Poesía

José Hierro. Llama entre la madera y la ceniza

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En tiempos convulsos uno de los cobijos para la mente es refugiarse en la poesía y más si estamos ante uno de los poetas que más información ha suscitado en los periódicos y revistas; siempre hay un motivo para atraer a las páginas impresas al poeta madrileño-santanderino.

Los nueve libros escritos por José Hierro son analizados, si bien desde una atalaya, por don Isidoro Pisonero del Amo, Licenciado en Filología Hispánica y alemana, además de Catedrático. Con ese alarde que le caracteriza por su precisión y llaneza se adentra en un poeta en el que sustenta su poesía en la dicotomía reportaje y alucinación para explorar el corazón humano.

Aparte de la selección bibliográfica y una coda, embrión de todo lo descrito, configuran este ensayo cuatro apartados: Cómo se forja un poeta. Una vida de felicidad, dolor y esfuerzo. Poética de testimonio, personal y colectivo. De la poesía testimonial dolorosa, impregnada de la alegría de sentirse vivo, la irracionalismo desencantado de las alucinaciones, págs. 27-203. Lo fundamental es la lectura sosegada del último, que es donde José Hierro navega, aunque siempre teniendo en cuenta a Juan Ramón Jiménez y a Lope de Vega al que consideraba divino. Incluso para sacar una idea nítida de su poesía no estaría demás las remembranzas de los asertos: el machadiano «La poesía es palabra en el tiempo»; el de Ernesto Cardenal «La poesía es anuncio y denuncia«; el de J. Margarit «es la casa de misericordia«; el de García Baena «la poesía hace que la libertad se derrame como un gran fuego sobre los hombres»; y, sin duda, el común denominador de José Hierro: «La poesía es palabra en la música». Es decir, la poesía como arroyo literario, ahí es donde nos hallamos aunque solo sea con la mirada.

En su primer libro Tierra sin nosotros comienza con esa añoranza del hecho viviente, al partir, por necesidad, en contra de su voluntad, pág. 113. Es uno de los libros más citados del poeta y en el que cupo la sociedad durante tanto tiempo, «como / formas de otro planeta / que vive sin nosotros». Y así va desgranando el dolor con ese verso tan repetido «Alto fue el precio que pagamos: / miseria y llanto de los ojos» en el que solo quedaba la alegría de vivir, del canto salvífico. El mismo año se publica Alegría. Con el dístico «Hay que salir al aire, / desatar la alegría» da un vuelco a su poesía, si bien contenido, y exige solidaridad, no hay otra forma ante quien ha sentido temblar en su ser la necesidad de la alegría a la espera de los días soleados para apartar lo que es oprobio, para agarrarse a la vida. Tres años después Con las piedras con el viento, el destello necesario «teniendo el alma a oscuras» con limpidez versal hasta conseguir el clarear, la voz cantarina, («Descansa, comunicando / con las piedras, con el viento») con su conciencia, con su amada. Es cuando se vislumbra lo que previó en Quinta del 42, la amargura de toda una generación, un alarido de fracaso de una juventud pletórica que quiere vivir, que la imaginación triunfe. No puede brillar la sinrazón, la soledad («el canto / se me ha secado en la garganta»).

Con Estatuas yacentes estamos ante el Hierro contemplador en único poema-255 versos- ante el paso del tiempo detenido en dos personajes históricos de la catedral de Salamanca. Es la vuelta a quiénes somos y qué nos espera. Lo que sí parece exagerado como escribe el editor que el poema sea precursor de la poética de los novísimos», pág. 154, y menos formalmente, si nos atenemos a lo que aporta. Con el recuerdo del verso calderoniano «Esto es cuanto sé de mí» de El médico de su honra se vislumbra una ventana de aire fresco en su poesía. No se trata de un ciclo nuevo sino de un saber adentrarse aun más, en lo existencial en el que el yo lírico se expande desde un mirador más nítido al preguntarse «por qué habrá sido preciso / el dolor para cantar, / el morir para estar vivo». La nombradía se hace realidad («Orquesta de ruiseñores, / soñáis al alba el recuerdo / de vuestro canto de anoche»). Es más que emoción humana. Hombre y poesía juntos en una simbiosis de gracia para trazar un camino de esperanza ante tanta pesadumbre.

