El recurso a la literatura clásica siempre nos sumerge en lo existencial. Cuando, hoy, los alicortos te ven con una lectura de estas te dicen, «¿pero todavía con eso?, ¿es que no la has leído?, ¿ a estas alturas?, eso es pasado». Ante estos improperios de personas cultas, te quedas petrificado y sientes tristeza. Estos son los que generalmente no leen y casi me atrevería a decir que tampoco han leído la obra que tienes entre manos-aquellos que se contentaban con apuntes o resúmenes de obras en la carrera, no importa que sean o fueran amigos-. Ahora, con La Lozana Andaluza (1528-acabada,»primo de diciembre, año de mil quinientos e veinte e cuatro»-); claro que sí (la obra, que nadie ose decir la película); la luz hay que ponerla encima del celemín. Las relecturas aprovechan más y sobre todo si leíste una obra por obligación para pasar un examen. La alegría que sientes es enorme ante esta novela dialogada en la que te quedas pensativo por ese lenguaje vivo, cercano, pletórico de sabiduría, ¡y estamos hablando del siglo XVI! Es la vuelta al conocimiento, a la relajación, a lo placentero ante ese saber expresarse sin artilugios o alambiques. Y además, un tema en el que sobresale la vida misma de una época determinada con esos mamotretos de Francisco Delicado y un personaje estrella con la tríada onomancía Aldonza, Lozana, Vellida-ya en su ínsula Lípari- en la que percibimos esa vitalidad renacentista.
En el mamotreto último-LXVI-, Lozana te deja en suspenso al querer relatarnos su última voluntad porque sabe que «tres suertes de personas acaban mal, como son : soldados y putanas y osurarios, si no ellos sus descenndientes; y por esto es bueno fuir romano por Roma que, voltadas las letras dice amor». Y finalmente, recuerda a su pretérito criado Rampín que el astrólogo les había dicho que uno de nosotros había ir a paraíso («Quiero que este sea mi testamento. Yo quiero ir a paraíso, y entraré por la puerta que abierta hallare, pues tiene tres, y solicitaré que vais vos, que lo sabré hacer»). Aunque fuera solo por el lenguaje que usa a lo largo de la novela merece entrar por la puerta más grande del paraíso, eso sí con música celestial ataviada de guirnalda tejida de flores y ramas primaverales.
No podía faltar la digresión que cuenta el autor en Venecia-donde se publicó- como colofón a una obra que tenía que estar escrita con letras de oro para la posteridad; ¡tantos siglos han pasado y ahí está para que nos acerquemos, vivamos ese peregrinaje tan lleno de vida! Qué temía el autor que en los renglonnes finales advierte: «que de otra manera no lo publicara hasta después de mis días, y hasta que otrie que más supiera lo emendara». A buen seguro que temió por su vida ante lo que escribe. Es decir, la verdad no interesa, es cercenada, machacada-¿en alguna época no lo fue?- ¿Y nos extrañamos que la gente se rebele, diga no? Lo habitual era que se publicara sin el nombre del autor. El anónimo equevale en esa época a realidad viviente. No olvidemos que Francisco Delicado fue clérigo por eso sabía lo que escribía, pero también nos advierte de: «Por tanto, para gozar d´este retrato y para murmurar del autor, que primero lo deben bien leer y entender». De ahí que en su Argumento en el cual se contienen todas las particularidades que ha de haber en la presente obra escriba: «Solamente gozará d´este retrato quien todo lo leyere». Aviso a navegantes.