Siempre ha existido la emigración como necesidad, pero también como conocimiento, aunque es difícil mantener este aserto en los umbrales del siglo XXI, y más cuando la crisis es un vocablo que se repite una y otra vez. Pero, nos olvidamos de que más de la mitad de la población ha sufrido siempre lo que en las sociedades opulentas llaman crisis. Los que no tienen voz, los desheredados de la fortuna, siempre han estado en el pozo, incluso de la miseria. Es evidente que en la Europa que vivimos se entiende la crisis de otra forma, pero aquí también reside la pobreza aunque no comparable con los que tienen verdadera necesidad, hambre, en otros lugares.
La emigración, en parte, sirve para satisfacer las necesidades de donde proceden, pero también del país de acogida. Digamos de partida que se necesitan. Sin embargo, hoy, mucha gente no lo entiende. En la Europa que habitamos, el Parlamento Europeo de Estrasburgo propuso un marco legal que discrimina a trabajadores inmigrantes, ya que con el término “permiso único” excluye a importantes colectivos y deroga derechos básicos. Pero, es razonable que el Eurodiputado socialista Alejandro Cercas manifieste que ¿“estamos ante un nuevo tipo de esclavitud moderna?( El País 13 de diciembre de 2010, pág. 24).
Para algunos es ir demasiado lejos, pero, para otros, es una forma de llamar la atención para que la ley sea más permisiva. Lo que se esgrime como un hecho capital es que la idea va contra la Convención del Consejo de Europa sobre trabajadores inmigrantes de 1977 en lo referente a condiciones de trabajo, vivienda y seguridad social. El problema estriba en que esta Convención está en vigor en varios países europeos, entre ellos España.
Pero, por otra parte, nos encontramos con los trabajadores temporales, a los trabajadores trasladados por las empresas de otros países. ¿Cómo se regulará todo esto sin que la dignidad de las personas merme? Son dificultades que la Comisión encargada debe resolver, pero que no contentará a todos. Un ejemplo que se resalta, en sí contradictorio, es que se va a permitir que las empresas chinas se instalen aquí con trabajadores chinos que no estarán protegidos por el derecho europeo, hecho que va contra las convenciones dela ONU.Da la sensación que lo que prima siempre es el factor económico, aspecto que no nos debe extrañar en lo que ya se ha llamado globalización.
Una de las cuestiones capitales de esta globalización migratoria es el desequilibrio entre oferta y demanda de inmigrantes, hoy. No ha mucho, los países receptores absorbieron a todos los que lo intentaron, aunque fuera saltándose las leyes, y aquellos pasaran penalidades; esto no importaba porque en sus países de origen no sólo lo pasaban peor sino que encima tenían que callar. El “todo silencio” era un pensamiento asumido.
Pero, hoy, el número se ha multiplicado. La expresión “no caben más” es un latiguillo en algunos países europeos. A todo esto hay que añadir el crecimiento demográfico en América Latina, en África, en Asia. La demanda de inmigrantes ha dejado de ser el paraíso; ahora se comprime, se limita, se ha reducido en los países receptores. Si bien la demanda de trabajo inmigrante es un hecho, sólo es factible en sectores en donde la tasa de beneficio depende de los salarios; estos, necesariamente, tienen que ser bajos, pensemos en actividades agrícolas y en ciertos servicios.
Algunos países asiáticos, y en algunos del golfo Pérsico todavía no existe un desequilibrio entre la oferta y la demanda, pero ya va disminuyendo. Pero, también, nos encontramos con la expresión americana-inglesa “wanted but not welcome”, con el fin de perpetuar una raza singular en el aspecto humano y en el cultural. Pero, es evidente que esta idea va contra natura, contra el hecho de lo humano, que es lo más grande en las personas. Lo que quieren ciertos países receptores es sólo contratar por necesidad, pero no ir más allá.
¿Estamos ante una nueva era en la historia de la humanidad como consecuencia de las migraciones? Es curioso que hablemos de un mundo globalizado, pero, sin embargo, se restringe la emigración. Ante la falta de empleo y la proliferación de conflictos en ciertos países, las personas deben emigrar. Llama la atención, hoy, que incluso por practicar una religión las personas deben emigrar. No ha mucho saltó la noticia de que los cristianos tienen que esconderse para no ser masacrados, en países como Irak, Afganistán. O esa cristiana de Pakistán que, tal vez, se libre de la lapidación, pero no de la cárcel, por el hecho defender a Cristo. Su marido e hijos han huido por temor a ser violentados. ¡Qué poco hemos avanzados en el respeto que nos debemos todos, más allá de la raza, la religión o la cultura!
