Teatro

¿Tine actualidad la obra galdosiana que se estrenó hace cien años?

La pregunta en sí lleva un acercamiento a la obra Celia en los infiernos que se estrenó en el teatro Español de Madrid el día 9 de diciembre de 1913. Pronto se cumplirán cien años. ¿Otra vez Galdós en el candelero? A los grandes hay que recordarlos, hay que leerlos, hay que ventearlos «urbi et orbi», y más si en este caso plantea la justicia social tan lejos todavía de lo existencial; pero, ¿solo nos queda el «soñemos, alma, soñemos«, o, tal vez ni eso?

La obra fue dedicada a Serafín y Joaquín Álvbarez Quintero, «gloriosos mantenedores de un teatro resplandeciente de inefable gracia y alegría, arte bienhechor que endulza los amargores de la existencia humana. Su apasionado admirador y amigo, B. Pérez Galdós».

La obra termina, dirigiéndose Celia al público, con una idea sustantiva que deberíamos tener en cuenta, de ahí su didáctica: «¡Ah! Mi felicidad, sí… Por lo que voy viendo, la única felicidad que Dios me concede consiste… en hacer felices a los demás». ¿Puede uno ser feliz sin los demás, como tantas veces he escrito? O, en otras palabras, haciendo felices a los demás, uno es feliz.

La dicotomía galdosiana -riqueza-pobreza- puesta en la picota nos enternece, nos apasiona; el desequilibrio es tal que el dramaturgo alza la voz en el escenario para que se represente y llegue a la conciencia de la burguesía. Bien entendido que la caridad no puede ser una solución. El daño es tan grande que hiere, y las personas no podemos permanecer pasivas. Los desafortunados piden justicia. Hay que bucear en los arrabales de la miseria, como hace Celia, para redimirles, para hacerles personas. ¿Triunfaría, hoy, la obra de Galdós como fue aclamada en 1913? La respuesta es que no, porque todavía preferimos caridad a justicia, desgraciadamente. Celia baja a los infiernos que no son otros que los barrios bajos de Madrid, en donde se amontonaban familias en miserables cuartos sin ventilización, sin luz, sin higiene; Celia contempla el horror de la pobreza; es lo que no querían ver los gobernantes.

Coda a la alcaldesa: Madrid está en deuda con Galdós; desde luego ha hecho más que la estatua -con caballo incluido-  que preside la Puerta de Sol. El novelista sigue vivo; el otro, para la historia y no precisamente para enaltecerla.