Teatro

La cisma de Inglaterra

Cuando me acerco a Calderón de la Barca recuerdo aquella frase con que el profesor-en el bachillerato- comenzaba el tema: «El arte teatral de Lope se hace ciencia en Calderón»,  que aprendíamos de memoria. Claro, ya habíamos leído y estudiado  al «monstruo de la naturaleza» en el que cayeron genuflexos el resto de dramaturgos de la época, incluido Calderón. La cisma de Inglaterra no fue una lectura obligatoria; ahora, es la primera vez que he leído con delectación, aunque sí  el enfoque de Shakespeare en Enrique VIII . La proclamación de la Iglesa anglicana y ruptura con la católica ( Iglesia de Roma) nace de los amores entre Enrique VIII y Ana Bolena-conocida ya como  «Anne of Thousand Days». Detrás está Catalina y el repudio del rey. Ellos son los personajes capitales de un hecho primordial para la historia de Inglaterra y parte de la humanidad. Si nos quedamos en lo manido que ha pasado de boca en boca: «que Enrique VIII fue un tornado de pasiones, que si Ana era  ambiciosa y frívola, que si María era la inocencia, el candelabro y la luz», es no entender nada de los problemas capitales de la sociedad inglesa, o cómo se ejercía el poder político y religioso.

El tema trajo para unos alegría, y para otros desencuentros en aquella época. Pasó como sabemos a la historia, a la literatura y al cine; cada uno dio un matiz. El diálogo que  ha

pervividio, siempre nos deja como embebidos por un destello si no distinto, al menos con las dudas por el paso del tiempo. Calderón de la Barca da el suyo sobre todo en la concepción del rey, que no legitima porque ha perdido la unión de la monarquía con la función «redentora de Dios». El fracaso como dirigente subyace, dado que Calderón de la Barca se emparenta con el concepto teológico-político de la casa de Austria como ya se ha descrito en otras obras. Más allá de imaginación del dramaturgo sobresale su pensamiento de unos hechos acaecidos históricamente impregnados de dramaturgia. El lector podrá tomar partido o no, pero no quedará yerto ante una estilo lleno de perfección, que hoy echamos de menos; lo literario, el saber elegir un adjetivo y un verbo;  aunarlos no es tan fácil como creen algunos con esa prosa mortecina que hoy nos apabulla, y lo peor es que creen que escriben bien cuando les falta ese engranaje tan típico de lo que ya denominamos clásicos. Esta lectura nos ayudará a comprender algunos aspectos de lo existencial, a conocer mejor lo humano de que estamos hechos.

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