¡Qué alegría sentí esta mañana, a primera hora, cuando escuché por la radio y después corroborada por el periódico de que al poeta, teólogo de la liberación (¿es que puede existir otra?), Ernesto Cardenal le habían concedido el XXI Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana!
En esta página «web» ya hice referencia a la figura excelsa del poeta en un canto titulado «Desencuentro» el 9 de diciembre de 2011. En ese tiempo en el que todo se detiene, me refugié en su último libro Tata Vasco. Sentí ese compromiso, esa solidaridad que desprende su poesía, que juntamente con la fe forman un todo indivisible, en palabras de E. Cardenal. Unamos buena noticia y denuncia y hallaremos lo que es la poesía totalizadora. En las líneas que vertí en «Desencuentro» recordaba el libro todopoderoso, como es Canto cósmico, la cúspide de su poesía, aunque antes había publicado los libros Salmos, Epigramas y probablemente el más conocido o leído Oración por Marilyn Monroe, (¿quién no se acerca a ese ventanal ante tal nombre aunque solo sea por curiosidad?).
¡Qué bien nos ha recordado, con ocasión del premio, que «nunca ha sido un disidente sino un poeta de la Teología de la liberación, que es la teología de los pobres!, que es lo que Jesús de Nazaret nos quiso anunciar: la buena nueva como sinónimo de justicia«. Fue un revolucionario, exactamente como el poeta. ¡Todavía asusta el témino, qué cosas!, cuando es sinónimo de justicia, de solidaridad. ¡Qué contrariedad que el representante de Jesús en la tierra, allá, en marzo de 1983, le amonestara públicamente, en un acto de soberbia, del que no conocemos si se arrepintió, y ahora ha sido beatificado! A buen seguro que si volviera Jesús de Nazaret a la tierra beatificaría a Cardenal, en vida, y le diría: «sígueme», tú eres resplandor, como dijo a los apóstoles.
La poesía es un arma cargada de futuro, claro que sí, claro que siempre. Gracias, Félix, por enterarme de este galardón para el humildemente enormísimo nicaragüense, y por reivindicar la única Teología que nos vale a los latinoamericanos, la misma que le vale al único Cristo: el que sigue andando en la mar. Salve.
Gracias por haberme leído y estar de acuerdo. Lee, también, «Desencuentro» y «Monseñor Blázquet».No solo la Teología de la liberación para los hispanoamericanos/latinoamericanos, para todo el mundo, pero muy espeial para la jerarquía eclesiástica española. Necesitan que los evangelicen. Sinceramente, no son sal de la tierra ni luz en las tinieblas.¡Qué pena!
Maestro Félix, amplío y añado, con mi enormísimo agradecimiento por su respuesta, que me honra. Leeeré esos textos que, le confieso (aunque suene tan religioso… o por eso mismo, me debo(, del mismo autor de «El Evangelio en Solentiname». El mismo que, ya lo ya dicho Vd., tuvo la cristianísima humildad de arrodillarse y pedir perdón ante un Papa. Juan Pablo II, que, por vía propia y del entonces encargado del Santo Oficio contemporáneo, hoy autodenominado Benedicto XVI, se propuso arrasar, y mucho arrasó, pero nunca del todo («Venceréis, pero no convenceréis»), con un asesinado (¡en plena misa!) salvadoreño Óscar Romero, con las persecuciones a Frei Betto y no menos los ninguneos a los siemprevivos obispos de mi Argentina, monseñores Jaime De Nevares y Miguel Hesayne, entre tantos otros, para favorecer a un Joseph Ratzinger al que me niego (y sepa perdonar la dureza) a concederle las sandalias del pescador en tanto nazi irredento («¿Y Dios dónde estaba…?»). Sepa, como sé lo sabe, Maestro Rebollo, que se trata de la jerarquía eclesíastica española… y del resto de mucho, muchísimo mundo. Efectivamente, ni sal en la tierra ni luz en las tinieblas, una pena, pero también una responsabilidad de ellos, enorme, incontrastable, como cuando Borges, en su poema «Cristo en la cruz», de su último libro en vida física, «Los conjurados» (1985), dice sin eufemismos: «el Vaticano que bendice ejércitos». Me llamo Juan en gran parte por Juan XXIII y Pablo, lo mismo, por Pablo VI, artífices del Concilio Ecuménico Vaticano II, que hoy se empeñan en negar y destruir, como negaron y destruyeron en 33 crísticos días a Albino Luciani, mi amado Papa Juan Pablo I, auténtico militantre de Jesús, por decir «irreverencias» como la de su propuesta de repartir el oro del Vaticano y que «Dios es también una mujer» («Dio é anche una donna»). Mis enormes respetos para Usted, siempre.