No sé si se difuminan como mantiene el editor «realidad y sueño, sujeto objeto», pág.162, en Libro de las alucinaciones, más bien se necesitan, se aúnan, no pueden separarse; pero menos que haya perdido «el sentido de la realidad » como mantiene el sr. Cañas,, citado, pág. 163. Son meandros en su río poético. Es crear como la naturaleza hace un árbol esa realidad imaginada que tiene unos aposentos en qué basarse para constituir una obra de arte en ese «imaginar y recordar«( «imaginar y recordar me llenan / el instante vacío»), hasta ese dolorido sentir «Ya no me importan nada / mis versos y mi vida». Es la poesía del intimismo, del yo abstraído en permanente esencialidad para llevar lo más recóndito del ser humano. ¿Por qué huye el poeta? ¿Por qué busca lo inconcreto? Estamos, tal vez, ante el límite; esa búsqueda del yo trasmuta en alucinación.

Después de tanto tiempo aparece Agenda. Sorprendió. Son 27 años de distancia con el anterior, aunque «la mayor parte publicados en revistas…», pág.177. No sé, si el libro cayó en tierra abonada como apuntan algunos críticos aportados por el sr. Pisonero, págs. 177-182. Más bien, no llegó al público, al menos para el que suscribe esta reseña. Pero, aunque solo sea por la excelencia del poema Lope. La Noche. Marta, es más que suficiente para tenerlo en la cúspide poética de la segunda mitad del siglo XX, de ahí mi extrañeza de que no se haya publicado entero porque es el mejor, el estandarte del libro Agenda, págs. 184-185. Es un Hierro entregado a Lope, a su poesía hecha de trozos de cielo, desnuda, de carne viva, a su capacidad de amar, a esa exigencia, «Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar». Grande, Hierro fundido en Lope. En el poema se avizora a un Hierro que desea fundirse con Lope y Marta. Creo que estamos ante uno de los poemas de más carga emotiva de la literatura, que es redondeada con el verso final y esa declaración de amor: esos ojos verdes que hacen oír el mar, en los que Lope desea incrustarse. Esos ojos verdes que le hacen oír el mar transportan serenidad, placer, encuentro, más allá. Identifica los ojos de Marta con el mar, que es sinónimo de final amoroso, de paz. No es solo cuerpo de mujer; es algo que se nos escapa de nuestro nuestro ámbito existencial. El amor no solo material sino también espiritual; más allá de la situación terrenal. José Hierro ha sabido captar el verdadero amor de Lope-Marta.

 Por si faltaba poco, la explosión mediática le vino con la publicación de Cuaderno de Nueva York; fue el más vendido-tengo dudas que fuera tan leído-, pero sí fue el que coronó toda una obra, la excelencia. Hay un poema que se adentra más que el resto por su profundidad, por su hermandad, por su silencio sonoro, por su inteligencia, por su más que recuerdo: «Cantando en Yiddish». Las hojas disecadas son la memoria cual resurrección de pascua florida.

El último verso del segundo terceto del soneto Vida, «después de tanto todo para nada» es de una persona que ha sufrido mucho-quizá por tantos- en el que se apoya el título del libro contribuye en demasía a la negatividad de la vida cuando debería ser lo contrario, un grito de rebeldía para extender la vida como un privilegio, como una dádiva, y así recordar al poeta culterano «que se nos va la pascua, mozas, que se nos va». O el renacentista Garcilaso, «Coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto antes que el tiempo airado…». Es la alegría de vivir.

En la poesía de José Hierro se enhebran musicalidad, plasticidad, vivencias hasta llegar a la máxima cota poética; es su tiempo, es su fe de vida. Sus palabras pletóricas de canto quedan cinceladas para la posteridad, para los que saben escuchar, para los que miran en el espejo más interior de la persona, para los que buscan el paraíso perdido; en ese donde reine el hermanamiento, la solidaridad eterna, quiere que nos encontremos. No fue otro el objetivo de su poesía.

Lo primordial es que canten las palabras, que el camino esté henchido de literatura, de poesía, de perfección, que nos sintamos partícipes de esa belleza con la que escribimos o amamos.
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Poesía

Roma, peligro para caminantes

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Se esperaba el libro como agua de mayo; corría el año 1968 en el que ya estaba instalado Rafael Alberti en Roma. La capital italiana le sirvió al poeta para adentrarse en otro mundo con esos paseos romanos y lanzar «urbi et orbi» un panorama sobrecogedor, insólito; pero también una «Roma en la noche, oscura voz de fuente, / Roma en la luz, clara canción del día».

