Sobre los ángeles. Otra vez perplejo por la exigua acogida, en el debate del Campus virtual y también de clase, por mis alumnos/as de un libro hermoso de Rafael Alberti.
La intranquilidad, el estar en vilo, como se hacía en el teatro griego, es una nota destacada de uno de los libros poéticos más importantes de la literatura española del siglo XX. Incluso se ha llegado a escribir como el mejor. Esta expresión en literatura es difícil mantener por el carácter disidente de la misma, pero sí que ha dejado huella.
Más allá de la dicotomía como se ha entrevisto, en sí contradictorias, como “imagen surrealista” y como alejado del “automatismo psíquico”, el libro está acorde con el espíritu existencialista de los escritores de la primera mitad del siglo. La diferencia estriba en que Rafael Alberti en ese momento se hallaba en un dilema. Su poderosa imaginación le lleva a recordar la formación jesuítica que había recibido con la realidad que vive a finales de los años veinte y toda la literatura que se agolpaba en su mente.
¿Cómo salir del atolladero? Si hacemos caso al poeta, la pérdida de un paraíso, «tal vez el de mis años recientes, y mi clara y primerísima juventud, alegre y sin problemas», nos percataremos, inmediatamente, de ese pasado cercano que añora. Pero el problema se agranda cuando el poeta nos desvela que «llegué a escribir a tientas, sin encender la luz, a cualquier hora de la noche con un automatismo no buscado, un empuje espontáneo, tembloroso, febril, que hacía que los versos se taparan los unos a los otros, siéndome, a veces, imposible descifrarlos en el día».
El primer poema se titula “Paraíso perdido”. Los tres primeros versos son bien elocuentes: A través de los siglos, / por la nada del mundo, / yo, sin sueño, buscándote. El poema termina con otra tríada versal tan confusa como la primera; «¡Paraíso perdido! / Perdido por buscarte, / yo, sin luz para siempre». Es la pérdida de la inocencia, es la búsqueda de la época del alma, sin ayuda porque en la segunda tríada del poema su ángel ha muerto («Tras de mí, imperceptible, / sin rozarme los hombros, / mi ángel muerto, vigía»). La noche se apodera del poeta, al no saber a qué viene tanta confusión quiere darla un manotazo, apartarla ( ¡Atrás, atrás! ¡Qué espanto / de tinieblas sin voces! / ¡Qué perdida mi alma!»). Es notorio que inmediatamente nos viene a la memoria la obra de John Milton Paradise Lost. Pero, a continuación, el recuerdo de Bécquer, Santa Teresa, el Evangelio se dibujan en el poema.
Y en medio silencio, silencio, con esos «Ángeles malos o buenos», que no conoce, arrojados en la conciencia del poeta. Todos perdieron. ¿Cuál es el que queda «herido, alicortado»? Es el drama interior que estará en continua lucha para que su voz se escuche ante la desesperanza de un superviviente en medio de tinieblas sin que pueda remontar el vuelo, pero sí acariciar el viento. La riqueza imaginativa es ta poderosa que nos mece , nos baña, nos envuelve en el gran problema de la existencia. Es el manantial a pesar de lo desértico con que, a veces, nos encontramos. La extrañeza de vivir sin paraíso, y preguntar por qué fuimos expulsados. Es la vida como eternidad.
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