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Hacía tiempo que quería acercarme a la picaresca inglesa, no para compararla con la española, no tiene semejante parangón porque la sociedad es distinta y otras cuestiones que muy bien vienen señaladas por al editora, pág. 29, además de otras si tienes sosiego en su lectura, por lo que me ha venido muy bien que se haya publicado por la editorial Cátedra.

«Así como por su carácter pionero en el desarrollo de la novela del siglo XVIII», pag.70. Si bien es una muestra de investigación e importante, lo ideal es que se lea la obra; sin duda, la introducción nos puede servir para entenderla mejor y más si se comienza con lo que supuso la picaresca castellana, que aunque breve, es más que suficiente para poder compararla, a parte de lo bien estructurado y escrito. Mas, es muy necesario leer la introducción para que nos sirva de ayuda y adentrarse en el complejo mundo del personaje capital, Meriton Latroon, de lo contrario quizá no lleguemos a comprender todo el ajetreo de la novela o los entresijos en que se desenvuelve. Para mí ha sido primordial.
Es de agradecer que la editora nos inicie con el término «literatura picaresca«, y de inmediato una cita de Claudio Guillén de cómo entendió el «género picaresco», y de qué manera se convirtió en mítico en el que el realismo, lugares geográficos, ambientes, su estructura, el protagonista y el narrador, cobran todo su esplendor narrativo para atraer a los lectores/as. Al lado subyace la sátira, la ironía, la necesidad de comer, la situación económica-social, el engaño, la necesidad sexual, comunicación, la delincuencia con el común denominador de personas de malvivir. La breve estampa de lo que se ha entendido por el mundo de la picaresca castellana nos ayuda para entender mejor la inglesa y si esta tuvo conocimiento de los aconteceres españoles. Hay tres libros primordiales en los que se apoya: El Lazarillo de Tormes. Guzmán de Alfarache. La vida del Buscón. Son los ejemplos más nítidos, aunque se añaden más, por ejemplo La pícara Justina. Está atestiguado que estas obras tuvieron éxito en Inglaterra por lo que puede haber atisbos singulares entre ambas picarescas.
El análisis que realiza María José Coperías de El pícaro inglés ( The English Rogue) es capital su lectura antes de adentrarnos en la obra, si queremos llegar a una comprensión más certera, págs. 37-70. Se hace hincapié en el éxito de ventas en la que se nos narra la vida de Meriton Latroon; sobresale su vida sexual-en demasía-; este tema ha sido recurrente en la literatura, tiene momentos que hacen que prosigas en su lectura para ver su desarrollo. Más allá de que sea un pícaro o no según se ha entrevisto en lo inicial, sí tiene rasgos que estarían en el borde del mismo. Pero esto, poco importa al menos para el que suscribe estas líneas.
Los hechos narrados en los setenta y seis capítulos, más un apéndice pueden conducirnos en algún momento a abandonar su lectura por lo escabroso en algunos pasajes «con un tono vulgar, grosero y chabacano, llegando incluso con descripciones explícitamente violentas y sexuales y también escatológicas», pág. 48. Es complejo entregarse a las partes de la novela, y más cuando según el trascurrir del tiempo se publican partes singulares o se añade como en la posible quinta. Según la editora serían cuatro partes y en cuanto a la quinta, «esta nunca fue publicada o no lo fue ni por R. Head ni por F. Kirkman», pág. 52. Todo un mundo difícil de llegar a un acuerdo; de ahí que yo insista en que lo ideal es la lectura de la obra sin más, a pesar de su obscenidad continua.

Parece que en la intertextualidad no se albergan dudas, bien descrita y analizada por María José Coperías, pág. 63 y ss. Citemos El lazarillo de Tormes , Guzmán de Alfarache. No quita, como apostilla «para que se haga una firme defensa de la creación de un pícaro autóctono». Incluso en el prefacio podemos leer: «jamás les extraje ni una gota de su espíritu. Como si no pudiéramos producir nosotros un pícaro inglés», pág´91. Al ser una ventana abierta, la literatura picaresca pudo influir aunque tenga ribetes propios. Es recomendable leer con atención las notas a pie de página. En esto puede allanar caminos opuestos, diferentes, arroyo de la picaresca, aunque se mantenga con fiereza, «no he esquilmado el ingenio de otros hombres, ni recogido flores en los jardines de otros para adornar mis ideas…», pág. 92; y más adelante insiste de que no es «un mero ladrón que roba el trabajo de otros». Pero, eso sí, se nos recuerda en la edición de 1665 la picaresca española y francesa: «Los que otros escribieron a crédito tomaron; / eres tú a ese respecto lo que otros simularon. / Engolaron la voz con el habla ampulosa; mas tu lengua es más viva en el verso y la prosa. / El Guzmán y El Buscón, Lazarillo y Francion / brillaban con luz propia hasta su aparición».