Poco antes de la primera edición en México, 1968, conocimos varios poemas del libro en el tercer número de la revista Litoral en un homenaje al poeta gaditano. El libro está fechado por el poeta: 1964-1967; salió por vez primera en julio de 1968. En 1972, el editor Mondadori lo publicó en Milán en edición bilingüe; eso sí, está incompleta porque el traductor murió poco antes de la traducción total del libro. La primera edición en España la publicó Litoral , Málaga-marzo MCMLXXIV. El poeta mandó un escrito para tal fin en el que había hecho la Roma «antioficial y antimonumental, la más antigoetiana que pueda imaginarse». Pero también quiso dejar nítida su posición; la de «un poeta lejano de su patria, que afronta su vida en medio de un pueblo sencillo y sorprendente». Después se publicó en Seix Barral, 1976; reimpresión, 1977. La cuarta-Aguilar, al cuidado de Luis García Montero,1988- y quinta edición-Seix Barral,2004- se incluyó en Obras completas que cuidó José María Balcells. Y ahora en Cátedra, con la novedad de que detrás de cada poema viene un comentario nítido para poder entender mejor los versos; así como un apéndice en el que comprende: » A Marco, perro de Santa María in Tratevere». «El poeta pide por las calles». «Abel Vallmmitjana, escultor». Abel Vallmitjana». «Para esta edición». Además todos con un comentario que nos aportan más luz. Este último constituye el prólogo de la edición de la revista Litoral en el que se incluye el autógrafo de Alberti y su transcripción. Y termina esta edición de 2021 con «apéndice textuales», págs. 231-258.

La creación del poeta va transformándose según el lugar en que habita. En esta ciudad de acogida se observa una actitud enorme en la que el vitalismo cobra una singularidad nueva, un dominio verbal tan característico que fluye según se van ensartando los versos. Es el nuevo Alberti en medio de una Roma imperial, pero copartícipe de una barrio de monumentos sí, pero también basuras, gatos, grietas, dejadez, gente del común, el bullicio de la vida popular. Trata de elevar a la categoría poética sus vivencias en la ciudad.

Como nos atestigua el editor, Roma , peligro para caminantes presenta una articulación compuesta por «un poema introductorio, y cuatro secciones relativamente homogéneas por temática y pautas métricas», pág.20. Más allá de la estructura, «posee una fuerte cohesión interna debido a su perspectiva espaciotemporal y a la urdimbre temática que construye el discurso albertiano sobre Roma», pág.22 . En el poema «Monserrato,20» que sirve de introducción se entrega completamente («¡Oh Roma deseada, en ti me tienes, / ya estoy dentro de ti, ya en mí te encuentras!») y lo termina con su yo claro: « un hijo de los mares gaditanos, / nieto de Lope, Góngora y Quevedo».

La primera sección consta de «X Sonetos». En el primero, con el título «Lo que tejé por ti» subyace un recuerdo a Argentina («Dejé por ti mis bosques, mi perdida / arboleda, mis perros desvelados») y en el último terceto aparece la añoranza, el sentimiento («Dame tú Roma, a cambio de mis penas / tanto como dejé para tenerte«). La segunda sección: «Versos sueltos, escenas y canciones» comienza con una exaltación y el recuerdo de Cervantes, «Cervantes entró en Roma por la puerta del Popolo. / «¡Oh grande, oh poderosa, oh sacrosanta / alma ciudad de Roma!» / le dijo, arrodillándose, / devota, humildemente». Para inmediatamente recordarnos al patrón de la ciudad juntamente con san Pedro: – «Soy San Pablo». Tampoco podía faltar el recuerdo de La Lozana andaluza de Francisco Delicado en el poema titulado «La Puttana andaluza» con una exaltación a la belleza corporal «que viene dando / amor y gracia y júbilo y desplante / a estas calles y vicoli de Roma» con un final nítido: «Te llamas como siempre y para siempre / te seguirás llamando: / La Lozana andaluza». No podía faltar el otro patrón de la ciudad eterna en el poema «Basílica de San Pedro» con esa petición final por la inmovilización en la que se halla sentado el santo con tantos besos en los pies: «Haz un milagro, Señor. /Déjame bajar al río, / volver a ser pescador, / que es lo mío». En esta amplia sección el poeta se detiene en el otoño de Roma en el que «empieza a coincidir el oro de la hojas de los árboles con el dorado de la arquitectura» en el que subyace, otra vez, su recuerdo argentino en su visita al Cementerio Acatólico de Roma. Y eso sí el Vaticano como centro: «Llega el otoño. El Papa / se marcha con las hojas a Nueva York. San Pedro vaga / cantando/