Se habla de integración. ¿Se lleva a cabo? Son los poderes públicos los que instan a políticas en este sentido; a pesar de todo existen exclusión social y xenofobia; pero, atención, no sólo contribuyen ciertas capas de la sociedad, sino también los inmigrantes que suelen implantar aspectos que chocan con la forma de vivir de los países que los acogen. La integración debe venir de todos, de los que vienen y de los que están, en el que debe primar el respeto, la tolerancia. Sin estas ideas es imposible la integración.
El recuerdo constante de que las migraciones humanas no son nuevas contribuye a esa solidaridad, a esa integración; pero, nadie es ajeno a la teoría de que también son distintas. Joaquín Arango, profesor de la Universidad Complutense, sostiene que “la extraordinaria relevancia y las grandes implicaciones que justamente se atribuyen en nuestros días a las migraciones internacionales derivan de las características que presentan y del contexto histórico en el que se producen” (Revista Vanguardia, núm. 22, enero-marzo, 2007, pág. 8).
Sin duda, aunque en el hecho de más avances sociales, es más difícil la acogida en los países receptores, y más el posible recuento; la opacidad prima porque tampoco interesa que se sepa con exactitud ya que vendría abajo lo que se denomina la economía sumergida, sostén de muchos emigrantes.
Es difícil mantener la teoría de que los flujos migratorios internacionales, en el umbral del siglo XXI, es nítidamente inferior, al que existió hace un siglo, aunque se diga “en términos relativos”, por la dificultad que entraña la enumeración en un mundo tan complicado y en el que lo económico prima en todos los aspectos.
A principios del siglo XX se emigraba a Brasil. Estados Unidos, Canadá, Argentina y Australia. Pero, los países, hoy, se han multiplicado, que podíamos concentrarlos en Europa occidental, Norteamérica, Golfo Pérsico, y la parte occidental del Pacífico. Claro que había que sumar países como Israel, Costa Rica, Libia, República Sudafricana que englobarían un sistema distinto, aunque en un mundo tan globalizado es difícil mantener este aserto.
Si, por ejemplo, nos adentramos, concretamente, en la inmigración en los Estados Unidos, y estamos atentos a la prensa diaria y a las estadísticas de sociólogos especialistas, la población dice sentirse insegura a pesar de los controles rigurosos que existen sobre todo por la frontera mexicana.
No ha mucho en la “televisión sexta” de España en el programa “salvados” pudimos ver a miles de inmigrantes vestidos de la misma forma en tiendas de campaña en la zona limítrofe entre México y EE.UU. En realidad, la idea que transmitían era de presos que habían perdido la condición de personas, habían perdido su dignidad. Las mismas declaraciones del “Jefe” de esa extensión territorial pueden escandalizar o herir la sensibilidad de una persona; lo que manifestó sobre ellos ni siquiera llegaba a la condición de súbditos; lo que percibí es que el trato que se les daba era de meros objetos, de cantos rodados.
Quizá nos abrumen las cifras, pero en el año 2005, la policía detuvo a unos 12 millones de personas que pretendían cruzar ilegalmente la frontera desde México (Revista Vanguardia, núm. 22, enero-marzo, 2007, pág. 8). Los mexicanos suponen casi el 25 % de los inmigrantes legales y el 55 % de los irregulares.
En las encuestas de opinión, la mayoría de los estadounidenses están de acuerdo en que debe reducirse la inmigración legal como la ilegal; sólo un tanto por ciento reducido piensa que la inmigración debe incrementarse. En esta sociedad se juega mucho con el factor económico por lo que muchas veces sorprende el cambio de opinión sobre este tema. De ahí que los EE.UU. sigan siendo el principal país de recepción de emigrantes del mundo, aunque, este concepto, hoy, sea algo tenebroso por la palabra “crisis” que ha invadido, con razón o sin ella, el planeta tierra.
Pero, en los EE.UU. existen, también, grupos de personas que recuerdan a la sociedad estadounidense que ellos o sus antepasados abandonaron otros países para iniciar una nueva vida, una nueva oportunidad, por lo que esto nos lleva a pensar que la inmigración, también, permite mejorar las condiciones de vida, y, al mismo tiempo fortalecer la economía del país receptor.