Ya en el primer capítulo se nos narra los aconteceres de los primeros años y, sobre todo, con la primera persona, el anticipo de cómo es: «Engaño y disimulo siempre fueron en mí características innatas. Siempre estuve dispuesto a morir a manos del verdugo antes que faltar a la venganza, aun con débil fundamento», pág. 108. Su lectura nos hace pensar que eso que se ha llamado picaresca española no es igual a la inglesa aunque tenga muchas cosas en común. La digresión que realiza en el capítulo segundo es concreta («y explique brevemente los pormenores de la rebelión irlandesa»). Crueldad y horrendos asesinatos son claves para entender el pasaje. Asesinado brutalmente su padre por ser «pastor protestante» y no haber lugar seguro se aventuraron al mar madre e hijo. Sin rumbo fueron de aquí para allá; se da cuenta que con diez años no sabía leer; le guiaba el sentido común, y los robos proseguían, no existía otra alternativa. Es significativo cómo su madre consigue para apartarlo de la criada y mandarlo con un maestro «estricto, tirano», que no le dejó apartarse de los libros.
Se deshace de su madre y emprende la aventura solo «(«Era agosto cuando por fin me hice caballero andante»). El recuerdo de frases, ideas de Quijote se traslucen inmediatamente, sin duda, con diferencia abismal. Al encontrarse solo se une a una sociedad de personas, pero precisa que le «despojaron de mi buen atavío». Como bien apunta la editora nos recuerda parte del Buscón. Pronto se dio cuenta que no era su sitio («al fin resolví desertar en cuando se me ofreciera la primera oportunidad«). De esa forma se lanza a viajar solo y, claro, a mendigar. Topó de inmediato «con uno muy ejercitado en el arte» y se hicieron amigos. Londres les esperaba. Y así dando tumbos, tretas, van pasando los días a la búsqueda, como sea, de qué llevarse a la boca, y a pesar de los desaires, cárceles, manotazos, malvivir, engañar con todo tipo de pensamientos que le venía para conseguir lo que deseaba.
Se cobra un cierto descanso cuando un mercader lo escoge como sirviente; después conocería a aprendices «viciosos y lascivos». Todo no fue óbice para engañar a su señor, como casi nunca estaba en casa, «pedía permiso a la señora para ausentarme durante una hora, prometiéndole no llegar más tarde de lo acordado». Se da cuenta después de tantas trazas como iba haciendo, al engañar a su amo y señora, le pareció que «la libertad era una cosa estupenda, solo comparable a la salud». Se hace caballero en el andar al tener dineros en los bolsillos y otro joven-aprendiz de mi misma edad a quien conocía bien-, que aportó doscientas libras. Emprendieron el camino.
En el inicio del capítulo trece se nos advierte de sus correrías: «De un burdel a otro, era nuestro periplo diario, y aun encontrábamos algo de variedad para satisfacernos el gusto». Pronto se deshizo: «este pavo me encontré y no supe que era suyo». Y cómo no, se ofreció para servir en una residencia de muchachas-ya con atuendos femeninos para conquistar mejor todo lo que saliera-, como así fue. Allí se hartó de sexo y cuando se dio cuenta de que lo podían descubrir-«algunas doncellas empezaban a encontrar extrañas alteraciones en sus cuerpos, nauseas frecuentes», se planteó su huida.
No es que resulte cansino la repetición de algunos temas, por ejemplo el sexo en todo tiempo y lugar-más allá de lo verosímil que pudiera ser-, pero se podía haber evitado para que los hechos narrados fueran más vivos y rápidos. Cuando casi se llega al final desde el capítulo LXX, se agradece; son más llevaderos por lo breves que son y quieres que termine la historia porque lo primordial de lo que se entiende por picaresca no da para más, al menos para lo que se propusieron los autores.
Muy lejos termina la historia, después de haber recorrido tanto y distinto; no sabemos si se eligió a propósito; el caso es que India es tierra elegida para su final donde se casa-«le pedí su consentimiento para desposar a aquella india alegando lo beneficioso que iba a ser para mí», pág.547; no sin dejarnos entrever lo que no se puede hacer; es decir lo que está fuera de la virtud. Pero, resulta chocante lo que piensa antes de yacer: «un demonio del Infierno escapado, / y al que allí, por salaz habían carbonizado». Pensó que el infierno le quemaba. E inmediatamente la voz de la mujer: «soy tu amiga amorosa, y soy de carne y hueso: / si tus ojos se ofenden por mi aspecto exterior, / no los abras, pero ama: pues ciego es el amor». Después de tanto, las palabras de la india negra sobresalen, aunque tenga que aceptar casarse por la iglesia y renunciar a su paganismo.
El final se esperaba después de tantas páginas, a veces innecesarias, es prometedor y descanso para el lector/a, ya fatigado y saturado, y nos deja servicial: «para que la lectura de mi vida sirva de algún modo como instrumento para la reforma de los disolutos» .
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Head, R., El pícaro ingles. Madrid, Cátedra, 2024, págs. 561
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