Aunque había estado seis veces-voy todos los años- en la carrera ·»Hoz del Huécar»-se celebra en primavera- donde se juntan el cielo y la tierra, y en verdad lo paradisíaco te envuelve, no había corrido la M. Maratón de Cuenca en la que el río Júcar te acompaña con frondosos pinares y álamos ensoñadores con ya las hojas amarillas sobre la superficie del río. El contraste entre el verde y el amarillo te enaltece, te sientes copartícipe de otros parajes hechos de trozos de cielo. Simplemente una sinfonía paisajística. No había corrido una M. Maratón tan dura; incluso más que la afamada Behobia-Donosti (cuatro veces); en esta son las gentes quienes te aúpan, te arropan para que continúes. Para mí son las mejores que he corrido juntamente con la de Gotenburgo; aquí, en esta ciudad sueca por excelencia, es otro mundo, por eso las llevo en el corazón y guardo sus camisetas con primor; cuando corro con ellas siento esa fuerza, ese aleteo salvífico de vivir ya fuera de lo terrícola.La fuerza de voluntad en una carrera es primordial, más que las piernas. Y la alegría con que se entra en meta te da fuerza para proseguir en el atletismo, a la espera de que no sea la última y recobres nuevos bríos para la siguiente. Hay que destacar el esmero con que preparan los conquenses las pruebas, y el domingo pasado no fue una excepción. Cuando regresas a casa, vienes como oreado de belleza, de incienso celestial.