Ensayo

Don Quijote de la Mancha o el triunfo de la ficción caballeresca

No sé si estamos ante una nueva lectura o ante un estudio inédito para ahondar más si cabe en el libro que embelleció al mundo de las letras. De cualquier forma, he aquí un libro imprescindible para recordar y proseguir con la ejemplar novela. No te debe importar el tiempo que tardes en su lectura; sus meandros e incluso sus arroyos literarios te animan a pesar de que, a veces, quedes en suspenso en lo que tu mente te descifra, aun siendo chocante, pero siempre saludable.

La portada es nítida en cuanto al colorido, a lo lúdico y espectáculo; estamos ante certámenes, justas caballerescas en lo que también lo literario se establece, bien como exaltación de los libros e incluso en hechos burlescos, fiestas cortesanas o «festejos dedicados a la beatificación o canonización de los santos» para que el mensaje sea más esclarecedor. Todo le permitió a Cervantes asir una sociedad que se tambaleaba, y que hoy nos sirve para nuestra formación. Las frases últimas de este ensayo atestiguan la valía después de tantos siglos: «…el Quijote se alzó como la representación máxima de la ficción novelesca, lo que equivalió finalmente a convertirse en el modelo por antonomasia de cualquier ficción y muy especialmente la literaria», pág. 270.

El libro consta de un Prefacio y trece capítulos. En las primeras líneas del Prefacio, la autora nos avanza: «…hemos tratado, en primer lugar, de leer de nuevo la obra cervantina a la luz de los torneos y las justas caballerescas y literarias, situándolos en el contexto histórico en el que surgieron», pág. 11. Dos reinos, el de Castilla y el de Aragón, y la ciudad que pisa primero el hidalgo: «Barcelona, centro neurálgico de comunicaciones entre el resto de España, Europa y el Mediterráneo». pág.13. Me ha alegrado leer que Cervantes supo libar en varios géneros «para producir su propia miel escrituraria a través de un ejercicio máximo de imitación compuesta», que casi siempre olvidamos. Pero bien es cierto, que a lo inventado sacó ese personaje que supo crear su panal. Aurora Egido trae a colación, en este sentido, las palabras de Polonio respecto a Hamlet: «Though this be madness, yet there is method in it», pág.16. En las dos partes hallamos la dicotomía hechos literarios e históricos contemplados desde el «espejo cóncavo de la locura de su héroe».

En el capítulo primero-«El juego del torneo y las justas de lucimiento»- se nos advierte de que Cervantes » no fue la causa directa de la desvalorización de los libros de caballería» por si quedaba alguna duda. La tríada torneo, justa y certamen están en el mismo campo semántico, aunque quizá con matices. Aurora Egido documenta de forma brillante cada uno por separado y en conjunto con ese trabajo arduo que observo en las páginas según voy leyendo y me obliga al descanso intelectual ante un libro singular. Una sociedad cargada de «resonancias militares», pero con la carga de la aristocracia y realeza en cada instante para enaltecer las riquezas que poseían y su jerarquización. Incluso en el siglo XV la iglesia los sancionó y entraron a formar parte de la sacralización, que luego se extendería con la denominación de torneos espirituales y posteriormente en lo que hemos dado en llamar literatura mística. Este espíritu caballeresco no solo fue nacional, abarcó al resto de Europa. Sin duda, este hecho sirvió para acoger Quijote ante un hecho revolucionario en las artes. El caballero andante se adentró en las conciencias de las personas que atisbaron cómo lo histórico, lo literario se aposentaban en lo viviente. Cervantes supo libar en la tradición para llegar a la cúspide de la relación materia-espiritualidad; ficción-realidad. Lo literario y la justa caballeresca se dieron la mano para amasar aun más la importancia del buen hacer para siglos venideros.

El capítulo segundo-«Las órdenes militares y el Quijote«. Cervantes supo recoger «las órdenes militares» por su importancia no solo de defensa; no podemos olvidar que la dualidad religión-militar las aunaba. («Los principios caballerescos de caridad, lealtad justicia y verdad, inherentes al caballero, conforman un ideal puesto al servicio de la fe católica y también la del señor terrenal», pág.36. Primordial en este capítulo es que la autora nos muestra la diferencia de las órdenes militares en la primera y de la segunda, pues «en esta sería capital la presencia de san Jorge», ya en el reino de Aragón y a los pies de Barcelona, abierta al mundo y al Mediterráneo. Cervantes, en este aspecto, se nos muestra como gran conocedor. Además supo diferenciar a los caballeros reales de las órdenes militares con los de las novelas de caballerías con esa impronta ficcional tan dado en la obra aunque lo veamos en clave humorística, sobre todo, en los personajes Quijote, Sancho y Dulcinea para elevarlos a una clase destellante. La ficción como común denominador en esa fabulación literaria.

