Teatro

Casa con dos puertas, mala es de guardar (Calderón de la Barca)

La poética teatral de un gran dramaturgo que supo acoger las inquietudes de las personas y elevarlas al escenario para que fueran vistas y celebrarlas es de agradecer en todo tiempo y lugar. Por eso, hoy, todavía leemos a Calderón por la enseñanza que destila. Si a esto añadimos las formas con que se reviste en las que el gongorismo y conceptismo se aúnan no ha lugar para que el teatro calderoniano no sea apreciado y representado en el siglo XXI y los que vengan. Los grandes autores no tienen época.

La tríada Lope, Calderón, Tirso, enriquecen el teatro no solo español, también el universal. Y de hecho la crítica más exigente ya lo ha enaltecido, está esmaltado en las mejores de Historias de la literatura. Son tres dramaturgos con vida diferente. Calderón más concentrado, más riguroso, más hondo; su ferviente cristianismo-se consagró a Dios recibiendo la orden sacerdotal- suma, no resta. Si a Lope se le atribuye la creación moderna del teatro nacional, Calderón lo culmina con más profundización, con más ideología. Quizá la diferencia estribe en cómo lo observa Ruiz Ramón: «el arte teatral de Lope se hace ciencia teatral en Calderón». Hoy, sin temer a equivocarnos, podemos circunscribirlo dentro de la expresión Arte Total.

Con su obra Casa con dos puertas, mala es de guardar, dentro de la denominación de «capa y espada»-lúdico, sí, puro enredo, pero también destreza y profundidad en las relaciones humanas-, Calderón afina más en su estilo, llega, si cabe, a su plenitud. Además ya se encuentra con que la escena española está fijada en tres actos o jornadas y no en cinco como podemos observar en esta obra y esto facilita el equilibrio entre forma y contenido. Sin olvidarnos de una cierta flexibilidad con las unidades de acción, lugar y tiempo; esta, en concreto, de unas cuarenta horas; la primera jornada empieza al amanecer hasta la tarde; la segunda jornada después de comer; la tercera jornada otra vez al amanecer para terminar de noche («Dices bien, / mas considero también/que ya ha comenzado a cerrar/ la noche y que lo que, andando/ en tal parte, se mejora, …). La unidad de lugar trascurre sobre todo en Ocaña, pero también se alude a Aranjuez, y la gran mayoría en espacios cerrados. Muy lejos, por tanto, de los que han pretendido atribuirle oscuridad y menos los excesos culteranos como otros han querido enfocarlo.

El enredo, el suspense que tanto abunda en las obras de «capa y espada», permite esos encuentros furtivos; herramientas que Calderón manejó a su gusto. Al final de la primera jornada ya nos advierte (¡ Ay, Laura, cuánto te engañas!

¡Ay, cuánto me agravias, Félix!

¡Ay, cuánto nos sirve una

casa que con dos puertas tiene!

En el final de la jornada segunda el desencuentro y el acercamiento se columpian con un lenguaje preciso, conceptual, sencillo, nítido, entre Laura y Félix, clave para el posterior desarrollo («Yo bien disculpado estoy. -Si a aquesto va, yo también. -Pues vi en tu aposento un hombre. -Yo en el tuyo una mujer. -Si esto, cielos, es amar… – Si esto, fortuna, es querer… -Fuego de Dios en el querer bien. – Amén, amén.

Es en la tercera jornada cuando Félix, consumido por los celos (Que donde hay celos se acaba / todo, porque no hay honor / ni amistad que tanto valga) empieza a golpear la puerta. Laura también queda confundida por celos. El enredo es clamoroso hasta que se descubre las entidades de las dos parejas. Fue la llegada de Fabio para desenredar todo, que antes ya se había atrevido a dar la visión de las dos puertas («Oh mal haya /casa con dos puertas, pues /tan mal el honor se guarda!). Y Laura se muestra atrevida («Si una casa con dos puertas / mala es de guardar, repara / que peor de guardar será / con dos puertas una sala;). Finalmente acuerdan los matrimonios de las dos parejas; es Fabio el que sirve de enlace (» No tengo con qué responderos, /si Laura con vos se casa. – Pues para que veáis si es cierto, / aquesta es mi mano, Laura. / Y pues el haber tenido / dos puertas esta y tu casa/ causa fue de los engaños / que a mí y a Lisardo nos pasan, de la Casa con dos puertas, / aquí la comedia acaba».

