Es el segundo canto que dedico a E. Brontë ante la poca aceptación que ha tenido la obra entre los 140 alumnos/as de segundo de Periodismo en el debate en clase y en el campus virtual. Sinceramente ha sido sorpresivo, y, dicen que el siglo XXI será de las mujeres. De ahí que ventee la fuerza estilística, la libertad, el inconformismo, y los sentimientos de una mujer memorable aunque levantó temprano el vuelo; en ocasiones, la naturaleza es injusta y nos llama en plena juventud. Hoy, el recuerdo es perenne en lo que se denomina «Brontë Country».
A veces somos exigentes con quienes intentan salirse de los cánones que marca la sociedad. El convencionalismo es uno de los males de la existencia humana. E. Brontë murió sin que se le reconociera ese impulso vital con que adobó su relato; pero, para la posteridad, nos dejó un helecho que, sin que en su tiempo se regara, ha crecido cual laurel, y se mantiene contra todos los embates en el siglo XXI.
No intentemos la bifurcación entre el amor terrenal como arcadia feliz y el del más allá como algo imposible, fuera de lo común. Ambos se necesitan, alumbrémonos con el verso quevediano “serán ceniza, más tendrán sentido”. Es más, quizá, sea más hondo el que no se puede realizar en el entorno en el que nos desenvolvemos, pero que abriga la esperanza de un amor pasional en otro cielo, en otro reino diferente, sobre todo, en los que poseen una mayor capacidad de amar. El amor apasionado no puede sucumbir ante lo que se denomina la moral ortodoxa de un tiempo determinado.
E. Brontë, rompe con la moral ortodoxa de la época victoriana porque va contra natura, por eso se la considera como provocadora, alarmante, rebelde, soñadora, y, sin embargo, hoy, es admirada, echando por tierra esa moral convencional que nos empequeñece, que nos anonada. La novelista reprodujo la verdad de la vida; es el ser humano el que ahonda, el que sufre, el que disfruta, el que piensa. ¿Por qué cercenar esa savia? Lo que se llama la función social y moral del escritor no debe perturbar la obra artística, al contrario, debe coadyuvar a descifrarla. La autora, en este caso, con su personalidad contribuye a expandirla.
El paisaje entrelazado con varias colinas alrededor de Hawworth (in the Riding of Yorkshire, in the North of England) debió contribuir a esa mente soñadora que observamos en la novela. Si uno visita el pueblo se percatará de por qué Emily se detiene tanto en los páramos llenos de brezales que desprenden luz, vida, y, al mismo tiempo, ansia de libertad.