Novela

Edición crítica de El Jarama de R. Sánchez Ferlosio

Se necesitaba esta edición, aunque no sé si le hubiera gustado al mítico Sánchez Ferlosio su publicación a estas alturas. Estaba un poco harto de tanto como se decía de la novela; su éxito le sorprendió («A la vista de cómo han ido las cosas«); fui testigo en alguna ocasión. En concreto, yo admiré su prosa, era una delicia leerlo; incluso cuando se dedicó a lo lingüístico, lo tuve presente. Fue una voz crítica. Un inventor y renovador.

Conviene leer primero la amplia biografía con que nos obsequia el editor Mario Crespo; probablemente algunos aspectos ya se habrán leído; para mí, desde luego, son novedosos la gran mayoría, no su obra. La extensa introducción hace pensar que el editor quería abarcarlo todo, lo cual es de agradecer. No te asusten las mil trescientas sesenta notas; hay que tener tiempo y paciencia si quieres llegar a un conocimiento exacto. Al final, en tu mente dirás: este es el grande Sánchez Ferlosio más allá de los chascarrillos que suelen manifestar los que no leen.

¿Eran necesarios tantos datos biográficos?; yo creo que sí para disipar dudas de cómo su biografía está integrada en su obra, aunque al principio sorprenda que también se aluda literariamente a Industrias y andanzas de Alfanhuí, 1951; con el paso del tiempo dirá de la obra que «es mi única novela verdadera porque es un libro con espontaneidad, sin pretensiones», pág. 29. Es entonces, como lector/a, que estamos ante un ensayo distinto y necesario, y prosigues la lectura con más atención. Antes de llegar al desarrollo de El Jarama, pág.75, el editor se detiene y nos da a conocer hechos fundamentales de la vida del novelista: Aproximación bibliográfica a Sánchez Ferlosio, Escritores de los cincuenta, Industrias y andanzas de Alfanhuí, Revista española y neorrealismo, El Jarama premio Nadal y primeras ediciones, Altos estudios eclesiásticos, El testimonio de Yarfoz, El gran polemista.

Todas las flores que podamos recoger para Ferlosio son pocas. En la primera página se alude a las ideas que vertió otro gran nombre de la novela española: Miguel Delibes. Para el novelista vallisoletano está en la «inmortalidad literaria», y su obra «El Jarama se ha erigido en patrón de no pocos narradores que han ido apareciendo con posterioridad; esto es, ha hecho escuela». De ahí que podamos decir «es más que una novela», clave en un momento en que alboreaban otras formas de narrar en los años cincuenta.

Ochenta y nueve paginas dedicadas a la novela propiamente dicha parecen muchas, pero también podemos decir que todo lo que se diga es poco ante un referente primordial de esos años convulsos. Una vez terminadas, pensarás: la novela pervivirá para generaciones venideras. Toda se circunscribe a Ideas de Ferlosio sobre la narración. La crítica ante El Jarama. Redacción de El Jarama. El río Jarama. Tiempo. Temas, trama, anécdota. Estructura. Personajes. Muerte de Lucita. Radiografía del habla. Títulos en los que se recogen trescientas sesenta y seis notas a pie de página. No hace falta que se lean seguidos; se puede empezar por donde se quiera, pero es capital que se lean todos; son esenciales, abarcadores de una novela sublime, quizá única con lo que se propuso. La expresión «valioso documento lingüístico» revolotea por la mente, que no se alejará según vayas avanzando en la lectura.

El habla de los protagonistas nos sumergen en lugares en un tiempo con decires, modismos, sintaxis, apócopes, registros coloquiales, caracterizadores de las personas y épocas. La oralidad, la escritura, cobrará más importancia por el abundante diálogo. La radiografía de los personajes la veremos por cómo se expresan; lo coloquial adquiere la máxima cumbre lingüística. Ahí subyace el don de la palabra. Es la radiografía del habla en la que el oído cobra toda significación. La verosimilitud hecha realidad en boca de personajes diferentes. A esto habría que añadir «sus silencios» como ha distinguido la crítica.

Probablemente, el hecho de ahogamiento de la joven Lucita sea capital para muchos lectores de esa tarde de domingo, como si el tiempo no importara, como si el aburrimiento nos condujera a una tragedia. Disparate o no, como apuntó en su día el novelista, no podemos desprendernos de lo aciago en una edad tan temprana y cuando en ese tiempo lo que apetece es dar rienda al cuerpo, a divertirse, propio de la juventud. Caben todas las conjeturas para analizarlo. No se trata de destino existencial sino de que la muerte nos acecha y la naturaleza no da explicaciones. Es el final de una tarde que comienza con alegría y termina con tristeza que nos conduce a la fragilidad que poseemos. Es acción culminante. Tampoco podemos olvidar que las últimas líneas de la novela desprenden finitud cuando el río «…entra de nuevo en terreno terciario y recibe por la izquierda al Henares», y en Aranjuez «entrega sus aguas al Tajo», pág.758. Y ya pensamos que el agua tiene un final: la inmensidad del Océano Atlántico.

