Personales

Y a ti, cómo no, perdida en los mares del sur. Sin noticias, pero presente

Qué alegría cuando a la vuelta de un lugar lejano,

te disculpaste por la tardanza; lo creí.

Lo primordial fueron los días mediterráneos

que no volvieron, pero permanecen.

Olas y más olas se entrelazan en la lejanía.

Como color de mar te desdibujaste,

aire, agua, fuego, entre el ampuloso, embravecido, mar.

Con tu aureola profunda, romántica, te marchaste.

Atrás quedó el gesto evocador de tus palabras.

El para siempre aletea. Y los sueños reverdecen.

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Personales

A ti, también, en la egregia ciudad complutense, o quién sabe.

Pasaste como el aire purificador con semblante lúcido;

con tu mirada poderosa, arrebatadora,

conquistaste el entorno, la dicha de la juventud.

Era el final de curso. Ojos que se encontraron

con centelleo mutuo en sueños.

Tu espera se adormeció.

Hubo una instante después del verano en el corazón

de un Madrid espléndido, donde, quizá, esperaste más.

Fue el alma con deseos temblorosos

Ya sombra de sueños, eje de paz espiritual.

Ahora con el recuerdo de tu florida sonrisa.

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Personales

Más notas de quinto curso de Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, en el recuerdo. Emilia Pardo Bazán y Clarín,6

No podían faltar dos galdosianos: Pardo Bazán y Clarín. La todapoderosa escritora supo ser mujer antes que novelista. Hizo lo que su corazón le dictaba en el amor, y en lo consuetudinario ejerció el plano de igualdad entre personas en que lo masculino sobresalía en las relaciones humanas. Dejó su huella en todo momento, al obviar dimes y diretes u otras pamplinas. Qué le importaba que la gente pensara que su bajada a Madrid era para intimar con su queridísimo amigo Galdós«lo admiraron en vida y se le rezó muerto»-. Su corazón estaba por encima de todo. Supo hilvanar amistad y literatura. Los dos se mostraron proclives a la emancipación de la mujerrecordemos Tristana– . Dos personas sensibles, humanas, ante la vida. Apliquemos el adjetivo grande.

Si hay una expresión abarcadora para doña Emilia es la observación psicológica en todo momento de su escritura; al lado, su profundo amor por la naturaleza y el paisaje de Galicia. Cuentos, novelas, cartas, viajes, conferencias, ateneísta-la primera mujer como ateneísta, presidenta de la Sección de literatura del Ateneo de Madrid- (Ateneo Científico y Literario de Madrid), Consejera de Instrucción Pública, Catedrática de literatura comparada de Lenguas Neolatinas de la Universidad Central de Madrid. Hay que avizorar «la extraordinaria fecundidad de una autora tan poliédrica». Su producción periodística es inmensa con miles de artículos, reseñas, en diversos periódicos y revistas, etc. Y, cómo no, el recuerdo de que fue vedada ante el ingreso de la RAE. Hoy lo vemos como positivo ante la magnitud de su obra; pocos académicos/as tienen el caudal literario e inteligencia como la condesa. Y fueron y son académicos/as. En la Academia también se cuecen habas. y desde luego no siempre se eligen a los /as mejores.

Dejemos aparte los chismes, los amoríos y tantas cosas que se dicen y se leen de las relaciones entre Galdós, Pardo Bazán y Galdiano. La vida es así. Lo primordial es la lectura de las obras de la escritora; lo demás es entretenimiento sin más. A la memoria siempre nos vienen de la condesa tres obras como fundamentales: Los pazos de Ulloa. La madre naturaleza y Morriña– aunque para el que suscribe estas líneas la mejor es La Quimera– sin que desmerezcan el resto de su escritura porque es una de las grandes de la literatura castellana. En las tres nombradas sobresalen su Galicia natal unida a la naturaleza con un paisaje que adora. La cuestión palpitante, Una cristiana, La tribuna, La quimera, La prueba, Insolación, La sirena negra, están ahí para que nos acerquemos a leerlas y no hablemos o escribamos de oídas.