_ Al fin, ¡solo en el Vaticano!«.

En este otoño en su visita al Cementerio Acatólico se detiene en lápida del gran poeta inglés con su impresionante Ode to a Nightingale y su epitafio, «Here lies a man whose name was write», «Pienso en Keats muerto en Roma / y siempre amortajado entre violetas». Destaquemos, también, otros que nos conmueven: «Misericordia, Señor». «Nocturno». Predicción». «El agua de las fuentes innumerables». Y cómo no, al monstruo de la poesía y el teatro : «Gatomaquia romana. ¡Qué poema / hubiera escrito aquí Lope de Vega! Y el último: «Cuando me vaya de Roma» en el que al final sobrevuela Keats: «Y al agua corriente / que escribe mi nombre / debajo del puente».

La tercera sección comprende XI sonetos. Todos son admirables, sin duda. Destaquemos «Entro, Señor, en tus iglesias » con el último terceto que refleja su sentir: «Miran acá, miran allá, asombrados, / ángeles, puertas, cúpulas, dorados…/ y no te encuentran por ninguna parte». Vietnam , como una alarido, exigiendo paz » Lo grito desde Roma: ¡afuera! / Afuera esos fusiles y cañones, / esos cohetes, esos aviones, /esa bandera extraña, esa bandera». Esta protesta se extendió desde los Estados Unidos hasta los fines de la tierra en la que destacó Italia y España, un hervidero de paz. El último terceto es clarividente: «Pido la única paz, la verdadera, / la paz de un solo rostro, antes que muera/ . / Pido la paz. ¡ Lo grito desde Roma! Detrás, resuenan lo que ya describió Blas de Otero en Pido la paz y la palabra que tanto eco tuvo en su momento. En la cuarta parte titulada «Escritos con nombre (escritos en Roma«) podemos leer los poemas «Ugo Attardi, pintor». «Bruno Caruso, grabador». «Alisi Sassu, pintor». «Guido Strazza, Pintor». «Carlo Custtrucci pinta el botánico». Giuseppe Mazullo, escultor». «Corrado Gagli, pintor». «Umberto Mastroianni, escultor». Son ocho poemas de artistas que fue conociendo el poeta y posiblemente aprendiera técnicas artísticas de cada uno.

Sin duda, necesitábamos esta edición por lo que aporta en cada poema con su comentario. Si queremos saber las fuentes y la edición completa tenemos que recurrir, sin pensártelo, a esta de Cátedra.

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Alberti, R., Roma, peligro para caminantes. Madrid, Cátedra, 2021

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Teatro

Casa con dos puertas, mala es de guardar (Calderón de la Barca)

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La poética teatral de un gran dramaturgo que supo acoger las inquietudes de las personas y elevarlas al escenario para que fueran vistas y celebrarlas es de agradecer en todo tiempo y lugar. Por eso, hoy, todavía leemos a Calderón por la enseñanza que destila. Si a esto añadimos las formas con que se reviste en las que el gongorismo y conceptismo se aúnan no ha lugar para que el teatro calderoniano no sea apreciado y representado en el siglo XXI y los que vengan. Los grandes autores no tienen época.

La tríada Lope, Calderón, Tirso, enriquecen el teatro no solo español, también el universal. Y de hecho la crítica más exigente ya lo ha enaltecido, está esmaltado en las mejores de Historias de la literatura. Son tres dramaturgos con vida diferente. Calderón más concentrado, más riguroso, más hondo; su ferviente cristianismo-se consagró a Dios recibiendo la orden sacerdotal- suma, no resta. Si a Lope se le atribuye la creación moderna del teatro nacional, Calderón lo culmina con más profundización, con más ideología. Quizá la diferencia estribe en cómo lo observa Ruiz Ramón: «el arte teatral de Lope se hace ciencia teatral en Calderón». Hoy, sin temer a equivocarnos, podemos circunscribirlo dentro de la expresión Arte Total.