La tríada -prosa excelente, habla, lengua- forman un todo tan típico en la narración con que Ferlosio se descuelga; si las tres no se aúnan falta algo necesario. Lo narrativo se desvirtúa. Su pasión lingüística se deja entrever. La disciplina del narrador es consustancial con sus ideas más allá de lo que se trate o experimento que se quiera conseguir. Después de tanto tiempo, la lectura que hago de «Críticas a la novela», pág.86, en su momento, incluida la del autor al comentar que «ha sido un error», me extraña en las puertas del siglo XXI, quizá en lo que esté de acuerdo es que es demasiado larga para lo que pretendió el autor. Se obvia que fue muy leída-no lo digo por el editor que nos ha dado una excelente aproximación a la obra– por la crítica recogida en esta edición; por cierto, mucha la desconocía, de ahí mi sorpresa después de una relectura atenta.

Al final te quedas en lo que parte de la crítica recogió: es una nueva forma de novelar como si pusiéramos «una cámara cinematográfica» y de hecho cuando la terminas lo piensas. Ferlosio fue un gran renovador, queramos o no. Esta cristalización se dio como cimentada para ese momento, como la cúspide a la que había que llegar. Bien es cierto, como nos recuerda el editor, que pone en boca de Baquero Goyanes, que la objetividad basada en el diálogo ya Galdós la entrevió en sus novelas Realidad y Casandra, pág.96. El adjetivo «irrepetible», según Marsé, llenaba todo el espacio conseguido.

El todo fluye heraclitiano se hace realidad en la dualidad río-juventud; cómo esta, como el agua, se diluye en una tarde de domingo junto al río que será testigo del paso del tiempo para advertirnos de que el instante se nos escapa. El existencialismo se alza con una simbología en el que el río-lugar nos insinúa. El comienzo, al describir el río-«empezando por el Jarama», y el final- «y el ruido del agua sonando allá abajo en la compuerta se dejaba de oír súbitamente»- es revelador para todo lo que se pretendió con ese «pelotón de modorra» que se subraya con excelentes diálogos y frases atinadas en todo momento. Una verdadera obra artística con esa gente-los jarameros- que van «a bañarse en el río» para pasar los domingos.

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Sánchez Ferlosio, R., El Jarama. Madrid, Cátedra, 2023, 758 págs. Premio Nadal, 1955,


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Novela

WATT, Samuel Beckett

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Poco importan los géneros cuando se sumerge en lo existencial de las personas para uno de los grandes de la literatura como es Samuel Beckett, premio Nobel, 1969. Lo filosófico, la continua pregunta que nos hacemos sobre nuestro ser la vemos más profundamente hermética en esta novela. Si ya en su teatro nos llevó por vericuetos oscuros, ahora también se decanta por este motivo en el personaje Watt, vagabundo irlandés que está al servicio en una mansión cuyo propietario es un ser enigmático donde los haya. Todo un acontecimiento que nos apabulla ante tanta comicidad como negrura, rutina de aquí para allá en ese discurrir lento de la vida del personaje capital. No sé si como apunta el editor es «un enorme ejercicio de metaficción». Desde luego por ahí puede conducirnos a ese lugar desconocido ya que parece como si la novela pareciera inconclusa o deja a los/as lectores que la terminen. Es como un campo abierto que no se puede cerrar o, al menos, el autor no lo hace. Las dificultades de la lectura hacen que se pierda parte del hilo conductor.

La novela fue escrita en París,1945, con las circunstancias propias del entorno, como la guerra sin ninguna referencia, y publicada en 1953. En el primer capítulo de los cuatro enumerados que tiene-nos enteramos en el capítulo cuarto- más una Adenda predomina el diálogo que se realiza, en un primer momento, en el parque alrededor de un banco-mejor, «su banco»-(«El señor Hackett dobló la esquina y divisó, en la luz que agonizaba, a cierta distancia, su banco«), porque el señor Hackett así lo creía, aunque, probablemente, era «de la ciudadanía en general» o «propiedad del municipio».

Resulta interesante la estampa, al principio de la novela, de un señor que pasaba por allí con su esposa cuando pronunció: «Vaya por Dios, ahí está Hackett«. Al principio, la señora no se percató de quién era, después susurró, «pobre infeliz». Decidieron pararse y hablar con el personaje; después de las presentaciones de rigor, el señor Hackett no pudo levantarse porque le «fallaban las piernas«. En un diálogo lento pero preciso se nos cuenta que el señor Hackett tenía un año cuando se cayó de una escalera: e inmediatamente después un tranvía que se detiene y baja alguien; ante ciertas conjeturas se reconoce al señor Watt y prosigue el diálogo en el que se destaca que desde hace siete años tiene una deuda de seis chelines y nueve peniques con Nixon. A partir de este momento se nos narra la vida de este personaje sin domicilio fijo, con una narizota roja y sombrero, el señor Watt.

