Félix Rebollo Sánchez
El silencio incomprendido de la poeta Elizabeth Barrett Browning, en parte del siglo XX, le hace más grande en el siglo XXI; nos tenemos que felicitar porque su poesía esté, hoy, en la cúspide de la poesía inglesa. Ante la poesía hay que estar genuflexos, así de nítido.

Me alegra que el editor nos recuerde no solo la ignorancia sino el desprecio con que Borges abordó a una de las mejores poetisas en lengua inglesa en el Curso de literatura inglesa que impartió en la Universidad de Buenos Aires en 1966. Fueron 25. Con estas, volví a leer la número 18 («Vida de Robert Browning. La oscuridad de su obra. Poemas») y la clase 19 («Poemas de Robert Browning. Una charla con Afonso Reyes. The King and the Book»). El curso entero se puede leer en el libro Borges, profesor, 2002. Sin duda hay que agradecer a los editores Martín Arias y Martín Hadis por el arrojo que tuvieron al analizar el curso. Parece como si todo lo que viene de este autor y otros hispanoamericanos fuera intocable. Quitemos máscaras. No vale decirnos que se debió a uno de los «manuales literarios tradicionales» que consultó, y más cuando fue elegido para impartir estas clases por su declaración: «Sin darme cuenta me estuve preparando para este puesto toda mi vida» cuando otros mandaron «minuciosos informes». Para los detalles sobre este asunto es imprescindible la lectura de los editores Carme Manuel y José Manuel Ariza (las páginas 9 y 10 son obligadas). Dicho esto, yo sí me he leído el extenso poema narrativo, como hice en todas las clases o conferencias que impartí, y eso sí, nunca hablé o escribí de «oídas» como hacen muchos/as y encima cobran.
La mejor definición de Elizabeth -apunta el editor- salió de su pluma: I am «little & black» like Sappho and attendant the inmortality , pág.16. Su inmortalidad la ha conseguido cuando, todavía, se la incluye en la poesía esplendorosa de la lírica inglesa. El consenso de la crítica más exigente ha dictado que es la poeta en lengua inglesa más importante del siglo XIX. La luz poética no se apaga, emerge sin más. Y la de Elizabeth ha prendido como una luciérnaga, como cirio perenne. Y ahí está, en el mismo pedestal que los Chaucer,Shakespeare, Milton, Wordsworth, Keats, Byron, Blake, Emily Brönte.
El libro está conformado por nueve cantos con 10398 versos, publicado en 1856. Ser mujer no le impidió llegar a la más cúspide poética, y el poema se convirtió en el «más sobresaliente de toda la literatura inglesa sobre lo que significa ser mujer y creadora», pág.65. La cultura que poseía la poeta se percibe en sus versos en los que se puede observar ese acervo cultural con el recuerdo de textos latinos, griegos, bíblicos, italianos, franceses y, claro, ingleses. Fue una mujer culta. Pero, por encima de todo, está el que el amor no puede estar reñido con las dotes naturales de ser mujer y poder ventearlas sin que haya obstáculos. Es la independencia de la mujer, el tener un cuarto propio. Una forma de entender la mujer independiente sin cortapisas. El entusiasmo a mediados del siglo XIX fue de exaltación; sin duda entre mujeres («fue devorada y tenida como libro de cabecera por inglesas y norteamericanas hasta principios del siglo XX», pág. 67). La crítica se rindió al catalogar al poema como «el más extraordinario en inglés». Bien es cierto que luego vino el silencio hasta los años setenta que volvió a reverdecer. No importa si Aurora Leigh es, en parte, autobiográfico o no; probablemente haya trazos de biografía, pero lo más importante es cómo una mujer puede crear lo mismo que un hombre. La capacidad no tiene géneros.
