El título es del «poeta-profesor» o como le denominó Jorge Guillén: «el enfermo del mal de Flaubert», que no es otro que el poeta del amor: Pedro Salinas. El autor de La voz a ti debida.
Sesenta años después de su muerte, no está de más recordarlo, y más ahora que estamos comenzando, de nuevo, otro curso. Acabo de terminar de leer dos textos inéditos con el título con que encabezo estas líneas. No hace falta añadir la belleza con que enhebra sus pensamientos, más allá de que discrepemos o no de las ideas que vierte. Aunque los textos se remontan a los años cuarenta, parece que son de plena actualidad.
Los textos rememoran la lucidez del conocimiento, como premisa primordial, pero, también el espíritu crítico con que aborda la realidad de la época que le tocó vivir. Hoy, que estamos de cambio en lo referente a la formación universitaria, quizá sería conveniente que leyéramos estos pensamientos por si encontramos esa luz que a veces nos falta a los docentes, y no por ganas. Las delicias de la docencia tienen que reflejarse en la existencia Por tanto estamos ante no solo lo vital sino también ante una reivindicación moral. El poeta nos conduce hacia la función de la universidad, que no debe quedarse solo en la inserción en el campo laboral sino que tiene que trascender hacia esa interiorización personal en las relaciones con los demás. Textualmente dice Salinas que el estudiante debe formarse «en la Universidad para el mundo. Y debe hacerse para el beneficio de los grandes valores humanos, verdad, justicia».
Los hechos que evoca son tan nítidos que es una necesidad recobrarlos por si coadyuvan a los estudiantes que estos días ya pueblan la ciudad universitaria. Pedro Salinas pone el acento en que el estudiante se distinga de los demás «por tener la mira puesta en algo superior a una utilidad para él: en un ideal para sus prójimos, o para la ciencia. Que sea esto lo que le guíe».
Tener conciencia de la realidad, que el pensamiento sea la simiente de lo que un día germinará para dar los frutos; es el final de un camino, pero también el principio de otro que inicia, quizá más pedregoso para el que debe estar preparado.
Si la universidad no fuera el cofre en el que anidan las cosas más altas y nobles del espíritu existencialista, estaríamos abocados al fracaso. Por eso siempre insisto en los primeros días en que la universidad no puede reducirse a las clases; si fuera así estaríamos perdiendo el tiempo. Es mucho más. Siempre repito hasta la saciedad: «haz vida universitaria», que estos años ya no vuelven; pero sobre todo, la expresión «sé tú»; es el querer ser. El estudio nos tiene que servir para saber, no para acabar la carrera.El pensamiento, el conocimiento, como premisa capital para tener más contento.