Un capítulo dedicado a Watt para narrarnos quién es el personaje parece, antes de terminar la novela, excesivo; una vez acabada, no tanto. Desde luego no es imaginable que tropiece con un mozo para detallarnos quién es («Watt tropezó con un mozo que transportaba una lechera«), y una vez cogido el tren una serie de personas para que veamos el comportamiento del personaje descrito, todo con alarde estilístico que ayuda a la lectura. La entrada de la casa a la que se dirigía Watt estaba oscuras y la puerta delantera cerrada y también la trasera cerrada («nunca supo cómo llegó a entrar en la casa del señor Knott). Un criado se marcha de la casa al llegar Watt. Casi al final de este capítulo se nos describe los que estaban al servicio del señor («Había tres hombres en la casa, el amo a quien como bien sabes llamamos señor Knott, un viejo criado llamado Vincent, creo, y uno más joven, solo en el sentido de que es una adquisición más frecuente, llamado, si no me equivoco, Walter»).

El capítulo segundo comienza : «El señor Knott era un buen amo a su manera«. Watt trabaja en la planta baja de la casa, pero veía poco al señor, y este «ni veía a nadie ni llegaban a sus oídos noticias de nadie»; ni tampoco salía de su propiedad según Watt o no se enteraba. La larga exposición de los señores «Gall» , padre e hijo para afinar el piano, desespera, desconcierta no solo a Watt-o no llega a comprender- también a los/as lectores o a mí me lo parece. Otros incidentes también corroboran esta idea, que puede ser sublime pero que no sé a qué vienen tanta repetición. ¿De qué manera influyó todo esto en la mente de Watt que no podía asimilar tanto barullo? Sí se aprecia en el personaje un cierto miramiento por todo lo que va ocurriendo, como el detalle de que el señor a veces se levantaba tarde y se acostaba temprano, » a veces se levantaba muy tarde y se acostaba muy temprano». No podía faltar las repeticiones continuas de todo, incluidas las comidas, bebidas, horas, el cuenco en que se servía también de los días de la semana. Aunque nunca se quejó de la comida, a veces ni la probaba.

Al final de este capítulo segundo se nos muestra que Watt estaba cansado de la planta baja; parecía como agotado. No había aprendido nada, tampoco sabía nada del señor. Si antes se veía pobre, pequeño, ahora más si cabe. No tenía sentido nada.

En el capítulo tercero leemos que Watt es trasladado a otro pabellón. Hay un dato más que se nos aporta, de gustarle el sol pasa a decantarse por el viento aunque soplara fuerte. Un hecho que no puede pasarse desapercibido fue cuando están en el jardín cuatro personas: «el señor Knot, Watt, Arthur y el señor Graves. Era un hermoso día de verano. El seño Knott deambulaba lentamente por ahí, ahora desaparecía detrás de un arbusto, ahora salía detrás de otro. Watt estaba sentado en un montículo…». El diálogo tal vez nos resulte inane pero cuesta no proseguir para al menos otear a dónde nos conduce sin perder de vista a Watt pues es quien intenta ir comprendiendo todo lo que ve y oye. El diálogo de Watt y Sam cuando los dos se encontraban en el sanatorio recuerdan su paso por la casa del señor Knott; resulta repetitivo y soporífero a no ser que se quiera llegar al desquiciamiento de la existencia, a lo absurdo sin más. No olvidemos que aunque compra el billete del tren en el último capítulo, no se monta. Y el final del personaje es que está en el psiquiátrico; es cuando cuenta su historia.

Es en el capítulo cuarto es cuando nos percatamos del desarrollo de la novela, o el orden con que Watt lo cuenta, mucho tiempo después a Sam en su encuentro en el sanatorio; llama la atención que se empiece por el capítulo segundo, después el primero, cuarto y tercero. Sam por el contrario insiste en una cronología-salvo el hecho de la estancia de los dos en el psiquiátrico- de los hechos que es como he pretendido realizar esta reseña. El lector/a se da cuenta de que este capítulo se narra después de la estancia de Watt en la casa de del señor Knott.

Es en este capítulo cuarto cuando Watt sale de la casa, camino de la estación («Al igual que vino, así se marchó Watt, en la noche, que todas las cosas cubre con su manto, especialmente si está nublado»). Y sin duda con sus dos bolsas pequeñas, su abrigo verde deteriorado y un sobrero de su abuelo, ya de color pimienta. Cuando llegó a la estación de ferrocarril estaba cerrada. Después el largo diálogo, pero sustancioso. con el guardavía, llamado Case. Una vez superadas las dificultades, entró en la sala de espera y prorrumpió; «Ahora soy libre, libre de salir y entrar cuando me plazca«. De nuevo extrañeza cuando pide un billete y al preguntarle a dónde, por respuesta nítida contestó: «El que esté más cerca«; «quería decir el final del trayecto que esté más alejado«. Y así, «el larguirucho con sombreros y bolsas» despareció-no se subió al tren-, «mientras las colinas volcándose sobre la llanura hacían una estampa tan bonita, en la temprana luz de la mañana, que no se podía encontrar una igual ni un día entero de marcha».