Con buen criterio se alude a la diferencia entre el caballero cortesano «encerrado en sus dominios» y el caballero andante, «que discurre a lo libre por los caminos del mundo». Cervantes no iba, no se detenía con los sedentarios, con aquellos que tenían las ideas alicortas, encerradas en su yo; de ahí que recurra al idealismo, a la ensoñación, a la invención de esos caballeros andantes; sin duda, estos no son los que aparentan ser caballeros. He ahí la razón de su creación.

El capítulo tercero: Caballeros santos. Todo por san Jorge. Tal vez haya una cierta preferencia por todo lo que rodea este capítulo, lo cual no quiere decir que no sea certero, pero se advierte y al mismo tiempo resalta el conocimiento que tuvo Cervantes de los tratados militares. Quizá en una lectura apresurada de la obra de Cervantes se nos escapen algunos hechos como esos caballeros santos. La figura de san Jorge es la que más se yergue «puesto a caballo con una serpiente a los pies y la lanza atravesada por la boca…», Santiago como «patrón de las Españas a caballo, la espada ensangrentada…»; y sobre todo con esa expresión en boca de Sancho que ha quedado en boca de todos: «¡ Santiago y cierra España!». Martín como «de los aventureros cristianos». A estos tres santos hay que añadir a san Pablo con el apelativo de doctor, «catedrático y maestro que le enseñase el mismo Jesucristo», pág.60. La autora se detiene en magnificar a san Jorge al recoger su importancia o toda su leyenda de lo que se ha escrito o dicho: «sant universal», «megalomártir», su universalidad, unido a las Cruzadas, patrono del reino de Aragón; la Generalidad de Cataluña en 1461 convirtió el 23 de abril en fiesta nacional del reino de Aragón junto a la Virgen María, aunque ya lo había hecho antes la ciudad de Barcelona; patrón de Cataluña a instancias de la Generalitat, págs. 63-68. Tampoco podía faltar que aunque nombrada la ciudad de Zaragoza, no llegó visitarla y prosiguió a Barcelona, ciudad abierta al mar que exalta en todo momento. Pero bien matiza Aurora Egido al final del capítulo que Cervantes fue «buen conocedor de las justas que celebraba Zaragoza en honor de san Jorge, donde los caballeros de su cofradía habían alimentado secularmente los torneos en las entradas reales», pág.77.

Al calor de las imprentas de Zaragoza y Barcelona es el título del capítulo cuarto en el que se hace hincapié: «Zaragoza fue después de Sevilla, y junto a Toledo, la ciudad en la que se publicaron más libros de caballerías…». Las prensas se convirtieron en propagadoras de los diversos certámenes poéticos, amén de la difusión de los pliegos sueltos, claves para comprender los avatares de una sociedad convulsa por tantos hechos como se avecinaban. En concreto, Barcelona se convirtió «en centro mediático en el siglo XVII, sus imprentas fueron una muestra de la difusión de las muchas relaciones que corrían de mano en mano gracias a los pliegos sueltos», pág.86; por ejemplo, a las fiestas por san Raimundo de Peñafort. Se advierte de que los pliegos se escribían en catalán y castellano.

Cambio de destino, capítulo quinto. Por si el lector no se había percatado, de nuevo, se nos dice que » don Quijote decide ir al reino de Aragón y a la ciudad de Zaragoza para asistir a las solemnísimas justas por la fiesta de san Jorge», edición, 1615. Inmediatamente se nos aclara el motivo por el que pasó de largo: «la aparición del apócrifo le obligara a cambiar definitivamente ese destino».

Los grados de la caballería son evidentes, puesto que no todos los que se llaman así lo son. La evidencia del ser y parecer se deslinda. También la dualidad armas-letras dan pie para entender mejor; en este aspecto se diferencian las órdenes religiosas que no podían ser militares por su origen. Añadamos la nitidez entre los caballeros cortesanos y los caballeros andantes verdaderos, estos estaban sujetos «al sol y al frío»; los otros, encerrados en sus habitaciones paseaba con su imaginación «mirando un mapa».

En este capítulo, tiene importancia la «Cofradía de san Jorge»- aunque se repita-, la Corona de Aragón adoptó «al caballero y mártir san Jorge como su patrón». Sus caballeros se diferenciaban de otros.