Los nueve libros son un canto a lo humanístico, aquello que no debemos perder. Da igual que la nombremos como novela sociológica o un grito necesario en versos blancos en la esplendorosa época victoriana. Estamos ante la dualidad que se aúnan vida y arte. Y esto es lo que desarrolla: la historia de esta mujer huérfana en la que subyacen sapiencia y un hondón intrahistórico religioso. A su vez rechaza la proposición amorosa de un pariente. Ante esta situación, Aurora se marcha a Londres para ganarse la vida con la escritura. También fracasa Romney al querer unirse con Marian. El reencuentro entre Aurora y Romney hace posible un paraíso ya sin la fuerza primigenia,
En el primero se narran los primeros veinte años de Aurora en 1145 versos. Nos advierte de la necesidad de relatar su vida («Escribo cuando todavía soy lo que se dice joven: / las cosas de las que partí en mi viaje / tierra adentro en la vida no me quedan tan lejos / que no oiga ese rumor del lejano Infinito…»). E inmediatamente, ya en lo primeros versos, sentimos acercamiento ante un padre viudo ocupándose de una niña sin madre con cuatro años. Su ternura fue tan grande que hizo grabar en Santa Corce de Florencia: «Llorad por una niña que era pequeña todavía / para llorar cuando la muerte le arrebató a su madre». Y ya con trece años, sin padre, recordó lo que había aprendido : «dolor y amor». Su últimas palabras no dejan dudas: » ´Ama, ama, ama´ antes de que cesaran sus últimos dolores. / Ama, hija mía´´. No pude ni contestarle». Enviada a Inglaterra con una tía paterna nos recordará ya casi al final del libro (» El verdadero amor ama quien vive la vida verdadera», v. 1067). En los versos anteriores hace un canto a los poetas como los dadores del bien (» los únicos voceros de esa esencial verdad, / no de verdades relativas ni por comparación….v. 860-1″). El final está revestido de ese cristianismo que rezuma toda su obra; aquí, en concreto, el Génesis y Mateo: «Como al principio, cuando Dios lo vio todo bueno, / a pesar de que el mal ya estaba cerca, según las Escrituras / también sobre nosotros, que vemos la bondad y la belleza/ de las cosas, se cierne el mal mientras hablamos / Recemos líbranos del mal».
El libro segundo es la onomástica de sus veinte años («Otros tiempos vinieron. Y llegó una mañana / en la que a punto de cumplir los veinte, / mirando hacia adelante y hacia atrás / me vi mujer y artista: ambas cosas a medias, / y en ambos casos convencida de serlo plenamente»). Y la poesía como centro, como auriga para adentrarse en la espiritualidad; y eso sí, quiere ser ella y menos aceptar los entresijos que había para casarla. Lo vio como caridad y eso no, y no. Su vida, su ilusión, su alma, vale más que todo eso. Luchará por ser ella, por vivir de su trabajo y no depender de nadie. En los primeros versos ya lo deja nítido: ( «pero yo indigna de unos y de otros, / tengo otra idea del amor. Adiós, v. 406. por mi parte, no soy lo bastante sumisa / para ser la doncella de una esposa legal. / ¿ Me tomas por Agar?», v. 411-13. «Yo nací para andar otro camino, querida tía, distinto al suyo», v.580. «Si con él me casara, / no osaría siquiera decir que mi alma es mía, v, 785-6. «Déjame, pues, crecer / tras este seto mío al borde del camino y sigue el tuyo», v.850-1).
En el libro tercero vemos a una escritora con renombre, que la crítica ha sido buena, que el camino es ese. Sus lectoras y lectores la han acogido como algo excepcional. Pero ansía algo más, en una nueva creación que la columpie, que acoja otros aires. Llama la atención la visita de una desconocida para Aurora, y de sopetón le dice que está enamorada de su primo, pero que este quiere casarse con una mujer de clase muy baja socialmente. Pide ayuda a Aurora para que haga lo posible para que la boda no se lleve a cabo; la respuesta al principio es no, pero posteriormente lo acepta y sale en la búsqueda de Marian, que así se llamaba («La miré a los ojos y le agarré las manos / y dije: ´soy su prima, prima de Romney Leigh; / y he venido también a ver aquí a mi primo», v. 802-4) ; es cuando conocemos los barrios deplorables, las capas más ínfimas de la sociedad victoriana de Londres. Aquí el relato se aúna y percibimos que detrás de Marian puede estar ella misma; se apodera de vivencias ajenas que también son suyas. Es una atalaya para escudriñar el mundo de la mujer en lo que se ha llamado una época esplendorosa de la época victoriana. El final de este libro no es otro que la búsqueda de un empleo para Marian («él la envió a un taller de costura famoso», v.1231). Una forma de separación, pero ganándose la vida, muy lejos de lo que quería su madre; venderla a la prostitución («el señor es muy bueno / y pretende ayudarnos y ocuparse de ti «, v.1056-79); es cuando ella huye y grita: «Dios, líbrame de mi madre) y desquiciada después de tanto correr se desmaya, cae en una zanja; pero faltaba el carretero que la encontró «en una fosa a la luz de la luna»; llevada al hospital se recupera («qué enfermos hay que estar para que los demás nos traten con justicia», v. 1120). La visita de Romney fue decisiva para que le encuentre un taller de modista; entre hebras iba consumiendo su vida («Y, dando la puntada, daba en pensar en qué cara tendría Romney / y si se acordaría de ella / cuando los dos volvieran a reunirse después de muertos», v. 1243).