No sé si la novela de Knott ataca a lo racional, pero se atisba por momentos. No podemos olvidar el adjetivo absurdo con que se apodera Beckett. Incluso Watt llega a pensarlo anta tanta cotidianidad sin rumbo. Desde luego es rompedor con cómo se desarrolla lo cultural en ese momento; quiere llevarnos por otro camino más tortuoso. Las dificultades de la novela son nítidas; no sé si el autor ha querido mostrarnos que la sociedad está desquiciada, sin sentido, en la que las apariencias son portadoras de la negatividad absoluta. Tal vez, ahondando más en al existencia, se puede llegar a lo recóndito y a la sabiduría que llevamos dentro. ¡ Quién sabe!

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Beckett, Samuel, Watt. Madrid, Cátedra, 2023


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Novela

Galíndez. Manuel Vázquez Montalbán

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No está olvidado el personaje, ya mítico, Galíndez. La editorial Cátedra con buen criterio nos lo recuerda para que primero lo leamos y después cada uno/a es libre para pensar de este profesor exiliado, representante del Gobierno vasco en Nueva York. Missing since 10.30 p. m., march 12 th, 1956. City of New York.

Hago una relectura de la que hice allá por 1990. Ahora con más conocimiento y, sobre todo, con las ideas de la edición de Colmeiro que yo desconocía, tal vez, he pasado de una lectura superficial de aquel entonces a una entrega más profunda del caso ante la repercusión, en su momento, con el adjetivo desaparecido. No sabemos si algún día se recurrirá a otro adjetivo. Su desaparición nos conmueve; detrás, una vez terminada la lectura, nos revolotea tres palabras: secuestro, tortura y asesinato. ¡Quién sabe! Para adentrarse en la novela tenemos que partir de: don Jesús de Galíndez «acaba de presentar su tesis doctoral en la universidad de Columbia sobre el régimen del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo». Estamos, por tanto, ante una novela de investigación.

La novela nos hace ir muy lejos para saber qué pudo ocurrir a este profesor que defendió su tesis doctoral «La Era de Trujillo: un estudio casuístico de dictadura hispanoamericana» un 27 de febrero de 1956. Su análisis conmovió los cimientos en los que se basaba el dictador Trujillo. Al acabar sus clases el 12 de marzo de 1956 desapareció en las calles de Nueva York («¿Qué ocurrió el 12 de marzo de 1956 después de que la estudiante Evelyn Lang condujera a Galíndez desde Columbia hasta la parada del metro de la calle 57 con la Octava Avenida, de camino hacia su apartamento en la Quinta Avenida»?, pág. 38). El 5 de junio la Universidad de Columbia le concedió el título de Doctor in absentia-«Recibe in absentia doctorado de Columbia»- . Su estudio crítico de la dictadura de Trujillo («poco a poco fue quedando claro que Trujillo había orquestado un plan para eliminar a Galíndez a través de sus agentes en Nueva York», pág.40), sin lugar para la duda, es lo que está detrás de su desaparición.

Vázquez Montalbán se vale de una universitaria norteamericana-doctoranda- de la universidad de Yale- para descifrar todo lo que pudo ocurrir. Su nombre Muriel Colbert. El título de la tesis «La ética de la resistencia: el caso Galíndez» va más allá de una simple ocurrencia; encierra otros pormenores que la doctoranda irá descifrando a la hora de investigar sobre este personaje desaparecido. Cuando la rebeldía es virtud nos adentramos en lo que pudo ser verdad o, al menos, se va más allá de todo convencionalismo («Estoy solo, solo con mis angustias. Pero seguiré adelante, aunque nadie me comprenda en esta Babilonia«). El hecho de que se le nombre por parte del Gobierno Vasco como cabeza capital ante Naciones Unidas es algo que no puede ser desapercibido. Nueva York no es Santo Domingo de donde vino y en el que estuvo siete años.

Es evidente que la estructura de la novela nos conduce por caminos diferentes; ese multiperspectivismo con idas y venidas al pasado y al presente la hacen más enriquecedora para acercarse al caso de lo que pudo ocurrir ante tantos asesinatos, incluido el del dictador Trujillo unos años después. Tiempos convulsos, de espías, de malhechores, de la violencia del poderoso inmune. Se parte de cómo pudo ocurrir: la imaginación nos sitúa «en el episodio del secuestro, tortura y agonía de Galíndez, en la cárcel privada de Trujillo en la República Dominicana», pág.46. Muriel-la investigadora- indaga desde varias vertientes ya que recoge las diversas manifestaciones de testigos, entrevistas, archivos. Eso sí nos deja claro que no investiga toda la verdad sino qué le motivó («Tal vez por qué se la jugó). Es decir, sabiendo que le podía costar la vida-«sintió a veces que Nueva York era su Getsemaní». Es la clave del título de la tesis. Un hecho que preocupó, entre muchos, fueron las diferentes formas con que se describía al personaje que se acercaban a lo contradictorio; por otra parte, propio de los agentes en los que predominan las traiciones, las verdades a medias o dobles verdades. Galíndez también fue agente del FBI, «Rojas ND507». El hecho de la separación supuso un doble juego para distraer, para que nunca hubiera pruebas fehacientes («Mientras una pate de los servicios secretos luchaba por investigar la vedad de los sucedido, otra parte trabajaba para borrar las pocas pruebas que quedaban»),pág. 621.

