El día 1 de noviembre de 2011 se cumplen cincuenta de la creación de Els Joglars. Enhorabuena por habernos hecho reír, llorar, pensar, soñar; por esa creatividad tan ajena a la convencional.
De todos los grupos teatrales que han recibido el adjetivo de independiente por el carácter transgresor que acarrean sus representaciones en los últimos cincuenta años, destaca “Els Joglars”. Público y crítica estuvieron de acuerdo en la fuerza dramática de sus representaciones. Nombre y éxito se hermanan en este grupo. Sin embargo, su director Albert Boadella declara que si bien no se considera injustamente tratado, cree que “no ha tenido la consideración exacta sobre lo que ha hecho”. Se define como “un titiritero sin patria ni dios que complica la buena marcha de la sociedad”. Aunque el grupo se crea en el año 1961-A. Boadella, Antoni Font y Carlota Soldevila son los fundadores- es a partir de la década de los setenta cuando su nombre adquiere difusión. En un primer momento, se dedican a espectáculos de mimo.
En el año 1967 se hace cargo de la dirección A. Boadella, y es a partir de este momento cuando el grupo cambia el rumbo. Albert Boadella concibe el teatro como un espejo mágico en el que impone su impronta estética personal. Sus éxitos son notorios en España y fuera. El sonido, el movimiento y la palabra, probablemente por este orden, son las señas del grupo.
Una obra que produjo sinsabores en ciertos estamentos determinados de la sociedad fue La Torna (estrenada en 1977). A partir de este momento se observa como una ruptura. El tema fue la ejecución por cuestiones políticas del anarquista Puig Antich junto al polaco Heinz Chez. Por este motivo sus miembros fueron procesados por considerarse un ataque a las Fuerzas Armadas Españolas. A. Boadella se escapó del Hospital Clínico de Barcelona, adonde había sido trasladado aquejado de una enfermedad. La cárcel y este acontecimiento dio al grupo más publicidad.
En el estreno de su obra El Nacional hizo unas declaraciones en las que vino a decir que su obra está llena de crítica a la crítica, sobre todo a uno que corre por ahí, que parece no entender lo motivos del teatro y nos llama payasos. Qué mejor halago que ser bufón en escena. Su crítica también va dirigida al Estado por sus continuas subvenciones a la cultura, y cómo no, a los teatros públicos «porque son mi competencia desleal. De los teatros públicos lo único salvable son los edificios». Su obra gustó allá donde fue representada, y la crítica estuvo en su sitio.
La obra nos sitúa en un antiguo Teatro Nacional muy degradado, donde el viejo acomodador pretende hacerlo renacer con un grupo de vagabundos que representan la pieza de Verdi, y se aprovecha de la ópera de Rigoletto para marcar el ritmo del texto. Albert Boadella dice que hace suyo Rigoletto porque es la historia de un bufón, y eso es lo que somos la gente del teatro. También el dramaturgo inglés John Osborne hizo ese símil en la obra The Entertainer, aunque referido a todo su país. El crítico del diario El País, E. Haro Tecglen vio la obra como “una broma más de Boadella: ingeniosa, divertida, simpática, vagamente injusta; al mismo tiempo que ataque —de esgrima—, blanco de ese ataque”. Sin embargo, el público no lo vio así, al aplaudir, al final, con entusiasmo. La perfección es algo inherente al grupo.
Els Joglars es capaz de rechazar el Premio Nacional de Teatro en 1994, «porque la oficialidad no estuvo con nosotros en los momentos difíciles; ahora resulta que sí les ha convenido, seguramente porque se han agotado todos los premiables; pero a nosotros ahora no nos conviene…, es un problema de estética». El grupo renunció no sólo al honor sino también al dinero (2.5 millones de pesetas). A. Boadella tuvo palabras, sin embargo, de agradecimiento para el jurado por galardonar la obra El Nacional, un ataque a la cultura del Estado.