Con su obra Casa con dos puertas, mala es de guardar, dentro de la denominación de «capa y espada»-lúdico, sí, puro enredo, pero también destreza y profundidad en las relaciones humanas-, Calderón afina más en su estilo, llega, si cabe, a su plenitud. Además ya se encuentra con que la escena española está fijada en tres actos o jornadas y no en cinco como podemos observar en esta obra y esto facilita el equilibrio entre forma y contenido. Sin olvidarnos de una cierta flexibilidad con las unidades de acción, lugar y tiempo; esta, en concreto, de unas cuarenta horas; la primera jornada empieza al amanecer hasta la tarde; la segunda jornada después de comer; la tercera jornada otra vez al amanecer para terminar de noche («Dices bien, / mas considero también/que ya ha comenzado a cerrar/ la noche y que lo que, andando/ en tal parte, se mejora, …). La unidad de lugar trascurre sobre todo en Ocaña, pero también se alude a Aranjuez, y la gran mayoría en espacios cerrados. Muy lejos, por tanto, de los que han pretendido atribuirle oscuridad y menos los excesos culteranos como otros han querido enfocarlo.

El enredo, el suspense que tanto abunda en las obras de «capa y espada», permite esos encuentros furtivos; herramientas que Calderón manejó a su gusto. Al final de la primera jornada ya nos advierte (¡ Ay, Laura, cuánto te engañas!

¡Ay, cuánto me agravias, Félix!

¡Ay, cuánto nos sirve una

casa que con dos puertas tiene!

En el final de la jornada segunda el desencuentro y el acercamiento se columpian con un lenguaje preciso, conceptual, sencillo, nítido, entre Laura y Félix, clave para el posterior desarrollo («Yo bien disculpado estoy. -Si a aquesto va, yo también. -Pues vi en tu aposento un hombre. -Yo en el tuyo una mujer. -Si esto, cielos, es amar… – Si esto, fortuna, es querer… -Fuego de Dios en el querer bien. – Amén, amén.

Es en la tercera jornada cuando Félix, consumido por los celos (Que donde hay celos se acaba / todo, porque no hay honor / ni amistad que tanto valga) empieza a golpear la puerta. Laura también queda confundida por celos. El enredo es clamoroso hasta que se descubre las entidades de las dos parejas. Fue la llegada de Fabio para desenredar todo, que antes ya se había atrevido a dar la visión de las dos puertas («Oh mal haya /casa con dos puertas, pues /tan mal el honor se guarda!). Y Laura se muestra atrevida («Si una casa con dos puertas / mala es de guardar, repara / que peor de guardar será / con dos puertas una sala;). Finalmente acuerdan los matrimonios de las dos parejas; es Fabio el que sirve de enlace (» No tengo con qué responderos, /si Laura con vos se casa. – Pues para que veáis si es cierto, / aquesta es mi mano, Laura. / Y pues el haber tenido / dos puertas esta y tu casa/ causa fue de los engaños / que a mí y a Lisardo nos pasan, de la Casa con dos puertas, / aquí la comedia acaba».

Nada nuevo, pero es el sino de estas comedias de «capa y espada». La delicia con que se deslizan pensamiento y palabra te mantiene en vilo; esto solo se consigue con ese lenguaje poético con que Calderón se muestra.

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Calderón de la Barca, Pedro, Casa con dos puertas, mala es de guardar. Madrid, Cátedra, 2021

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Teatro

La boba para los otros y discreta para sí. Grande Lope de Vega, gloria nacional

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Lope es como el mar. Otra obra que hizo delicias del público en su momento, y ahora la editorial Cátedra, fiel al conocimiento y a la expansión de una de las voces irrepetibles, juntamente con Cervantes y Galdós, nos invita a que nos deleitemos leyéndola con su sabor, y saber. Atrévete a leerla, no te arrepentirás.