La circularidad de la novela nos hace pensar que proseguiremos con la memoria de un muerto sin sepultura. En la penúltima página, de nuevo, se nos recuerda el pueblo de Amurrio como un lugar emblemático para la historia (« El recuerdo más hermoso que ahora tengo de Muriel fue el del día en que fuimos a ver el pequeño monumento que le han construido a Galíndez en su pueblo, Amurrio, sobre una colina que se llama Larrabeode, en la que han puesto un sencillo pedrusco con su nombre y poca cosa más»). Retrocedamos: se abre la novela también con estos parajes: «En la colina me espera…en la colina me espera…»– versos de Jesús Galíndez-, la circularidad que desprende la novela desde los inicios con la idea de aunar presente, pasado y futuro con la doctoranda, Galíndez y Ricardo nos insta a pensar que la memoria permanecerá, y de alguna forma revoloteará esa «colina empinada, / bajo el roble de mis sueños», dístico, soñado por Galíndez. Sin duda, su alma pajareará por Amurrio ya que al ser desaparecido no pudo dormir en el pueblo como soñó-…»y algún día me tenderé a dormir junto al chopo que escogí en lo alto de la colina…».

Conviene, finalmente, dejar prístino el mensaje del autor que no es otro que la ¨la ética de la resistencia» en una persona que quería llevar a los demás con detenimiento en sus ideas-el nacionalismo vasco y la libertad-. Es el compromiso. Probablemente sabiendo del peligro que corría, tanto por los servicios de información estadounidenses como por los agentes de Trujillo. Así como mantenerse firme ante las injusticias y corrupción del poder, su impunidad, sea el que fuere. Muriel es clave para pregonar la solidaridad entre los pueblos. Una modalidad diferente al poder omnímodo. En estos casos la rebeldía es verdad. Es una actitud ante el poder. Su ejemplo es el que pervive. Es la memoria de Galíndez-«ilustre mártir de la patria vasca»- que defiende Muriel con su entrega, su otro yo revestido de enamoramiento («La señora viuda. La viuda de un muerto sin sepultura», pág.149) de Galíndez ante un hecho que la historia venteará y permanece en la conciencia de las personas libres.

Vázquez Montalbán, M., Galíndez. Madrid, Cátedra, 2023, 639 págs.


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Novela

Veinticuatro horas en la vida de una mujer y otros relatos

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La narrativa de S. Zweig ha sido bien aceptada tanto por la crítica como por los lectores/as. De las cuatro narrativas publicadas por la editorial Cátedra en este mes de junio de 2023, hay una que está batiendo los récords de lectura: Carta de una desconocida. En su momento la puse como lectura obligatoria; en los debates-como siempre hice de todas las lecturas- esta fue una de las que hubo más participación y posiciones enconadas. En la universidad tiene que haber posiciones encontradas; la discusión engrandece.

Me alegra que la editorial Cátedra-universales- se haya decidido a publicar, en un solo volumen, las cuatro narraciones ( Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Carta de una desconocida, La colección invisible, El refugiado). El éxito será coronado por los que aun-por los motivos que fuere- las desconocieran o no las hayan leído. Simplemente quiero aportar con esta reseña lo que supuso en mí las lecturas de este escritor «testigo de su época» en un mundo tan convulso.

La carta anónima que recibe el escritor vienés nos hace pensar en esa esfera profunda, cómo es el alma humana; dos personas y algo más, como es el amor sin correspondencia y sin que uno se percate. La penetración en lo más recóndito del ser, a veces, surge por necesidad; ahí es donde el autor se sumerge; se adentra para llegar a esos pensamientos que no queremos oír. Lo psicológico se adueña de su pluma. El mundo interior revolotea como ascua inquieta. No es más que el afán de poseer- en este caso amoroso-porque la naturaleza a esta mujer le ha impregnado de lo más grande que tenemos junto con la libertad: amor; la capacidad de sentir en el otro lo que le ensalza; lo que hace ser ella totalmente-en este caso-, sin exigencias de que sea correspondida, por lo que no es narcisismo; una persona puede ser narcisista sin valerse de otra. Zweig, en este relato, se columpia para llegar al interior de la persona, e intenta valerse de lo que le rodea para conseguirlo. La fuerza biológica se adueña del escritor y lo plasma.

