A propósito de la página 18 del suplemento Babelia del diario El País, de 28 de junio de 2013 en que aparece una crónica, sin firma, con el título «Pinter, el adelantado». Nada que objetar a lo vertido, salvo la proliferación de los paréntesis, aspecto que desdice de cualquier escritor. Me uno a lo que pide: «Ignoro si The Hothouse se estrenó en España en los ochenta: diría que no. Si estoy en lo cierto, ya va siendo hora de que alguien la monte, porque juega y gana en todas sus mesas».
Me sorprende que escriba que en otro tiempo el teatro de Pinter se le colgó «la etiqueta de teatro del absurdo»; en concreto lo achaca a los «clasificadores de turno». Poco importa porque su obra pervive y no precisamente con ese adjetivo, pues desterrémosle. En varias ocasiones a Harold Pinter lo he definido como realista, rebelde, inconformista, en contra del orden establecido (lá ultima léase en «Bubok» Teatro: La generación realista y la crítica periodistica, 2013) al comparar a los «Angry young men» con los que denominó José Monleón «generación realista».
The Hothouse (1958)-returns to London´s West End-, si se hubiera representado en su día, quizá no hubiera tenido el éxito, auspiciado por el/la cronista porque la obra que insinúa Look back in Anger de J. Osborne, si triunfó no fue por denunciador, y menos literario, sino más bien por ir en contra del teatro que venía representantándose sin más; no ofecía alternativas. ¿Entonces, por qué ha quedado como emblemática? Sencillamte, por lo que representaba, por la liberación que supuso; el hecho que salieran unos «sketches» en la televisión fue el empujón para el éxito. En la obra se dibuja un cierto malestar, odio sería demasiado, hacia el “establishment”, representado por la clase burguesa, que es afín de cuentas la que sustentaba el teatro. Pero, sobre todo, supuso lo que en inglés se denomina “ break-through”.
Leopoldo Mateo no acaba de entender cómo una obra que «objetivamente, es de una factura totalmente tradicional, que narra una historia de amor con un final feliz absurdo, llena de trucos fáciles, y con una mirada al pasado puede que tuviera el eco y la importancia que los manuales literarios le han ido concediendo»[i].
De la misma opinión es el crítico Guerrero Zamora al resaltar que “sólo en un país eminentemente conservador se comprende, en efecto, que una obra estilísticamente anacrónica produjera un impacto revolucionario”.
[i] Mateo, L., “El teatro inglés contemporáneo y su recepción en la crítica española”, en Estudios de teatro actual en la lengua inglesa. Madrid, Huerga /Fierro, 2002, pág. 112
Soy un simple aficionado, pero jamás metería a Pinter dentro del teatro del absurdo. Otra cosa es que en los diálogos de sus obras nos muestre de manera fehaciente cómo el lenguaje cotidiano encierra un montón de frases hechas, que de repetirlas se transforman en absurdas. La intensidad de la mayoría de sus obras de teatro viene como dices de la mismísima realidad. Muy buena entrada. Ah! y amo «El montaplatos», «The Caretaker», «Paisaje», «Silencio», «Noche» y por supuesto «Retorno al hogar» y «Viejos tiempos».
Si lees con cuidado lo que digo, se desprende todo lo contrario de «absurdo»; pero, como el/la cronista escribe que se le encaja ahí, no he querido pontificar, eso sí invito a los que quieran leerme en mi último libro que cito, en el que mantengo la realidad más absoluta, la viveza de su teatro, incluso hoy. De los manuales hay que huir porque se copian unos a otros, y generalmente casi no leen para cerciorarse de lo que escriben. Errores de esos a cientos, lo preocupante es que se da también en la docencia universitaria.
Sí, sí, no lo aclaré lo suficiente, pero mi comentario era para manifestar que estaba en todo de acuerdo contigo.