A mi mente viene aquel compañero de clase que estaba investigando los cuentos de Pardo Bazán y nos decía que había descubierto más de trescientos, cuando el profesor los cifró en una centenar. En buena lógica, un profesor no debe saber todo y más cuando se trata de una escritora que nos legó muchísimo y probablemente todavía no habrán salido todos los cuentos. No sé si se trataba de un examen a mitad de curso o fue en el final, el caso es que este compañero suspendió y con los ojos húmedos dijo que le había suspendido por haber escrito aspectos cuentísticos que él desconocía y más: «que mantuvo que iba por los trescientos». A saber, la verdad por qué suspendió. Yo no lo conocía («éramos en clase más de 150»). Los papeles hallados quizá proseguirán, se convierten en un rótulo que nos persigue en la literatura. Nombres que en este momento me vienen a la memoria que han investigado sobre la obra y, tal vez, no la hayan abandonado como Juan Paredes, Bravo Villasante, Marina Mayoral, etc., están como luceros de Pardo Bazán. Los estudios sobre la obra han sido y son incesantes. Gloria, pues.

No podía terminar estas líneas sin referirme al primer cuento que escribió «Un matrimonio del siglo XIX» y al último El árbol rosa». Si se dice que los cuentos de doña Emilia son la vida real, incrustada en sus cuentos y que lo dramático y lo trágico son signos característicos, invito a los lectores de esta página literaria a que lean alguno y vean si es cierto. En El árbol rosa todo dependerá de cómo se interprete a esa pareja que se veían furtivamente en el Retiro, y les servía el árbol de punto de cita: «Ya sabes en el árbol». La sencillez con que una persona aborda a otra, nos llama la atención: «- No se asuste…Sentiría molestar ¿Por qué no se para un momento y hablaríamos? Milagros al ser bien parecida se sintió alagada. Su respuesta: «Haga el favor de no venir a mi lado, nos pueden ver». Entonces, ¿dónde la espero? – «En el Retiro, a mano izquierda hay un árbol todo color de rosa. Allí» . La frase «¡cómo sería este parque si le faltase su árbol rosa!»… Estamos ante el amor que lo puede todo. Aquí es donde comienzan a verse todos los días en el árbol rosa. Y un día las florecillas comenzaron a caer y alfombraron el suelo. Otro día, el señor cogió «una diminuta rama del árbol rosa y la guardó en el bolsillo del chaleco». Se despidieron, y la frase mítica entre ellos para el día siguiente: «A la misma hora, ¿eh?». Aquella noche, Milagros recibió una carta en la que le decía que tenía que irse. «Ya daré noticias», pero estas no se produjeron. Ella prosiguió con la esperanza, después de lloros. Más tarde se casaría con un tío suyo. Ahora sí, en primavera se paseaba por el Retiro con un niñito de la mano: miró al árbol rosa, «todo trémulo de floración. Una brisa suave lo mecía».

Clarín, también, estelar. Quedará para siempre La Regenta. Con sus Folletos literarios y Pardo Bazán con Nuevo Teatro Crítico– revista dirigida por ella reflejaron la vida política, cultural y social de los días en que vivieron.

Su personalidad intelectual se desarrolló nítida; no fue de golpe. Tal vez La Regenta se enzarzó con el naturalismo que reverdecía ya a finales del siglo XIX. No estaba ajeno. Pero también aportó lo que prevaleció a finales del siglo como fue el espiritualismo hecho arte de su segunda novela Su único hijo; es el Clarín más allá de su primera novela e incluso representativa La Regenta. Tampoco podemos desgajar su actividad periodística tan importante y su alarde de polémico. Digamos que fue un «demócrata y militante del republicanismo unitario». Ya Galdós se anticipó que aparecían dotados de la injusticia social y de filosofía del amor que se observa en la abnegación, la caridad y el autosacrificio. No se nos puede olvidar Benina-qué gran personaje- o Nazarín. Es el sentido de la justicia, la caridad y la solidaridad con alardes humanísticos los que nos elevan al leer Misericordia y Nazarín. Es el mundo de los desheredados, los sin voz, los ofendidos, los miserables, los pobres que pueblan las novelas de Galdós, Clarín, Tolstoi o Dostoievski. Es la sociedad finisecular. El impulso vital que se ansía.