La frase «A ti que nunca me has conocido» en sí nos prepara para calibrar el chorro de sinceridad:

Se sincera. ¿O no es entrega total, sin limite, cuando escribe:

pero, créeme, ninguna te ha querido tan devotamente como yo, ninguna te ha sido tan fiel ni se ha olvidado tanto de sí misma como lo he hecho yo por ti».

¿A quién no le gusta que digan esto de ti, aunque nunca llegues a saber de quién se trate? No se trata de decir «dime que me quieres aunque sea mentira».

Cuando la soledad te embarga no está de más acercarse a la poesía, a la búsqueda del sentimiento. Esta mujer desconocida  abre su corazón, y pronuncia:

Cada palabra tuya era para mí como el evangelio y el padrenuestro».

Ahí es donde quiero adentrarme partiendo de esa mirada casual, pero penetrante, que aparece en la novela Carta de una desconocida, y que se convierte en el inicio de una pasión, aunque solo fuera por una persona. ¡Es tan difícil aunar cuerpo y alma en dos personas!  Por eso, ya no nos extraña el fracaso, y menos la traición. Tertuliano nos dejó para la historia: «Donde la carne es una, también es uno el espíritu».

Pero es evidente que esta mujer desconocida, deseaba mostrar unos sentimientos que le ardían. Su sinceridad es tan nítida que llega a escribir: «Te quiero como eres, ardiente y distraído, olvidadizo, entregado e infiel». ¿Seríamos capaces nosotros/as de escribir de una forma tan cruda? ¿Qué le mueve, sentimiento, amor, vacío, soledad, capacidad humana como necesidad?

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No podemos echar en saco roto la ludopatía en Veinticuatro horas en la vida de una mujer. Nos tiene que hacer comprender hasta dónde podemos llegar en el desenfreno del juego. Este relato se escribió cinco años después de Carta de una desconocida. Es más difícil, no solo por la alternancia de la narración entre «la protagonista y el yo autoral», sin desmerecer ese estilo prístino, aunque, a veces, aparezca como abrupto y denso. Aquí está otra mujer que se lanza a revivir ese pasado inesperado y los/as lectores quedamos petrificados al no esperarlo tan brutal en el que lo psicológico triunfa, otra vez, en la pluma de Stefan. La comedia humana en el escritor es inherente a su estilo, así como el canto a la libertad.

Sobresalto emocional en un el hotel en el que se aloja el protagonista; este se convierte en confidente de una mujer de 67 años. La mujer recuerda un día de su vida, cuando tenía 42 años. En las primeras páginas, el sentimiento y la sorpresa se apoderan de la lectura ágil y sosegada con la frase: «Mi mujer me ha abandonado«. A partir de este momento el relato nos conmueve, nos hace estar atentos a los sucesos que acaecen. La pregunta se hace necesaria : – «¿ No cree que es despreciable y feo que una mujer deje a su marido y a sus dos hijas para seguir a alguien de quien todavía no puede saber si es digno de su amor?» ¿Tan despropósito es que una mujer se deje llevar por el instinto y la pasión amorosa en un único día y marque el resto de su existencia? ¿Por qué somos tan exigentes con los demás y no nos miramos y nos preguntamos qué hubiéramos hecho si la ocasión se nos hubiera presentado? ¿Por qué no cabe la respuesta que es el corazón el que nos dicta: hazlo?

«Pues bien, ya le he dicho que solo quería contarle un día de mi vida». Es otra narración hecha acontecimiento viviente; la señora que ha escuchado las opiniones que discurren en el hotel sobre -«una impecable mujer de unos treinta y tres años», Madame Henriette- que ha abandonado a su marido por «un elegante y joven guaperas», se decide a contar la suya; cómo el amor pasional se hizo realidad ( «le había atormentado y preocupado durante veinte años»). Ahora, después de tanto tiempo, lo cuenta. Su nombre: Mrs. C., «la elegante anciana inglesa de cabello blanco». Una vez muerto su marido, se dedicó a viajar; llegó a pensar que su vida era «completamente inútil y sin sentido». Se decidió ir al casino: y «ahí comenzaron esas veinticuatro horas que fueron más emocionantes que cualquier juego y me perturbaron mi destino durante los años venideros». El punto capital, además de lo que acarrea el juego, fue cuando siguió a un jugador abatido a la calle. Observó la destrucción de un ser humano en un banco («empapado de lluvia»). Su expresión «Venga usted» y el diálogo que establecen rompen todos los cánones de misericordia. Su voluntad exagerada de ayudar- y «ningún otro sentimiento personal», confiesa-, cambió su vida («caí en esa desgraciada aventura»). Sea lo que fuere esa noche en el hotel no la olvidará y pervivirá para siempre. Esa necesidad que le aplasta le lleva a contarlo. Es primordial las pausas que hace la señora inglesa, canosa, para proseguir su historia para que lleguemos a la enjundia de su relato. El sentido de vivir, otra vez, revoloteaba por su mente. Sin duda, quería salvar al joven de la pasión del juego, ese placer tentador. Incluso deseó, si se lo hubiera pedido, irse con él al fin del mundo como hizo Madame Henriette con ese joven apuesto, más allá de las habladurías. Desgraciadamente no llegó la luminosidad que ansió, que se pueda esperar, de una mujer enamorada completamente. La naturaleza fue esquiva y lo narra por necesidad para que estemos precavidos para amar pero también para sufrir. El ¡váyase! fue el desprecio sumo. La ingratitud es una constante en el ser humano, y todo a causa «de una loca y descabellada pasión». «De esto hace ya veinticuatro años y, sin embargo, cuando recuerdo ese momento en que me quedé allí…».