Capítulo sexto. Orillas del mar. Entre caballeros, damas y muchachos. Está bien que se nos recuerde, de nuevo, la importancia de los pliegos sueltos en los que hallamos los eventos principales de la segunda mitad del siglo XVI y parte del siglo XVII, en las lenguas castellana y catalana. El hervidero social de aspectos, a veces, increíbles los hallamos en estos pliegos; era la mejor forma de llegar a la sociedad; los relatos informaban, capital en años convulsos, de ahí su proliferación.

No sorprende que se haga mención a «muchachos»: «le seguían los muchachos por las calles como si fuera loco, diciendo a voces. Al hombre armado, muchachos, al hombre armado». Las niñas, los niños tuvieron su importancia en los festejos tano religiosos-sobre todo procesiones- como profanos; quizá más aquellos. Un dato significativo en Barcelona es cuando Quijote sale al balcón para que se rían o mofen «a vista de las gentes y de los muchachos». Otro tanto ocurrió cuando salió a pasear por la calle con un letreo en su vestimenta. Presencia o no de Cervantes en Barcelona no quita para mantener que había leído o paseado por ella por lo certero que resulta de sus descripciones. Los historiadores del hecho literario se decantan por su estancia antes o después. Sus elogios («archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospìtal de los pobres, etc.) nos hacen pensar que sí. Su singularidad y abierta al mar la enaltecen. Y un dato que no puede pasar desapercibido: la aparición de muchas lenguas en contacto «con el catalán y el castellano».

En el capítulo siguiente se insistirá en la presencia continua de niños y niñas en los acto religiosos y en los festejos en la calle o en los templos. Se nos recuerda con motivo de la canonización de san Raimundo de Peñafort en varios momentos: en los festejos de 1601 » la presencia de niños vestidos de blanco y coronados de flores, la igual que la de las niñas». (…). «El número de niños en procesión va creciendo conforme la relación…». (…). «No faltaron tampoco los niños pobres» . Las diversas clases sociales se dieron cita para enaltecer a san Raimund0, pág. 135.

El capítulo séptimo está coronado con Gigantes y caballitos cotoneros. Un paso más en la investigación en la que se detallan las fiestas y los torneos; se extienden a «ciudades, villas y lugares». La caballería se aposentaba con otras miras. Las cofradías, las universidades, las órdenes religiosas tomaron los eventos no solo como algo lúdico, también como cultura, como sapiencia. Las justas literarias llevaron la iniciativa y se unificaron, aun más, lo caballeresco y lo religioso. Se nos aclara que Cervantes fue testigo de esos gigantes y cabezudos que pululaban en las fiestas de los pueblos, incluso en el Corpus Christi; sin duda, un poco chocante porque lo fundamental de esta fiesta religiosa todas las miras deben ir a la consagración de Cristo en forma-hostia-. La autora refrenda que los gigantes de Quijote, contrahechos o no, merecen también en la tradición festiva de las figuras que los habían representado secularmente en las procesiones del Corpus Christi y en otras muchas», pág.140. Torneos y gigantes se asociaron ya en el siglo XV, y proliferaron a partir del siglo XVII. También los caballitos cotoneros tuvieron su importancia en los diversos estratos de la sociedad. Pero la figura que destella en este capítulo es la de san Raimundo de Peñafort y unas páginas dedicadas a hechos del Quijote de Avellaneda.

Caballeros con espejos armados a la antigua. El Paso venturoso, Capítulo octavo. Empieza, de nuevo, con el recuerdo de las fiestas barcelonesas por san Raimundo de 1601. Un capítulo en que la base versará sobre el santo. Comienza con una convocatoria «que los conselleres y el consejo de la ciudad mandaron publicar en honor del santo» para honrar la canonización y fiesta del glorioso Santo. Entre otras cosas llamó la atención las lenguas en que se podía concurrir : «Allí de Palma y de Laurel corona / darán de gracia, las hermanas bellas / pues la Ciudad Ilustre Barcelona / ofresce premios para dar con ellas, / la patria lengua, Limosina abona / en que derrama Ausias sus querellas, / la general Latina y abundosa, y la elegante Castellana hermosa,(pág. 159). Es decir, cualesquiera de las lenguas catalana, latina y castellana podían servir para participar en el certamen cuyo tema tenía que estar bajo el paraguas de san Raimundo. Fueron muchos los festejos que se dedicaron al santo. Entre otros fue la participación de los obispos de Cataluña; también se extendió a los actos universitarios, como el Certamen de la Universidad. No podían ser menos los pobres del Hospital de la Misericordia en la que los niños fueron los protagonistas, «vestidos de peregrinos…, aparecieron en procesión junto a la mulaza, llevada por cuatro hombres que tiraban cohetes…».