La crítica ha enmarcado esta joya literaria en el llamado ciclo de «senectute» (1627-1635). En Lope de Vega, al ser inmenso y portento literario, poco importa la clasificación; lo primordial es lo que encierra su obra. Hay que leer a todo Lope, quedaremos como inquietos y oreados de su fragancia. Si en casi todas las obras pensamos ahí está Lope, en esta obra está detrás del personaje Fabio, «el alter ego del dramaturgo» ( pág.27) como apunta Ane Zapatero. Además es el que hace las paces al final de la Comedia y contribuye a que la justicia y el nombre de Diana quede en el frontispicio; eso sí, antes, fue el artífice («¡ Ea, que ya sale amor / por donde entraron los celos ! / ¿Para qué estáis mirando? / Qué sirve, si los deseos / están pidiendo los brazos, / poner los ojos al sesgo?»). En un alarde de sapiencia, la editora traza las líneas primordiales desde su inicio, bien documentado, tanto en los problemas textuales como en testimonios, transmisión, cotejo, amén de las colecciones y ediciones singulares modernas.

Con esta obra, Lope pretende dar a conocer la hipocresía, la codicia, la ambición, la mentira de la corte; hasta dónde se puede llegar por conquistar el poder. Al final, es precisamente Diana la que representa la destreza, el honor, la gallardía, la sutiliza, su inteligencia para conquistar lo que le pertenece por testamento o por ley natural; qué importa que naciera de una violación; para Lope no hay distingos, todos y todas son iguales ante el derecho, más allá de que haya nacido fuera de las normas establecidas por la sociedad; aquí la «la expresión hija natural» cobra todo su esplendor. Diana tuvo que luchar para reconocer que tiene sangre noble para ocupar el poder por nacimiento. Un hecho más del gran Lope para aupar a la mujer, como en casi todas sus obras,

En esta edición el apartado crítico es digno de alabanza por el trabajo arduo que ha debido suponer (págs. 225-247). Incluso la sinopsis de la versificación de los tres actos de que consta la comedia con el total de todas a las que recurre Lope, así como el tanto por ciento. La estrofa más usada es el romance (42,59%); la que menos seguidillas (0.28). El resto son redondillas, silva, octavas reales, romancillo, décimas y quintillas. Todo un acopio de perfección que solo un dramaturgo como Lope puede conseguirlo. Ante los diálogos nítidos y rápidos quedas absorto; te ensimismas con esos versos lúcidos, amorosos, ardientes, en continuo suspenso, pero con una lectura que se hace amena, y nos tiene en vilo hasta el final.

A Fabio le concede la despedida. » Aquí, sentado, se acaba / la boba para los otros / y discreta para sí; / y, pues sois discretos todos / perdonando nuestras faltas, / quedaremos animosos / para escribir, el poeta; para serviros, nosotros«.

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Ejemplar en la Biblioteca Nacional, 1635. Portada
Ensayo

Lope. El verso y la vida

Congratulémonos con un nuevo ensayo sobre Lope de Vega, grande entre los grandes, a pesar de tantas tonterías que se han dicho y se dicen de él. Esto solo puede venir de los alicortos, de los envidiosos, de los que no leen a Lope y luego pontifican sobre todo en los medios de comunicación. Simplemente estoy harto de los chascarrillos que se suelen escribir del poeta por excelencia, de la lumbrera que ha servido a tantos poetas y dramaturgos; si hubiera nacido inglés irían a venerarlo-perdón a los cristianos por el término- al sepulcro. Aquí, no sabemos dónde se encuentra. El autor de este ensayo escribe: «Los restos de Lope pasan al osario común de la iglesia de San Sebastián» (pág.31). Ese osario no sabemos dónde está. «En 1658 debieron de trasladar los huesos del poeta al dicho osario» (pág.344). Ignoramos sus restos; sabemos que fueron removidos a principios del siglo XIX («fueron extraídos y arrumbados». Américo Castro lo define como «criminal profanación»). Para la posteridad ha permanecido la pequeñez de los que ejercen el poder. Pero, la savia poética ha permanecido. Esto es lo más importante. Su entierro constituyó uno de los acontecimientos dignos de tal persona. Madrid se postró, se paralizó; desde su casa hasta la iglesia de san Sebastián se agolpó la gente un 28 de agosto en el que el silencio pudo más. Las honras fúnebres prosiguieron en el mes de septiembre. A buen seguro fue acogido por un coro de ángeles.

