Dentro de unas horas presento la novela La Golondrina. Novela del maquis. Adelanto algunas ideas; al ser oral me surgirán, tal vez, otras que en buena lógica no pueden estar aquí.
“Y bebí un vino fuerte, como
solo los audaces beben el placer”
Este dístico de C. Cavafy nos puede servir como adelanto de la lectura de la novela La Golondrina.
Sinceramente me ha sorprendió que después de tanto tiempo se vuelva a rememorar ese pasado luctuoso, aunque se entremezcle con lo ficcional; por eso yo la defino como novela ensayo; mezcla de ficción y realidad, de narración y ensayo. Sabemos que los géneros literarios se distinguen por los rasgos formales, pero también por lo que plantean; se han escrito cientos de novelas de la guerra del 36; y como sabemos una ha triunfado sobre las demás: Soldados de Salamina
Pero ninguna que cuente unos hechos acaecidos en una zona, en una geografía tan querida por mí. Este reverdecer que va de los Montes de Toledo hasta el río Zújar, pero, sobre todo lo que se ha denominado la Comarca de los Montes, o parte de la llamada Siberia extremeña: Castilblanco, Herrera del Duque, Alía, Guadalupe, Helechosa, Pantano de Cijara, Talarrubias, y los que están limítrofes que tantas veces he contemplado.
En la novela hallo un hecho novedoso que casi hemos olvidado y es el saber contar, fundamental en las grandes novelas del siglo XIX, hoy casi ha desaparecido, cuando la novela deja de ser entretenimiento y se aúpa con el resto de géneros. El gran Balzac mantuvo que “la novela es la historia de las naciones». Como sabemos, Flaubert quiso algo más: hacer de las historia una prosa poética. Pérez Galdós incrustó la ya frase memorable: “Imagen de la vida es la novela”; y así podíamos seguir, por lo que recuperamos con La golondrina lo que no debió perderse.
A la mente me vienen las cinco tendencias con que se acercó Miguel Delibes a la novela de posguerra; la primera y la quinta están insertas en esta novela, que son “la conciencia de la guerra”; la verdad histórica al servicio de la verdad literaria, y “Se vuelve a contar historias”.
Historias son las que narran ; valga el símil lo que se ve a través de la ventana, aunque el autor haya pateado el terreno descrito y también se haya acercado a documentos, libros, hojas parroquiales que a buen seguro le han servido, al menos, para pensar, porque sin pensamiento no podemos construir palabras.
Hoy, no cabe, no es el lugar, el momento para hablar de la multiperspectiva literaria en su visión poliédrica de la realidad, o la llamada polifonía narrativa de los hechos contados. Pero, sí debo destacar el realismo en el lenguaje; ese realismo al reproducir el habla coloquial de los personajes, propio de esas gentes en las que el habla se hace gesto y propio del lugar, a sabiendas de que las historias que narra serán verosímiles, si sus personajes hablan como personas de carne y hueso. Precisamente para ser respetuoso con la realidad, el autor atribuye a cada individuo el lenguaje que le corresponde por su educación y nivel social. A nadie se les escapa que estas historias están llenas de vulgarismos, pero precisamente por eso las hace más verosímiles.
Además hay que añadir que la utilización de uno u otro lenguaje viene determinado por las circunstancias de la comunicación, incluidas, aunque pocas, las expresiones de afecto. Como consecuencia de todo esto el narrador no se limita a relatar hechos, sino que omite opiniones sobre lo que cuenta y juzga el comportamiento de los personajes. Destaca, también, el conocimiento exhaustivo de lo narrado, por eso se adentra en los pensamientos de los personajes gracias a su “omnisciencia”.
Brutal, me parece, que la madre de Golondrina muriera a manos de su padre; si es así, caiga el oprobio. Las sinrazones se resuelven dialogando, no por la fuerza.
Según vamos leyendo la novela hay dos personajes que necesariamente revolotean por la historia, que son “Cuquillo” y “Golondrina”, y, al lado, “los hombres de la sierra”, el personaje colectivo, los soñadores, los que quisieron dar testimonio de esa dualidad, justicia-libertad, tantas veces buscada, y que muchas veces se nos ha cercenado. Por eso no podemos obviar los términos “vencidos” y vencedores entre personas humanas. Ahora con una perspectiva distinta no entendemos la traición de unos familiares a una persona buena, idealista, sí soñadora, pero por qué no podemos ser soñadores, ante un mundo abocado a lo material, a la productividad? Recordemos la máxima galdosiana: “Soñemos, alma, soñemos”.