Entre las tradiciones históricas y caballerescas destaca «la defensa y conquista del PASSO VENTUROSO» en el que se fundía lo religioso y lo guerrero; en este paso venturoso los caballeros dieron en la iglesia «una graciosa arremetida hasta al Altar del Santo»; después, pasaron a la «plaza del Borno» donde tuvo lugar la fiesta caballeresca. Bien es sabido que la canonización del santo se extendió tanto que Barcelona se convirtió en una peregrinación » para visitar las reliquias del santo». La defensa del lugar fue prioritaria. Estos hechos fueron conocidos por Cervantes. Las justas por san Raimundo arraigaron. Al final del capítulo es interesante el «Ave Fénix», que como sabemos se introdujo en los diversos géneros literarios. En este caso la transformación de los torneos en teatro y lo divino como eje vertebrador (…»la figura de don Ramón, con una llave de plata y las insignias de penitencia y oración. Tras lo cual este levantó la mano y echó la bendición, dándose fin a la fiesta», pág. 174.

Desafíos caballerescos y poéticos. La aparición del Pariandro. Con este nuevo capítulo la autora despeja las dudas que puedan caber en lo que ha escrito dando un paso más en su desarrollo, con un año clave como viene repitiendo: 1601. Ahora se refiere a la celebración de «El torneo del Desafío de los caballeros forasteros», y en el que se nos detalla «dichos forasteros»: don Miguel de Sanmanar y don Luis de Sayor. Se nos recuerda que el Caballero de los Espejos cervantino se relaciona «en el espejo que llevaba don Miguel de Sanmanar en su empresa con una letra que decía: ´Si me miro en ti engaño, / mas si me miro en don Raymundo, / veo mi ser y el del mundo´. De esta forma se prosigue en posteriores páginas de los encuentros, celebraciones que tuvieron lugar, como la fiesta de los mercaderes en la lonja, desfiles de juristas y abogados, misa de inquisidores familiares del Santo Oficio, la fiesta de san Justo, la devoción al sacramento de la eucaristía, cofradías de corredores de cuello, platicantes de notarios, sermón de los libreros de Barcelona, etc.

De nuevo se nos repite, por su importancia, el uso de la lengua catalana y castellana en los certámenes por san Raimundo («A juicio de Rebullosa, era más fácil seguir las leyes castellanas que la complicidad de las catalanas». No podían faltar los escritos en latín. Llamó la atención que en las justas universitarias hubo poemas en las tres lenguas descritas, algunos poemas escritos por mujeres, incluso algunas cantaban sus versos acompañadas de instrumentos. La figura del Periandro cubierto de máscara, que al quitársela resulta que fue don Pedro Chasqueri. Bien es cierto, como apunta la autora, el Periandro del Persiles de Cervantes fue muy distinto, que revestido «de peregrino cruzó mares y tierras hasta llegar a Roma, tierra de salvación», pág.192.

Cervantes y los dominicos. Las justas por san Jacinto y san Raimundo

Casi se da por hecho en este trabajo que Cervantes pudo haber tenido noticia de las fiestas programadas en Barcelona en favor de san Raimundo, así como las relacionadas por la Orden de Predicadores. Se afirma que Cervantes participó «en el certamen zaragozano por san Jacinto en 1595», que tuvo lugar en el convento de la Orden de Predicadores («Miguel de Cervantes llegó, / tan diestro, que confirmó, / en el certamen segundo / la opinión que le da el mundo / y el primer premio llevó»). Se dice que, tal vez, no asistió a esta justa poética.

El capítulo termina con una exaltación de la Orden de Predicadores y el sepulcro de san Raimundo que «quedaría sellado dentro del espacio conventual de los dominicos barceloneses», pág. 218.

Justas de armas y letras en el gran teatro caballeresco. Las primeras líneas nos previenen de otro acontecer como es «el paso de la justa caballeresca a la justa poética dedicada a san Ramón de Peñafort por la beatificación de santa Teresa». Este evento se celebró en la Rambla de Barcelona «frente al convento del Carmen». La justa caballeresca fue disminuyendo con el paso del tiempo. La traslación a lo literario y festivo de la justa caballeresca fue una constante, incluso del vocabulario; este paso fue significativo; en Quijote se observa también. La vida como literatura o esta como vida fue nítida. Un dato importante fue que la plaza de Born se convirtió en un espacio teatral; los vecinos, cuando había acontecimiento, alquilaban las ventanas y balcones por lo que la fuerza teatral se dejó sentir y fue foco de atracción; en años posteriores fue un lugar de encuentro de todo tipo de festividad, bien como divertimiento o hecho histórico. La autora nos recuerda el capítulo XVII de la segunda parte en el que don Quijote se muestra como si se conociera lo acontecido («Bien parece un gallardo caballero a los ojos de un rey, en la mitad de una gran plaza, dar una lanzada…»). Se refiere al hecho de cómo Felipe IV participó en dicha plaza con el infante y demás caballeros.