Se repite, con cierta asiduidad, que en los EE.UU. la admisión de inmigrantes-extranjeros se compara con una mansión de cuatro puertas; los que entran por la principal, los temporales por las laterales, y los ilegales que entran por las puertas traseras. Sea verdad o exageración, la imagen puede que se acerque a la verdad. A todo esto hay que añadir los visados de inmigración que se otorgan a familiares directos de ciudadanos estadounidenses. Hoy, quizá, haya bastante retraso por este concepto, pero las estadísticas periodísticas lo calculan en unos 500.00. Muchos o pocos depende de cómo se visualice, o el concepto que se tenga de la inmigración si estrecho o ancho.
El escueto pensamiento de que en España necesitamos un determinado tipo de inmigración, hay que buscarla más en el tipo de modelo migratorio. La frase, en sí, solo puede venir de personas que están fuera de la realidad, como son los políticos, que presentan aquí y acullá borradores de nuevos reglamentos para desarrollar la Ley de Extranjería. Hace unos días la Secretaria de Estado de Inmigración lanzó la idea, que después se convertiría en titular: “El PP nunca dice lo que quiere en inmigración, solo usa eslóganes”. Tal vez, sea así, porque no cree en que debe haber solidaridad, más allá, de donde provengan las personas. Pero, tampoco, se resuelve con frases hueras: “El nuevo reglamento entra a ordenar el día a día de la extranjería”(El País, 15 de febrero de 2011, pág. 18). Por si faltaba poco queda la frase rutilante dela Secretaria: “En el texto hacemos una apuesta por atraer el talento”. En la entrevista, a la pregunta “¿en qué sectores se siguen necesitando inmigrantes ahora mismo?” Responde: “en las profesiones sanitarias, gestión de residuos, campañas agrícolas (de ida y vuelta)”.
Hay que partir de una concepción cristiana, al menos los que hemos nacido en lo que se ha denominado “la cristianización de occidente”, de que nadie es extranjero en ninguna tierra. Esta idea es muy fácil decirla pero es muy difícil que la gran mayoría la acepte. En España, que es un país acogedor, se mire como se mire, hay grupos de la sociedad que no lo aceptan sean cristianos o n o.
Pero, un hecho es evidente; cada día llegan a nuestras costas personas de otros países que quieren mejorar económicamente y que no les pongan demasiadas trabas. E incluso una vez en nuestro país exigen derechos humanos, pero que no se atreven a pronunciarlos en sus países de origen. Verdad o mentira, un día sí y otro también saltan en los periódicos estas noticias. Así en el diario Público con el título “Inmigrantes sin papeles denuncian maltratos y vejaciones en Valencia”; en el subtítulo de la noticia, “La Jefatura de policía niega que existan irregularidades”(Público, 20 de enero de 2011. En general, la sociedad española rechaza que esto ocurra porque hay cauces para denunciar si existen esos abusos, y piensa que tenían que estar agradecidos por la acogida que se les dispensa que sale de los impuestos de la sociedad.
Otro foco español en el que estos días la Prensa se preocupa de estos hechos es en SALT (Girona). El diputado catalán sin encomendarse a nadie manifiesta que si existen problemas en este pueblo es debido al “exceso de población extranjera” (Véase el diario Público, 20 de enero de 2011, pág. 31).
Ya no es posible la idea de la vieja Europa como sustrato de unas personas con una identidad propia, o, al menos, no tan acusada. Hoy se nos presenta con una variedad de identidades etnoculturales y nacionales. Claro, sin olvidarnos de las desigualdades en el ámbito económico y social, incluso dentro de una Nación, no solo en lo que consideramos la Unión Europea.
A todo esto hay que añadir la integración, necesaria, se mire como se mire. Esto nos llevaría a la pluralidad. La dificultad está ahí, en la construcción de ciudadanos multiculturales en una Europa en la que la unidad y la democracia sean las vigas maestras para construir el resto.
Evidentemente, este es el inicio porque la multiculturalidad debe estar siempre en construcción, nunca se puede decir hasta aquí, de ahí que la enseñanza, el debate contribuyan a su desarrollo. Los obstáculos son muchos, pero con el debate se puede llegar a las máximas cotas, aunque sin la premisa de la integración todo será baldío.