Albert Boadella está convencido de que los males de la sociedad catalana provienen de su mandato absoluto, y ha declarado: «Escribí esta obra porque ya no puedo más con el nacionalismo del señor Pujol. Estoy harto de que la palabra Cataluña se pronuncie tres mil veces al día en nuestra televisión autonómica. Estoy harto de que en esa misma televisión salga Pujol cada diez minutos para reñirnos porque no somos todo lo buenos catalanes que deberíamos ser: sólo le falta enseñarnos a mear a la catalana. Estoy harto de vivir en un estado de excepción permanentemente del que, supuestamente, tiene la culpa el enemigo exterior, los españoles. Estoy harto de que me recuerden constantemente la suerte que tengo de ser catalán, porque los catalanes somos los mejores del mundo».
El tono político teatral de Ubú President hizo que el público se divertiera por una parte; pero, por otra, vio representada a Cataluña en ese momento En esta obra, que por extensión, abarca a los políticos, A. Boadella plantea lo que lo políticos harían si pudieran, y también lo que hacen. En el estreno del «Nuevo Apolo» de Madrid, el viernes, 1 de marzo de 1996, se repartió un cuestionario a los espectadores. De 674, sólo contestaron 106, y otros 42 lo devolvieron en blanco. Los resultados mostraron que la obra representaba a toda la clase política. El director manifestó que todos se sienten incómodos, «incluso los de signo distinto del protagonista».
Con motivo de la preparación del montaje Daaalí, dirigió un curso de verano de teatro en la U.I.M.P de Santander en el que presentó su decálogo de trabajo: individualistas, aldeanos, antidogmáticos, provocadores, vengativos, desdeñosos con la fantasía, con profundo desprecio a la tragedia, amantes del mal gusto, cuidadosos de sus enemigos y comprometidos con huir del teatro como de «parque temático».
Los cuarenta años de la compañía fueron celebrados con una exposición en el Institut del Teatre de Barcelona. Albert Boadella mantiene que para estar en el candelero se necesita no simpatizar con los que gobiernan; la longevidad se asocia a contar con grandes adversarios. La trayectoria del grupo es definida por el director como “la historia de la humanidad”, “sin nuestros grandes enemigos, algunos muy furibundos, no hubiéramos durado tanto. (…) Si hubiéramos sido una compañía nacional no existiríamos, o estaríamos en el Teatro Nacional de Cataluña, que más o menos es lo mismo”.
El resumen de la trayectoria del grupo, en opinión de su director, no puede ser más alagüeña: “Hemos vivido haciendo el teatro que nos ha apetecido, hemos practicado una desvergüenza y un descaro que nos ha evitado muchas úlceras y nos hemos divertido comprobando cómo se las provocábamos nosotros a unos cuantos prepotentes. Hemos sufrido también solidariamente, que es sin duda una forma más agradable de padecer. No ha sido necesario comportarnos servilmente con los que manejan el cotarro y por ello nos hemos reído rechazando premios millonarios o parodiando a nuestros fieles detractores. Hemos gozado de una numerosa audiencia que ha sido siempre generosa y entusiasta, auténtica clave de nuestra supervivencia. ¿Qué más se puede pedir?”.
Más allá de opiniones sobre el teatro que han realizado, en el fondo lleva razón cuando manifiesta que para representar se necesita muy poco: “el arte del teatro alcanza sus máximas posibilidades con el mínimo de recursos. Con inversiones millonarias, el teatro se convierte en otra cosa, en un parque temático. Los mejores creadores de este siglo han demostrado que el teatro se realiza en un espacio vacío, unos buenos actores y un buen concepto dramático”. La función básica del teatro, y en esto el grupo lo tiene asimilado, es la transgresión, sin ésta se quedaría en algo inane. El teatro amordazado por la subvención no es teatro ya que desaparece la libertad sobre el escenario, algo inherente al mismo.
Para la posteridad, el teatro de Els Joglars ha quedado como el arte que alcanza lo máximo con el mínimo de recursos. De ahí que su autor arremeta contra las inversiones millonarias en la dramaturgia. De esta forma, el teatro representado por el grupo ha sido altamente rentable. Y, últimamente, cuando el invierno de su dramaturgia consigue la suma perfección y se le puede denominar con el término “clásico”, A. Boadella manifiesta que “el sarcasmo es nuestra seña de identidad”, o que su posteridad “está en las obras, y durará casi como un Miró, muy poco”.
Nota: una visión más amplia se puede leer en mi libro Literatura y Periodismo en el siglo XXI, págs. 102-109