Finalmente, manifiesta por qué habló de su destino («Cuando usted defendió a Madame Henriette, y con gran apasionamiento dijo que veinticuatro horas podían determinar por completo el destino de una mujer, me sentí aludida por ello…»). El gracias por escucharme, la despedida con una inclinación y un beso en la mano marchita «que temblaba levemente como hoja otoñal» coronan la obra.


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Zweig, S., Veinticuatro horas en la vida de una mujer y otros relatos. Madrid, Cátedra, 2023


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Novela

La sombra de Pérez Galdós

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Alegría enorme ante esta publicación en Letras Hispánicas- Cátedra-. Da igual que se denomine novela corta, ensayo anovelado o cuento novelado-cuento largo- como el autor lo encajó en su momento (en el prólogo apunta: «veinte años próximamente después de La sombra escribí ´Celín´, que pertenece al mismo género», pág. 92). Es el primer Galdós ( «…mis primeros pinitos…, en el pícaro arte de novelar»), que con el paso del tiempo se convertirá en una de las figuras universales; el dicho, «después de Cervantes: Galdós«; esto ya lo aprendí en la escuela primaria; posteriormente, en la universidad: «el más grande escritor que vieron los siglos después de Cervantes». O Ortega y Gasset: «El pueblo sabe que se le ha muerto el más alto y peregrino de sus príncipes nuestro. Habrá un dolor íntimo y sincero que unirá a todos los hombres españoles ante la tumba del maestro inolvidable«. Pero no hay que quedarse con frases hechas, hay que leerlo; tampoco discutas con las personas que despotrican sin leerlo que estos abundan. Es más, quieren hacerse famosos con esa coletilla a costa de Pérez Galdós.

La contraportada te anima a su lectura cuando lees: «…perfectamente parangonable a otras figuras literarias de la talla de James, Turguniev o Flaubert». O el pensamiento cernudiano que ha quedado para la posteridad, entre tantos,: «Hay una trascendencia en Galdós de la realidad física a la metafísica, que comparte con otro novelista, con Dostoiesvski». Buñuel lo definió como el «Dostoievski español». María Zambrano fue más lejos al escribir: «ofreció transustanciada en poesía la realidad misma de España«. Se escribirían miles de páginas de los que se han postrado ante el escritor canario-madrileño-santanderino. Supo amasar, como nadie, ficción y realidad.

El editor con una «Coda» nos muestra el por qué del escrito galdosiano: …»la encomiable flexibilidad sintáctica que facilita la acusada musicalidad de las frases, la generosa contención que impide que el humor se deslice hacia la caricatura, y sobre todo la magistral economía en la creación de ambientes así como la extraordinaria densidad y carga expresiva de la luminosa prosa, convierten a La sombra en una apreciable opera prima que anuncia de manera indiscutible a un escritor moderno». Es decir, la novela como arte.

Tampoco seré yo, el que escriba el nombre de ese Premio Nobel-como relata el editor- que nos insta a: «hay que votar bien», como insinúa Molina Moix en la página 53. Pero sí he manifestado y escrito que ese señor o no ha leído a Galdós o no lo ha comprendido como han descifrado la crítica más exigente del ensayo que no ha mucho se ha publicado en el que podemos constatar errores y horrores. En mi «blog» escribí: «me aburre lo repetitivo del narrador que es el primer personaje que inventa un novelista y, claro, Flaubert-como si fuera el dios de la tierra-.» El editor le manda el siguiente recado: …»que sí hace acto de presencia este tipo de narrador e incluso de manera profusa, en La sombra se manifiesta una duplicidad de narradores…». El Premio Nobel se refería a que Galdós no estaba en la vanguardia y ponía en duda la modernidad de su prosa porque no entró en la narración omnisciente cuando es capital a la ficción moderna. Solo los que han leído detenidamente la prosa galdosiana se percatarán que el Nobel erraba en ese punto y en tantos. Si la crítica profusamente se ha decantado por el carácter omnisciente con hechos concretos en la prosa galdosiana no se puede entender ese pensamiento y otras formas dichas y escritas en ese ensayo superficial con que nos ha dado su visión mortecina que no conduce a nada, quizá solo a su desprestigio.

