Entrecomillo parte del título porque es el último verso del famoso soneto del poeta Federico Muelas que los docentes hemos encajado dentro de la llamada «Generación del 36» o también de la poesía de posguerra.
A la espera del Alvia que me conducirá a Cuenca, un año más, para participar en la carrera «La hoz del Huécar», me entretengo en la estación «Atocha-Renfe» leyendo Babelia del diario El País de 25 de mayo. Como casi siempre paso las páginas para ver qué me interesa más, o simplemente de qué versa, más allá de la portada con un título torrencial: «Contra la cruda realidad. La literatura fantástica vive una primavera editorial a través de nuevos sellos y colecciones». Al principio quise leer las páginas centrales por la luz que transmitía el título «Mapa total de Otero» con la ya famosa fotografía del poeta en Granada en un homenaje en 1976 a García Lorca. Pero, no lo hice porque me llamó la atención en las páginas siguientes «Vidas de la novela. Luis Goytisolo revisa las fuentes de un género informe convertido en eje de la sensibilidad lectora occidental». El motivo de hacerlo antes que el resto del suplemento fue porque se refería al ensayo de Luis Goytisolo Naturaleza de la novela (mayo, 2013), que yo, ya, había leído y dejada mi opinión en mi «web-blog» (18 de mayo). Además, el libro lo llevaba en el bolso de viaje porque quería releerlo en el trayecto, juntamente con Simple suspense para recordar «my English» por si paso una temporada en Inglaterra.
Me enfrasco en la reseña (pág. 14), y al terminarla me quedé suspenso. Inmediatamente, percibo que el escrito no se lee como una novela, y sí el ensayo de Luis Goytisolo, con más razón, por tanto, para imbuirme, de nuevo, en el libro. Fui previsor porque no conocía que hoy sería reseñado. Quizá sea el adjetivo agridulce el que más defina mi lectura del comentario en el suplemento; es que, a veces, los críticos quieren ser más que los autores y aprovechan para ventear todo un repertorio de lo que conoce, sin que el lector se entere nítidamente del libro reseñado si antes no lo ha leído. Los críticos deberían leer los pasajes bíblicos y evangélicos propuestos por Goytisolo para que sus escritos se lean como un relato y la sencillez lo cubra todo, que el texto afecte al lector por lo evocado. Percibo que no se hace, que se intenta llamar la atención con oraciones farragosas, con un léxico, a veces, rebuscado, y eso sí, demostrar que la crítica está por encima, y al final el lector no sabe qué es lo que ha pretendido el autor siendo como es primordial.
En la página siguiente del suplemento, leo en destacado el título «Sobre amores». En «´Miguiño mio´, doña Emilia Pardo Bazán, una mujer de armas tomar, da rienda suelta epistolar a su pasión por Galdós», que leo con fruición. No es novedoso lo que se relata, al menos para el que suscribe, porque para motivar a los alumnos a la lectura del más grande novelista después de Cervantes he recurrido a estas anécdotas, a esa relación amistosa y pasional entre los dos.
El domingo, día 26, era el día señalado para la carrera que imprime carácter para siempre, por lo que irá en las alforjas en este itinerario existencial. Para mí, de todas las carreras en las que que he participado, sobresalen esta y la de «Behobia». A la de Cuenca le falta ese aluvión de personas animándote, haga calor, frío, llueva o nieve, durante toda la carrera; esto no lo olvidará el atleta que participe en la «Behobia-Donosti». Más de 25.000 personas es una tarjeta de visita para tenerla presente.
A las diez se dio la salida, y al igual que hacían las compañías teatrales en el siglo XVI cuando estrenaban una obra, dimos una vuelta por las calles principales de Cuenca, para después enfilarnos por la celestial hoz del Huécar donde parece que según subes, deseas acariciar el cielo; pronto me acuerdo del verso del poeta «en volandas de celestes prados», que cristaliza con su enamoramiento al exclamar: «¡Oh, aventura de cielos despeñados».

En la subida del kilómetro siete al ocho, ya coronada la «cueva del fraile», observo, por fin, a un puñado de personas, en una de las curvas, que aplauden; cuando me faltaban unos diez metros para girar y emprender otra cuesta, oigo «ánimo Behobia», «ánimo Behobia», «Behobia», e irrumpen en aplausos, que agradecí con un saludo. El hecho significativo de «Behobia» fue porque yo corrí con la camiseta de la última Behobia 48 (noviembre, 2012), en agradecimiento a esas miles de gentes que tanto me aplaudieron sobre todo en las estribaciones de Lezo, y también como recuerdo de mi madre que dentro de nada cumplirá un siglo, y a la que le dediqué la carrera de Behobia como ya di testimonio en este «blog» («Desde Behobia-San Sebastián. Mis impresiones de la carrera internacional Behobia», 12 de noviembre).
Si, al final, no vienes enamorado de la hoz del Huécar, es que te falta algo; los dioses no han sido propicios; hay que volver para que la lámpara del sentimiento no se apague.