Del paso Honroso al Paso Venturoso. Los ancestros de Alonso Quijano. En este capítulo, la autora se centra en «el pasado de los torneos con el presente de la vida y hazañas de don Quijote de la Mancha», pág. 235. Es una constante la insistencia de que los festejos barceloneses por la canonización de san Raimundo, se inspiraron «no solo en el Paso Honroso sino en el anterior Paso de la Fuerte Ventura». Este con una raigambre religiosa nítida. Los ejemplos que se aportan: la crónica de Juan II como el del Paso Honroso «en el que había intervenido Gutierre Quijada; un caballero del que don Quijote dijo descender…» . De ahí el sobrenombre de Quijada en el capítulo primero. También en Los claros varones de Castilla, aparece la referencia del Paso Honroso; como también en la plaza de Born se rememoró el Paso Venturoso con motivo de san Raimundo; así como el Paso de la Fuerte Ventura en Valladolid. Los caballeros se hicieron casi dueños al imitar los episodios novelescos tan propios en aquel entonces. Todos los «Pasos» se alimentaron entre sí y con la tradición.

Por todo lo dicho en el penúltimo capítulo, Aurora Egido sostiene que Cervantes pudo tener noticias o leído la Relación que en 1601 Jaime Rebullosa había hecho de las justas y fiestas barcelonesas por el nuevo santo dominico»,

El último capítulo con el nombre de El triunfo de la ficción. Don Quijote en el espejo cóncavo de de la caballería es el eje del que partió la autora; como reza la portada «El triunfo de la ficción caballeresca; un nuevo camino para acercarnos a la obra magna de la literatura castellana, un espejo en el que podemos mirarnos. No en vano, el personaje principal quiso ver en la realidad «cuanto había leído y soñado, lográndolo en ocasiones». Consiguió ser personaje de la novela y este no puede morir. La muerte personal se deslinda del personaje. Pero añadamos que tuvo libertad para ofrecernos la ficción y la realidad a su antojo. Tal vez, por eso, lo veamos en esa sublime imitación como un estandarte literario viviente. El arte de la imitación no todos lo consiguen; hecho que los/as lectores son avizores; saben separar ese arte según las escenas descritas en los diversos géneros que hallamos en Quijote. Muchos ejemplos encontramos en la obra.

La aclaración de la autora de que «Barcelona, la única ciudad que visitó, sería para siempre el símbolo de cómo alcanzar el triunfo en la derrota gracias a la derrota, que perpetuaría su nombre durante siglos», es clave en todo el ensayo, así como el concepto de lo caballeresco para que tuviésemos una obra de tal magnitud, «piedra fundamental de la novela moderna». Las últimas líneas son esclarecedoras: «el Quijote se alzó como la representación máxima de la ficción caballeresca, lo que equivalió finalmente a convertirse en el modelo por antonomasia de cualquier ficción y muy especialmente la literatura». Como clave es que se nos diga: «…ya no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano». El adverbio «ya» se nos muestra como inherente a lo que se ha trazado en la novela. Vuelve a ser el que era: Alonso Quijano cuando la muerte le acecha. El personaje literario queda para la historia, como sabático eternal viviente.

Coda. La lectura de este ensayo me ha supuesto una cierta delectación por un leguaje bien hilvanado que no cansa ante palabras verdaderas; por el contrario, te anima a proseguir la lectura por tanto aprendizaje como se halla. Lo corrobora las 629 notas a pie de página. Es más, una vez leído el ensayo, se puede dar lectura a las notas para asombrarte más de lo difícil que ha podido ser el trabajo. Es un libro lleno de belleza-esta solo se transmite si se siente- en el que se recrea la vista, y quedas prendido por la fuerza estilística del mismo, sin olvidarnos que se trata de un trabajo de investigación después de tantas lecturas.

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Egido, A., Don Quijote de la Mancha o el triunfo de la ficción caballeresca. Madrid, Cátedra, 2023, 270 págs.


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