Poco importa que esta novela o cuento sea de «suspense o fantástica» o novela romántica, pero sí recalcar que estamos ante casi el primer Galdós. que con el paso del tiempo se convertirá, valga la expresión, en un caballero andante de la palabra, eso sí, adentrándose en lo más profundo del alma y sentándose en la morfología psicológica, que le servirá para adueñarse de la imaginación para construir un mundo en el que los personajes exploran todo su ser para dar rienda suelta «a la loca de la casa» en expresión de santa Teresa. Muchos años después esta imaginación se desbordará en Marianela. La observación es esencial, pero más lo es la imaginación; es en lo que nos agarramos en tiempos convulsos. El «soñemos alma soñemos» ventea toda la obra galdosiana sin que la expresión saber mirar disminuya.

En La sombra lo fantástico y lo costumbrista se aúnan para llegar a un cuadro que entraña dificultades si el lector/a no está atento al laberinto con que nos envuelve. La obra consta de tres capítulos y en cada uno de ellos hay diversos apartados en el que sobresale el protagonista llamado Anselmo y cuenta los hechos en primera persona. El otro narrador es anónimo, aunque guardan una misma identidad a pesar del desdoble. Se complementan a la hora de narrar la historia. Al advertirse la polifonía hay que estar más atento porque el protagonista narra su historia, pero al lado cuenta los hechos que le suceden con una imaginación desbordante; la creación se adueña del relato. Lo real y lo ficticio se dan la mano. Es una lucha entre los dos narradores que te convence de la verosimilitud de los hechos.

El carácter dialogal, según vamos acercándonos al final, es clarividente, asombroso («Calla, por piedad, monstruo-exclamé angustiado-. ¿Qué gran delito he cometido para tan gran tormento? La respuesta es elocuente: «…tú tienes la culpa, tú que me has llamado, que me has traído, que me evocaste con la fuerza del entendimiento y de tu fantasía»). Percibimos todo al aunar dos palabras clave: «entendimiento y fantasía». Con la misma fuerza le exige a Paris que le deje en paz. Ante el atropello mental exige la muerte («es peor que morir»). Con sensibilidad, inteligencia, sentimientos no es posible librarse de todo lo que acecha nuestra mente, solo es posible si nos convertimos en una «máquina automática». ¿Sueño o realidad? He ahí el dilema del que no es posible salir, nos avasalla («Le veo en tus ojos, le oigo en tu voz, está aquí»). Y para colmo del sufrimiento («…la sombra de todos los objetos me parecía su sombra…»). Es el desbordamiento de la imaginación que oprime; lo fantástico se apodera de nuestro ser. Es el poder de la inteligencia humana. En esto, Galdós fue un maestro, hasta Menéndez Pelayo lo tuvo en cuenta a decirnos que Galdós supo explorar «los subterráneos del alma». Tal vez como nos muestra Sáinz de Robles » sin quererlo ni saberlo creó la novela freudiana en España», pág.58.

No sé si se puede llamar «trastorno mental» lo que nos presenta Galdós o es algo más en esa poderosa imaginación unida a la hondura psicológica que hallamos en los personajes de La sombra. La dicotomía del personaje en todo el trayecto se vence («nada puedo contra ti«). Es mejor la andura errante que en vencer lo que es consustancial a la persona. ¿Pero con la huida nos despegamos de todo? He ahí el problema porque no es posible. Lo llevamos inherente: el dolor y la felicidad; el bien y el mal aunque nos provenga del espíritu. Hay que estar preparado para todo si quieres vivir; lo contrario no es desolación, es muerte; y entonces no hay vida.

Los diálogos con los suegros son de tal magnitud que hieren la sensibilidad, unido casi al final de ese amigo que venía a saber de su mujer; las lucubraciones atormentan a la imaginación del doctor Anselmo, es un suplicio que no le deja vivir. El recorrido por Recoletos, Castellana, Prado le obsesiona y se encuentra de bruces con la soledad. Ni siquiera la muerte de su mujer Elena le hace descansar, y encima le tildan de que él tiene la culpa por esos celos «que me inspiró ese hombre….», que le martirizaban. Las fuerzas del espíritu pudieron más: «…conoció que ese joven galanteaba a su esposa; usted pensó mucho en aquello…». Ante la insistencia dialogal explota: ya sé lo que quiere preguntar «si fue infiel o no», La respuesta no puede ser otra que: «Nada sé ni he querido averiguarlo; prefiero la duda». El doctor se sumergió en el silencio absoluto. Paris, Anselmo y Alejandro son tres personajes sacados del hondón de una persona en el que se debate la existencia humana. El misterio nos acorrala con tantas alucinaciones. Es la sombra que nos persigue. Galdós ha sabido penetrar en lo recóndito del ser humano. Cada lectura que se haga de esta obra nos conducirá a más interioridades. Nos preocupamos de tantas cosas que no nos ayudan a vivir, a ser felices.

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Pérez Galdós, B., La sombra, Madrid, Cátedra, 2023, págs. 198


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