Nada nuevo, pero es el sino de estas comedias de «capa y espada». La delicia con que se deslizan pensamiento y palabra te mantiene en vilo; esto solo se consigue con ese lenguaje poético con que Calderón se muestra.

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Calderón de la Barca, Pedro, Casa con dos puertas, mala es de guardar. Madrid, Cátedra, 2021

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Novela

Bella del Señor: novela de A. Cohen

Que Albert Cohen haya sido comparado con Shakespeare o Proust, tal vez sea exagerado; pero sí estamos ante un escritor que va más allá de la medianía alta y, sobre todo, con esta novela pletórica de lo existencial en las relaciones humanas y hasta dónde podemos llegar para dar rienda a lo que añoramos, aunque al final llegue la degradación y en qué situaciones no podemos huir; peor es llevar una existencia sin significado; la eterna pregunta: para qué hemos venido; hay que recurrir a la amistad como roble sagrado para andar este camino. ¿Cómo lo recorremos? Esa es la clave.

La literatura nos da salidas, pensamientos, reflexión. Quedas como embelesado ante tantas palabras bien puestas y certeras con dominio abrumador del lenguaje. El principio en que se sostiene «que no existe absoluta virtud» (pág. 220) te sobrecoge, te achica; estamos, por tanto, ante la imperfección, pero llena de voluntad para proseguir. Expresiones como «si dentro de tres horas no ha caído rendida de amor, nombro a su marido director de sección»(pág. 217) es más que osadía. Es la búsqueda sin que acertemos plenamente de algo que nos concierne como personas e intentamos que sea a través del amor con lirismo romántico. Páginas y más páginas al encuentro amoroso: («Oh comienzos de su amor, preparativos de ella para estar hermosa, locura de ponerse hermosa para él, delicias de las esperas, llegadas del amado a las nueve y ella en el umbral aguardando, en el umbral y bajos las rosas. (…) Oh ferviente regreso, no puedo sin ti, le decía, al regresar, y de amor hincaba la rodilla ante ella que de amor hincaba la rodilla ante él, y venían los besos, ella y él, arrobados y sublimes…», pág. 261). Y si hay que recurrir a la formación religiosa se hace al recordar el tema del Pentecostés: «Creyente alma mía, / muéstrate ufana y contenta / aquí llega tu divino rey» (pág. 265). Las personas estanos hechas de sentimientos y cuando necesitamos exteriorizarlos nos entregamos. El exterior deja de existir y nos decantamos por el rito.

Siempre estamos a cuestas con el mismo tema: son los celos. Creo que no podemos quedarnos en eso, si fuera así no perderíamos el tiempo leyendo más. ¿Estamos ante un varapalo al concepto de amor romántico, como seducción, como deterioro o simplemenre  a la dualidad atracción- rechazo  como inserto en la relaciones humanas? Lo que no se puede entender entonces es que todo se sacrifique por seguir «a su amado». Esto se llama nítidamente sometimiento, aceptación en la que ante la pasividad-actividad siempre triunfará la última. Como personas no se puede aceptar esa pasividad; es aquí donde hay que rebelarse y sin embargo la mujer, en este acaso, la acepta; desea esa pasividad. A todas luces esto es negativo. Al mismo tiempo nos podemos hacer la pregunta ¿es libre o no? Aparentemente eso es lo que se trasluce. No vale decir es que es el carácter dominador del escritor, del amante sobre la amada. ¿Dónde la libertad, entonces? Dejamos de ser persona si lo aceptamos voluntariamente. En este caso el ofuscamiento, la entrega, el saber que su cuerpo es amor («O, si no, abría la bata, contemplaba sus pechos en el espejo, sus pechos. Enhorabuena, decía a sus pechos. Sois mi gloria y mis sostén. (…). En la suculenta penumbra, se desabrochó el vestido hasta la cintura, agitando las puntas como salas y deambuló, contándose que era la Victoria de Samotracia»). Y así, palabras tras palabra, enhebraba,hacía suyo todo lo que deseaba y esperaba con locura.

Quizá sea exagerado, ¿ pero es posible que estemos ante una obra colosal como la obra maestra de la literatura amorosa del siglo XX? Aquí no se trata de opiniones sino que nos acerquemos sin traumas, sin anteojeras, y nunca dejar de leerla aunque nos sea demasiado profunda y haya momentos en que digas no sigo más, no puedo más; esta no es la típica novela de pasar el rato; si pretendes eso, no comiences.