La Regenta en Vetusta como mirador desde el que se percibe la envidia, la ignorancia, lo abúlico y, claro, como inherente el adulterio. La unanimidad de la crítica literaria sorprende, pero así fue. Si se arrepintió o no Clarín de escribir la novela, solo su conciencia lo sabrá. En una carta a Galdós le escribió que estaba arrepentido. Sin embargo, el prólogo a la novela de Galdós fue excelsoobra cumbre del naturalismo, destacando su realismo y profundidad psicológica»). Lo mejor de la crítica literaria. Sin duda, una obra maestra. Su impronta fue irrepetible, aunque son los/as lectores los dueños de encerrarla o estimarla hasta lo más alto. Como casi siempre, la gran mayoría del ámbito religioso o eclesiástico se sintió aludido y sacaron la daga. Ahí quedan la catedral, el casino, comida en casa de los marqueses, la misa del Gallo, velada de teatro, el llamado «flah back», monólogo interior, estilo indirecto libre, la confesión, El Magistral, don Álvaro, ex Regente de la Audiencia y Ana Ozores como emblemática de la ciudad. No olvidemos «Imagen de la vida es la novela«. Lo clásico, lo que nos apasiona; es el Galdós de siempre.

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Otras notas de quinto curso de Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, 5

Poco importó el seudónimo con que firmó sus obras la escritora. Solo ella sabrá por qué lo hizo. A la posteridad ha pasado como Fernán Caballero. Según parte de la crítica mayoritaria su mejor obra es La familia de Alvareda, incluso ha recibido el apelativo de magistral; sin embargo, al hablar de la escritora nos viene a la mente La Gaviota; si en aquella obra sobresalen los cuadros de costumbres, apenas se encuentran en La Gaviota, pero nos quedamos con el estilo sencillo, pulcro, ameno de aquella en las formas de las gentes que la pueblan con ese realismo tan en boga. Quizá Clemencia haya tenido menos resonancia y eso que se puede considerar como autobiográfica, su propia vida. Menos conocida es Lágrimas. En su haber también llamó la atención el género epistolar, donde ella sentía con placer lo que escribía.

Alarcón ha pasado a la historia de la literatura con El sombrero de tres picos, su obra maestra, pero no fue menor El escándalo tan popular como la nombrada en primer lugar. Fue tildado de reaccionario extremado. La faceta periodística la exalta con Diario de un testigo de la guerra de África. Sus minuciosas crónicas fueron delicias para los lectores y no fue por su «torrente patriótico», sino por sus asombrosas descripciones de lo que observó. También La pródiga suscitó cierto debate, pero mucho menos. El Epílogo provocó algunos comentarios: no debió escribirse. El autor quería subrayar lo que se puede considerar como tesis.

Juan Valera. Ha pasado a la literatura como egocéntrico y el autor de Pepita Jiménez, su obra maestra. Del amor impregnado de misticismo al amor humano; juntamente con la libertad es lo más grande que tiene el género humano; no cabía otra forma de enfocar la novela, los/as lectores lo agradecen. El hecho de que se le defina como aristócrata en ningún caso se puede considerar como negativo. La inteligencia supera las ideas que para algunos pueden ser lo primordial; en Valera, no. Él es el artista que desea recrearse y hacerlo para los demás, por eso recurre a lo sublime, al amor, a lo sencillo; su obra está encasillada en ese ámbito. Hoy, después de tanto tiempo, lo contemplamos como el gran humanista del siglo XIX. Su avance en el camino del progreso, de la ciencia, de la cultura por encima de todo no contribuyó a que se le leyera tanto y la sociedad avanzara. La frase mítica de este novelista ha quedado para siempre : «tocar con la cabeza en el cielo, apoyados los pies en la tierra» .

El adjetivo «correcto» con que Manuel Azaña entendió su obra hoy lo vemos como acertado. Su sensibilidad nos conmueve, hasta se puede llegar a pensar que tenía «alma de poeta» según avanzamos en su lectura. Ahí está su obra cumbre: Pepita Jiménez. El amor por encima de todo. Ante el éxito, el autor dijo que: «una obra bonita debe ser poesía y no historia». Una obra en la que predomina la quietud, el costumbrismo hecho espíritu con la amenidad que siente el autor ante los ojos verdes de Pepita. Al lado, encontramos Juanita la Larga; de nuevo, el tono optimista con que supo ensamblar los aspectos descriptivos y narrativos en espacios andaluces en los que el amor subyace como alimento humanístico. En Genio y figura están los recuerdos de los viajes que realizó en los que , cómo, no, el amor es capital, como lozanías de enamorado. Memoria y fantasía se aúnan en su obra, son como muletas que le ayudan a la profundidad con que quiere llegar. De aquí nos recuerda que la gran originalidad no proviene de apartarse, sino aproximarse a lo que han dicho otros y añadir el caudal propio. Ese es Varela.

