Es placentero volver a la hoz inmortal-este año el día 3 de mayo– hay momentos en que quieres saltar a los cielos por derecho. Es un grito que te sale del corazón cuando vas conquistando las alturas y las hoces, sobre todo las más difíciles como son las de los kilómetros ocho y nueve. Mi agradecimiento muy sincero por ese nutrido de personas que me dedicaron un largo aplauso, con la algarabía propia de la juventud con rostros primaverales; y en la siguiente ·»curva de ballesta«- del grupo surgió con voz melodiosa y cantarina: «animo, eres el mejor». En ambos lugares, abrí los brazos y los cerré en señal de gratitud. Es una de las alegrías que no olvidas, juntamente con la Behobia de Donosti, aunque son distintas. Cuenca y San Sebastián enamoran.

No podía faltar, como siempre, mi cumplimiento a las gentes de las terrazas que están al derredor de la Catedral, que un año tras otro-y son ya doce años seguidos-, me aplauden con entusiasmo e incluso algunos/as se levantan de las mesas. Siento ese fervor y ese gozo porque el último kilómetro es de bajada; es como el galardón conseguido, la euforia es enorme, y más cuando cruzas la meta antes del tiempo concedido por la organización con ánimo de estar presente en 2026. Parece como si el interior te hablase de que debes proseguir.
Tampoco puedo olvidar esas rocas que te acompañan, que meditan en continuo sueño con el ruido de las aguas del río Huécar que de vez en cuando se forman espumas blancas según el lugar más alto para luego caer suavemente. Según subes se oye también a los pájaros en continua armonía como si te saludaran y animaran; es una delicia ir disfrutando con esa naturaleza viva, convertida en paraíso. A la vuelta en el A.V.E. te sientes como purificado, hecho naturaleza, ante la dicha de haber vuelto, otra vez, y recuperar una catarsis emblemática del lugar.
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