Os adelanto que la última hoja sobre “Golondrina”, me emocionó, se me encogió el corazón, se me nublaron los ojos. La humanidad que destila esta página ya vale por todo un libro. Que sirva como ejemplo la frase que debe llegarnos al alma: “que aún lanzaron dos o tres quejidos de socorro antes de callarse para siempre”. Algo más que una metáfora.
Y antes, el primer hijo a la puerta de un cortijo; esto nunca lo entenderé por muchas razones que tuvieran los padres, más por parte de padre, ya que Golondrina hizo casi todo para que no fuera así, para que no sucediera.
Ojalá no haya, nunca más, personas que tengan que llamarse “Golondrina” para perder su personalidad, para ocultarla; pero eso sí que nos visiten las golondrinas para anunciarnos la primavera y lleven en sus picos las iniciales de los enamorados.
Como coda. Mi contribución a esta mujer que luchó por la libertad, que ahora nosotros disfrutamos. Vaya este canto:
Golondrina, grande
en el amor, grande
en la libertad.
Vestal insigne,
ejemplo venidero,
hoy nos rendimos y
propalamos tu valentía.
Vaya este canto,
amoroso, sincero,
que permanezca
en un altar.
Saturada de humanidad,
los días son canción,
recuerdos de gozos vividos.
No entiendo de
camposanto humano,
tú camposanto divino
cerca de lo que da
vida que no se agosta.
Desde, hoy, tu nombre
quedará inscrito
en redes globalizadas.
Querido y anigo Félix. Como autor de La Golondrina te diré que el padre de la protagonista, que dio un puntapie a su esposa y le adelantó el parto de un niño que, por cierto, aún vive ¿en Gerona?, era un tipo más próximo a los primates que al «homo sapiens», de los muchos que deambulaban por aquella España nuestra, mísera y triste, de la posguerra. Primitivo, analfabeto, pobre de solemnidad y con dos hijos más lo que viniere, amiguísimo del vinacho y de la navaja cachicuerna, pendenciero y con un sentido de la responsabilidad que le daba oigual ocho que ochocientos… Quiero decir, sin justificarlo, clarísimo, que este delecnable hecho se ha deconsiderrar en aquellas tristes y menguadas y realísimas circunstancias… Y en cuanto a la relación que estableces entre la muerte de tu hermanita ( y de mi hermanito con año y medio porque sí, de meningitis, según me dijeron, pues yo no le conocí) y la de otros y tantos miles de «santos inocentes» con los dos niños que La Golondrina lleva en su vientre cuando muere por traición con los otros tres compañeros, me parece desafortunada, pues creo comprender que equiparas a Dios, autor-des-autor de esos «inocentes» con el familiar traidor de La Golondrina. Un abrazo. Juan José Fernández Delgado
En modo alguno, me refería a esa idea. Lo que escribí es que al leer ese párrafo, con ojos acuosos, me vino a la memoria la muerte de una hermana, inocente, que después el cristianismo los ha bautizado como «los santos inocentes». Pero, estarás conmigo que los posibles niños/as en el seno de una madre, si fueron acribillados, también se le puedes denominar «santos inocentes» más allá de que «La Golondrina» creyera o no. Para disipar esa duda lee, la poesía titulada «Aleluya» como recuerdo, en la misma página «web». Quítate esa interpretación errónea que has sacado de una lectura superficial.
Naturalmente que donde se lee «delecnable» en el mensaje anterior, debe leer deleznable, con el valor de hecho «denigrante», bárvaro, brutal y rechazable…
Repasa ese adjetivo que es con dos «b», como lo escribiste en el primer comunicado; segruro que no ha pasado desapercibido
¡Pero bueno!, léase BÁRBARO
Gracias. Eso lo da el humanismo. Intenta que los dos «rebotados» vuelvan al redil. Si no al camino, que sean camino. Si no me entiendes ya te lo explicaré