No se puede olvidar en Valera el género epistolar – copiosísimo- tan llamativo en su pluma; se podía denominar como lo predilecto, siempre agradable a la lectura con esa forma cuidada, que nos sirve para hablar mejor con sencillez aplastante para llegar a ser-«buen hablista del castellano«- como él.

Apenas el profesor se detuvo en Blasco Ibáñez. Trazó un esquema para que leyésemos algunas de sus obras. No se dijo de Blasco Ibáñez que era antimonárquico, anticlerical y exiliado político. Quedó claro que sus obras fueron producto de su vida tan singular. Casi todo estaba reducido a obras valencianas o regionalistas. En La Barraca se resaltó la belleza con que describe. La más popular en la que combina la narración y la descripción, y como asidero lo que viene en llamarse «estilo indirecto libre«. Su habilidad en esta forma es suma a la hora de desarrollar el costumbrismo en todo su largor. Las escenas descritas lo confirman con esa frescura de quien es copartícipe de lo que escribe; además está imbuida de poesía, algo que no es tan común.

Tampoco podemos olvidar que La barraca al principio no tuvo el éxito esperado, vino bastante después. El agua, tan necesaria, es capital en la novela y más si la sequía contribuye a su importancia. Es la protesta ante la escasez, la desesperación por conseguirla más allá de la ley. La «injusticia social» se adueña del pensamiento de las personas. El problema socio-económico, la explotación de la tierra, la maldad humana como inherente de quien se cree superior para hacer y deshacer a su antojo. Es la tragedia humana para el sustento; no se dan soluciones; el autor plantea, no se decanta; es el diálogo el que puede clarificar y los/as lectores los que descifran con las lecturas.

Cañas y Barro en la que predomina el paisaje hecho belleza de huertas y campo florido. Es el dibujo de su tierra desde otra vertiente. Arroz y tartana es más urbana con las «fallas» como prioritario. Sorprende El Papa del mar. Es el famoso Papa Luna. Es definitiva, en Blasco se agrupan creación y paisaje. Quedaron otras obras como final de este autor que supo dar vida al paisaje: Entre naranjos, La catedral, El intruso,, La bottega, La horda, La maja desnuda, Sangre y arena, y los cuentos Luna Benamor..

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Más notas encontradas en aquel quinto curso de Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid 4

Toda una institución santanderina quedó en nuestro pensamiento por su relación con Galdós: Pereda. El entrecomillado «la situación del lenguaje literario español y su difícil adaptabilidad a la novela, en particular el diálogo», resaltó Galdós en el prólogo que realizó a la novela perediana El sabor de la tierruca. Es evidente que ya la relación Galdós/Pereda no se nos olvidaría.

Sin que sirva de indiferencia para el escritor, si se mantiene su nombre es a Galdós; digamos lo que queramos. Es un hecho. No sé si por su acendrado lado ideológico, o que no llega a los lectores/as. Tampoco la crítica ayudó, quizá por su conservadurismo o quién sabe. No está en la primera línea de la novela del siglo XIX. Por el contrario, las obras de Pérez Galdós y de Clarín has suscitado una inmensa bibliografía y ambos han sido admirados con simposios, conferencias, tesis, ediciones. La palabra culto es la más certera para valorarlos.

El provincianismo de Pereda ya se percibió en su primera novela Pedro Sánchez. Galdós fue el crítico que más aplaudió, incluso se atrevió a lanzar que fue precursor de la observación natural de la novela. Un adelantado del realismo. Se le achaca que no diera algún pensamiento sobre la revolución del 68. Sí llamó la atención De tal palo tal astilla-intransigente en materia de fe- en la que arremetió contra la excelsa novela galdosiana Gloria. Galdós defendió tolerancia entre las religiones. El amor por encima de las religiones, mientras Pereda exigía la religión por encima del amor. El fanatismo religioso de las ideas vertidas a través del amor que propuso Galdós no decayó en ningún momento; le esperaban las penas del infierno-sobre todo de Pereda-, y más tarde fueron los mismos los que hicieron fuerza para que no se le concediera el Premio Nobel de literatura, aparte de los envidiosos e incapaces. Para sus lectores/as que son millones en el mundo si hay un escritor en lengua castellana merecedor del premio es Galdós.

Quedaron en el aire del aula El sabor de la tierruca. La puchera, Peñas arriba, El buey suelto, Escenas montañosas.

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