Con el libro cuarto , además de proseguir con la historia de Marian y los pormenores sobre el amor entre personas y el amor al necesitado asistimos al día fijado para la boda. Al final no se pudo celebrar. Romney cuenta a los invitados que Romney le ha dejado. Marian no se presenta a la iglesia. ( «No hay boda, ella me deja, / ella se va, ella desaparece, / y yo la pierdo. Pero yo nunca pretendí forzar un sí», v. 805-8). En la carta que escribe manifiesta que no se puede casar debido a las diferencias entre uno y otro socialmente y económicamente. La desolación se percibe entre los invitados. En el libro quinto hallamos reflexiones sobre la poesía general y el sitio de Aurora como poeta en el que el espíritu debe primar para conseguir el arte que vivifica. Termina con un canto fervoroso a Italia («Y ya voy de camino, Italia mía / colinas mías. ¿Me sentís colinas…..?, v.1265-6). El libro sexto con los versos («Un desdeñoso modo insultar tienen los ingleses / de acusar de ligeros a los franceses»). Es Aurora en París camino de Italia. Aurora prosigue con la máxima de que el artista debe buscar también la belleza en lo nimio, incluso en el espíritu de las personas que viven en la miseria absoluta; da por hecho de que lo más fácil es buscar esa belleza en la naturaleza, tan común. Sorprende el tropiezo de Aurora y Marian en las calles parisinas, y más si cabe cuando al decirle que podían vivir juntas, Marian le responde que debe volver a casa. Aurora la acompaña. Al llegar observa a un niño durmiendo. Marian le explica que ha sido fruto de una violación; le cuenta su vida hasta el más mínimo detalle; Aurora se estremece y el lector queda en suspenso a la espera de ver luz en los próximos libros.
Lo primordial del libro sétimo es la aceptación de Marian a la propuesta de Aurora de que marchen juntas a Italia y así el niño tenga dos madres. Antes, Marian le había terminado de contar la vida dura y llena de calamidades por las calles de París. Al llegar a Florencia se instalan en una casa grande con vistas preciosas. Se da cuenta del éxito de la poesía de Aurora, de que el arte triunfa y que la crítica la ha acogido como una de las grandes poetas en lengua inglesa. Mas los recuerdos le conducen a la melancolía. Es en el libro octavo cuando aparece Romney; Mirian juega con su hijo y Aurora está sentada con un libro, ya tiene treinta años. Romney le muestra su alegría por su último libro, pero Aurora rechaza el elogio; en el fondo piensa que ojalá hubiera sido mucho antes; ambos se desnudan intelectualmente y perciben que el fracaso ha sido de los dos; ahora es cuando se dan cuenta de todo, y quizá hayan sido los culpables de tantos males como han ocurrido en tan poco tiempo. En el último libro, el noveno, hallamos un final inesperado, pero, al mismo tiempo, fructífero y lleno de sabiduría, de entrega, de amor; o, tal vez, la necesidad de que nos quieran sin que se pierda el yo.
Elizabeth no quiso ser muda; su conciencia le permitió airear el sufrimiento de la mujer ante la sociedad hipócrita y santurrona; el no callemos le salía del alma. El tema en sí no es nuevo; la conjunción entre realismo y idealismo es, en definitiva, lo que soñó; por eso el final de esta magnífica obra se augura una nueva sociedad, la nueva Jerusalén, tan esperada en las personas de buena voluntad (» y derriba los muros entre clases, igual que los de Jericó / al otro lado del Jordán, clamando desde lo alto de las almas / a las almas que, congregadas aquí, en los llanos de la tierra, / puedan alzarse a una eminencia más pura / que las más altas nubes que vemos desde aquí», v. 931-936 del último libro). Y el último verso como corona («y todo lo demás en su orden: lo último una amatista»).
Y sin lugar para la duda, como han resaltado los editores, el poema Aurora Leigh es «uno de los más extraordinarios de la literatura universal de todos los tiempos», pág.91. Siempre estará en la memoria de los lectores para volver a comenzarlo. Y una ayuda grande para una mejor comprensión de este poema narrativo son las 1.100 citas a pie de página que sorprenden ante este trabajo arduo, fructífero con una riqueza cultural que hacía mucho tiempo que no leía.
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Barrett Browning, E., Aurora Leigh . Madrid, Cátedra, 2021, 711 páginas.
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