Por segunda vez participo en una de las carreras en Santa Eulària des Rius (Ibiza); ya estuve en la de Formentera y en la de Palma de Mallorca. Las tres son paradisíacas por el entorno en el que se desenvuelven; además en Santa Eulària sientes esa puesta de sol con el mar al lado. No puedes olvidarlas por su singularidad, al final por tu cabeza se desliza el pensamiento de que volverás.

A dos kilómetros de la meta en una tarde calurosa y a ratos con aires ibicencos.
Mucho público se agolpó tanto a la salida como en meta con aplausos sentidos y griteríos felices. Esta carrera es una de las mejores organizadas, se afianzan cada vez más para que quedes contento y vuelvas. Me cabe la satisfacción de nombrar dos hechos que me enternecieron; uno – sería aproximadamente sobre el kilómetro nueve- cuando una persona de voz cantarina, melodiosa, delicada – tal vez una niña- me dijo «¡ánimo Félix! En ese momento sentí un escalofrío y me acordé de esa niña que recibe al Mío Cid cuando arriba a Burgos mientras las puertas está cerradas «a cal y canto». Y el otro momento fue cuando el «speaker» en los últimos 100 metros gritó por los altavoces «¡ánimo Félix!». Son los únicos que recibí en toda la carrera. En este último la felicidad fue enorme ya que había mucho público que empezó a aplaudir con fervor.
Al día siguiente, domingo de Ramos, a primera hora, me fui a ver en qué consistía la expresión «misa ibicenca» que advertí en las informaciones que te dan en los hoteles; en realidad, salvo la lengua-que fue toda en catalán, con acentos propios de la isla- fue como todas; el templo se llenó; tampoco me sorprendió que fuera del templo-estaba en en la calle principal- se amontonaran tanto público en los laterales y en el centro, a la espera de la procesión de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén hace siglos para rememorarlo, poco antes de la última cena. Fue presidida por varios sacerdotes, y muy cerca el alcalde, concejales, guardia civil, cofrades-todos con prendas impecables; detrás y delante mucho público con ramas de olivos, de palmeras y laurel. Tampoco faltó la música. Una vez que dieron el permiso para comenzar nos enfilamos por las calles principales y pronto se empezó a subir por calles empedradas hacia «Puig de Missa» en donde tendría lugar la misa solemne. Esta iglesia está en una colina y fue uno de los cuatro templos fortaleza «que se erigieron en la isla como protección frente a los ataques de los corsarios turcos y norteafricanos». No hace falta decir la belleza que sientes y ves cuando desde esta altura contemplas el pueblo, el mar, los montículos y más con un sol de justicia en que la claridad lo preside todo.
La iglesia no es grande; parece ser que «tras la reconquista cristiana de la isla, en 1235, se edificó un templo en la colina». Como dato, aquí solo se celebran misas los domingos y fiestas de guardar; el resto de días, en la Capilla de la Virgen de Lourdes de donde partió la procesión.
Estos días, en la isla, me acordé de la novelista M. Roig; más en concreto de su novela La hora violeta. Es una obra que no puede quedar en el desván, y más si eres mujer; su lectura enriquece; en uno de sus pasajes, recuerdo la expresión «La hora violeta tanto a la hora del ocaso como la del alba». Ella hacía mención a la obra de T.S. Eliot The waste land, en concreto al verso «At the violet hour, the evening hour that strives Homeward» (esta idea está recogida en mi «blog», en salutación). El poeta resaltaba la hora violeta al atardecer-al ocaso-. Montserrat Roig mantenía que también se producía al alba. Con esta idea, observé esa hora al atardecer en donde se celebró la carrera. Pensé que era un momento ideal para contemplar la hora violeta al alba; con esta idea, salí del hotel a entrenar, a las siete de la mañana, el día 3 de abril, y la alegría fue enorme porque también como escribió la novelista se producía este hecho. Vi cómo una mujer con su cámara en ristre sacaba fotografías, y también el conductor de un camión de basuras, se bajó y empezó a fotografiar con su móvil. Yo no llevaba móvil, pero se me pasó por la cabeza bajar a la arena, a la orilla del mar donde estaba la mujer y pedirle si me podía mandar a mi correo electrónico las fotos; no me atreví. No sabía cómo me iba a responder, y en cuanto al conductor montó rápido en el camión y marchose y yo proseguí entrenando ya con vuelta a desayunar al hotel.