista La Gaceta Literaria poemas que versaban sobre “tontos del cine”, en los que proclamaba que había nacido con el cine. Manuel Vázquez Montalbán está considerado como adalid del cine negro español contemporáneo; su novelística es pieza clave para el desarrollo del mismo. O el académico Luis Goytisolo que en el texto “El impacto de la imagen en la narrativa española contemporánea” entiende el cine “como la irrupción de una nueva forma de narrar, no verbal, sino visualmente”. Sin olvidarnos de una de las mejores películas del cine español, como es El Sur, que fue adaptada, y con éxito, por Víctor Erice de la obra de Adelaida García Morales.
Pero no podemos olvidar que el adaptador debe conocer muy bien el texto literario, diríamos que amarlo, valga la expresión, pero al mismo tiempo el conocimiento de técnicas que le lleven a la perfección del guión, así el cine y la literatura se aunarán y entrarán en le ámbito artístico. El profesor Urrutia insiste en que al adaptar la obra literaria, no se desarrolla o completa sino que se reelabora o critica el texto; entonces estamos ante una nueva lectura, evidentemente con signos icónicos.
También podíamos mencionar a los escritores que han tenido una cierta experiencia con el mundo del cine, como guionistas (Torrente Ballester, Eduardo Mendoza, Juan Marsé, Vázquez Montalbán), como actores (Camilo José Cela), o como referente en sus obras ( Rafael Alberti, Jorge Guillén, Miguel Delibes). Pero es que, incluso, algunos novelistas en las entrevistas que se hacen hoy, resaltan más los referentes cinematográficos que los literarios. Quizá todo esto sea demasiado. A este respecto, Luis Goytisolo escribe que si bien “un género literario no se agota como se agota un filón, la expresión verbal tal vez no sea la más adecuada en el futuro para referirse a una realidad cotidiana tan mediatizada por las diversas pantallas que dan paso a la realidad virtual: una realidad en la que cada vez se halla más inmerso ese lector en potencia que es el ciudadano medio”[10].
León Felipe tuvo en alta estima el cine. Decía que un buen cuento es como un poema. El cine, según el poeta, es una máquina de contar cuentos. “El primer cuento del mundo-escribe León Felipe- se lo contó la serpiente a Adán y a Eva. No había, por entonces, otros espectadores en el Edén. Fue el cuento aquel de la manzana con sorpresa, inédito entonces, y que después se ha repetido tantas veces.
Luego el auditorio creció y los cuentos se contaron junto a las hogueras, el fogón…Más tarde, vino llámese Pedro, y los contó en la plaza pública, ante una audiencia municipal y heterogénea. Después los cómicos literarios del carro de Tespis llevaron cuentos a los corrales de los burgos y los coliseos de las grandes metrópolis…
Pero esto no era bastante todavía.
Un buen cuento debía llegar a todas las latitudes de la Tierra, para que lo oyeran las naciones y los continentes…
Entonces…nace el cine”.
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[1] NAVARRETE, R., Galdós en el cine español. Las Palmas, T& B editores, 2003, pág. 16
[2] Un amplio reportaje de esta relación en el libro Exposición Literatura Española: Una historia de cine.. Madrid, Dirección General de Relaciones Culturales y Científicas. Ministerio de Asuntos Exteriores. Madrid, 1999
[3] URRUTIA, J., Cine. Literatura. Sevilla, Alfar, 1984, pág. 69
[4] Para una idea más amplia y nítida véase, Gimferrer, P., Cine y Literatura. .Barcelona, Planeta, 1985, págs. 7 y ss.
[5] PEÑA ARDID, C., Literatura y cine. Una aproximación comparativa. Madrid, Cátedra, 1992, pág. 54
[6] En El Liberal, 9 de junio de 1913
[7] AYALA, Fco., La estructura narrativa. Barcelona, Crítica, 1984, pág. 119
[8] TORRENTE BALLESTER, G., “Literatura y cine” en el Sábado Cultural del diario ABC. Madrid, 15 de marzo de 1985, pág. III
[9] GUTIÉRREZ ARAGÓN, M., “Cine y Literatura” en República de las Letras. Madrid, núm. 54, noviembre de 1997, pág. 12
[10] GOYTISOLO, L., “Artistas y artesanos” en el diario El País. Madrid, 1 de noviembre de 2003, pág. 12