La frase mítica: «Es de Lope». El pueblo llano tiene una sabiduría que no poseen los que gobiernan-da igual el ámbito-. Cuando mandan se les nubla la inteligencia.

Ocho partes conforman el libro, amén de un prefacio, una cronología, 13 tablas de ilustraciones, 1.448 notas al final y una amplia bibliografía, sobre esta me extraña que si cita el manual de Valbuena Prat-tomo II-, olvide a J.L. Alborg que nos ha servido, nos ha guiado tanto a generaciones anteriores a la del ensayista. Y además, hoy, incluso es luz para adentrarse en la enorme obra de Lope; claro, y no solo de este. La lucidez estilística no puede quedar en la sombra.También me hubiera gustado que la primera cita del Prefacio perteneciente a Azorín y que podemos leer, también, en la contraportada hubiera sido completa, «aguja de marear» (1. Martínez Ruiz, 1960-pág.361) . En cuanto a la cronología mantiene que nació el día 3 de diciembre de 1562 siguiendo a Luis M. Vicente; sin embargo, otros «lopistas» mantienen el 25 de noviembre o el 2 de diciembre (día de san Lope) que también  nombra en la página 40. Poco importa. Pero para el mundo lopiano quedarán esas dos fechas el 25 o el 2. Son las más certeras.

La lectura de los versos de Lope son una delicia; uno de los aspectos clarividentes de Antonio Sánchez ha sido ese intercalar poesía a la vez que desgranaba la vida y la obra del poeta. Es una forma de leer al Fénix ya que toda su obra es inmensa. Su desmesura es difícil de abarcar, de ahí que este ensayo contribuya a ensalzar la figura de Lope para que de una vez comprendamos la luz que irradia su obra, ese altar literario en que se encuentra que todavía algunos no se han enterado. Por favor, no escriban los que no lo han leído, que de estos abundan. Da igual el tipo de poesía que elijamos, siempre el sentimiento está ahí. Veamos el terceto que dirige a Micaela cuando la conoce, todo un testamento amoroso: «cuando Amor me enseñó la vez primera / de Lucinda en su sol los ojos bellos / y me abrasó como si rayo fuera».

Ante la pasividad de la actriz o quién sabe, escribe: «Tú sola mereciste mi desvelo / y yo también, después de larga historia, / con mi fuego de amor vencer tu hielo».

Hoy, muy pocos poetas se embelesan ante el sentimiento que acude de vez en cuando. Su fe religiosa también le visita y a ella se entrega con sus Rimas sacras. Su sacerdocio quedó para la posterioridad: «De todo cuanto es  bien mortal desisto; / humilde adquiero la cruzada estola, / y la suprema dignidad conquisto». Es el Lope entregado a su fe que se ensimisma en el conocido soneto «¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras; /¿qué interés se te sigue, Jesús mío, / que a mi puerta, cubierto de rocío, / pasas las noches del invierno oscuras?»

Aunque, Lope, en un principio habla de amor platónico cuando ve a Marta, con el tiempo los ojos verdes de la joven-casada fueron a más, hasta fundirse lo espiritual y lo material. El poeta quedó arrobado: «Canta Amarilis, y su voz levanta / mi alma desde el orbe de la luna / a las inteligencias, que ninguna / la suya imita con dulzura tanta». (…) «Quién no amará tantas gracias, tanta hermosura y celestial ingenio?».

Cuando Marta quedó ciega, el poeta se entrega al dolor: «Cuando yo vi mis ojos eclipsarse, / cuando yo vi mi sol escurecerse, / mis verdes esmeraldas enlutarse / y mis puras estrellas  esconderse /, no puede mi desdicha ponderarse, / ni mi grave dolor encarecerse, / ni puede aquí sin lágrimas decirse / cómo se fue mi sol al despedirse». Esto no lo puede escribir una persona que no ama.

Y finalmente, ¿alguien duda de su dramaturgia de la que vivió? Por algo habrán quedado para siempre los dos dramaturgos universales por excelencia: Lope de Vega y Shakespeare. Sí, no tengamos miedo en proclamarlo (y ya que cito al dramaturgo inglés , …in a loud clear voice).

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Sánchez Jiménez, A., Lope. El verso y la vida. Madrid, Cátedra-biografías-, 2018