No podían faltar dos galdosianos: Pardo Bazán y Clarín. La todapoderosa escritora supo ser mujer antes que novelista. Hizo lo que su corazón le dictaba en el amor, y en lo consuetudinario ejerció el plano de igualdad entre personas en que lo masculino sobresalía en las relaciones humanas. Dejó su huella en todo momento, al obviar dimes y diretes u otras pamplinas. Qué le importaba que la gente pensara que su bajada a Madrid era para intimar con su queridísimo amigo Galdós– «lo admiraron en vida y se le rezó muerto»-. Su corazón estaba por encima de todo. Supo hilvanar amistad y literatura. Los dos se mostraron proclives a la emancipación de la mujer–recordemos Tristana– . Dos personas sensibles, humanas, ante la vida. Apliquemos el adjetivo grande.
Si hay una expresión abarcadora para doña Emilia es la observación psicológica en todo momento de su escritura; al lado, su profundo amor por la naturaleza y el paisaje de Galicia. Cuentos, novelas, cartas, viajes, conferencias, ateneísta-la primera mujer como ateneísta, presidenta de la Sección de literatura del Ateneo de Madrid- (Ateneo Científico y Literario de Madrid), Consejera de Instrucción Pública, Catedrática de literatura comparada de Lenguas Neolatinas de la Universidad Central de Madrid. Hay que avizorar «la extraordinaria fecundidad de una autora tan poliédrica». Su producción periodística es inmensa con miles de artículos, reseñas, en diversos periódicos y revistas, etc. Y, cómo no, el recuerdo de que fue vedada ante el ingreso de la RAE. Hoy lo vemos como positivo ante la magnitud de su obra; pocos académicos/as tienen el caudal literario e inteligencia como la condesa. Y fueron y son académicos/as. En la Academia también se cuecen habas. y desde luego no siempre se eligen a los /as mejores.
Dejemos aparte los chismes, los amoríos y tantas cosas que se dicen y se leen de las relaciones entre Galdós, Pardo Bazán y Galdiano. La vida es así. Lo primordial es la lectura de las obras de la escritora; lo demás es entretenimiento sin más. A la memoria siempre nos vienen de la condesa tres obras como fundamentales: Los pazos de Ulloa. La madre naturaleza y Morriña– aunque para el que suscribe estas líneas la mejor es La Quimera– sin que desmerezcan el resto de su escritura porque es una de las grandes de la literatura castellana. En las tres nombradas sobresalen su Galicia natal unida a la naturaleza con un paisaje que adora. La cuestión palpitante, Una cristiana, La tribuna, La quimera, La prueba, Insolación, La sirena negra, están ahí para que nos acerquemos a leerlas y no hablemos o escribamos de oídas.
A mi mente viene aquel compañero de clase que estaba investigando los cuentos de Pardo Bazán y nos decía que había descubierto más de trescientos, cuando el profesor los cifró en una centenar. En buena lógica, un profesor no debe saber todo y más cuando se trata de una escritora que nos legó muchísimo y probablemente todavía no habrán salido todos los cuentos. No sé si se trataba de un examen a mitad de curso o fue en el final, el caso es que este compañero suspendió y con los ojos húmedos dijo que le había suspendido por haber escrito aspectos cuentísticos que él desconocía y más: «que mantuvo que iba por los trescientos». A saber, la verdad por qué suspendió. Yo no lo conocía («éramos en clase más de 150»). Los papeles hallados quizá proseguirán, se convierten en un rótulo que nos persigue en la literatura. Nombres que en este momento me vienen a la memoria que han investigado sobre la obra y, tal vez, no la hayan abandonado como Juan Paredes, Bravo Villasante, Marina Mayoral, etc., están como luceros de Pardo Bazán. Los estudios sobre la obra han sido y son incesantes. Gloria, pues.
No podía terminar estas líneas sin referirme al primer cuento que escribió «Un matrimonio del siglo XIX» y al último El árbol rosa». Si se dice que los cuentos de doña Emilia son la vida real, incrustada en sus cuentos y que lo dramático y lo trágico son signos característicos, invito a los lectores de esta página literaria a que lean alguno y vean si es cierto. En El árbol rosa todo dependerá de cómo se interprete a esa pareja que se veían furtivamente en el Retiro, y les servía el árbol de punto de cita: «Ya sabes en el árbol». La sencillez con que una persona aborda a otra, nos llama la atención: «- No se asuste…Sentiría molestar ¿Por qué no se para un momento y hablaríamos? Milagros al ser bien parecida se sintió alagada. Su respuesta: «Haga el favor de no venir a mi lado, nos pueden ver». –Entonces, ¿dónde la espero? – «En el Retiro, a mano izquierda hay un árbol todo color de rosa. Allí» . La frase «¡cómo sería este parque si le faltase su árbol rosa!»… Estamos ante el amor que lo puede todo. Aquí es donde comienzan a verse todos los días en el árbol rosa. Y un día las florecillas comenzaron a caer y alfombraron el suelo. Otro día, el señor cogió «una diminuta rama del árbol rosa y la guardó en el bolsillo del chaleco». Se despidieron, y la frase mítica entre ellos para el día siguiente: «A la misma hora, ¿eh?». Aquella noche, Milagros recibió una carta en la que le decía que tenía que irse. «Ya daré noticias», pero estas no se produjeron. Ella prosiguió con la esperanza, después de lloros. Más tarde se casaría con un tío suyo. Ahora sí, en primavera se paseaba por el Retiro con un niñito de la mano: miró al árbol rosa, «todo trémulo de floración. Una brisa suave lo mecía».
Clarín, también, estelar. Quedará para siempre La Regenta. Con sus Folletos literarios y Pardo Bazán con Nuevo Teatro Crítico– revista dirigida por ella reflejaron la vida política, cultural y social de los días en que vivieron.
Su personalidad intelectual se desarrolló nítida; no fue de golpe. Tal vez La Regenta se enzarzó con el naturalismo que reverdecía ya a finales del siglo XIX. No estaba ajeno. Pero también aportó lo que prevaleció a finales del siglo como fue el espiritualismo hecho arte de su segunda novela Su único hijo; es el Clarín más allá de su primera novela e incluso representativa La Regenta. Tampoco podemos desgajar su actividad periodística tan importante y su alarde de polémico. Digamos que fue un «demócrata y militante del republicanismo unitario». Ya Galdós se anticipó que aparecían dotados de la injusticia social y de filosofía del amor que se observa en la abnegación, la caridad y el autosacrificio. No se nos puede olvidar Benina-qué gran personaje- o Nazarín. Es el sentido de la justicia, la caridad y la solidaridad con alardes humanísticos los que nos elevan al leer Misericordia y Nazarín. Es el mundo de los desheredados, los sin voz, los ofendidos, los miserables, los pobres que pueblan las novelas de Galdós, Clarín, Tolstoi o Dostoievski. Es la sociedad finisecular. El impulso vital que se ansía.
La Regenta en Vetusta como mirador desde el que se percibe la envidia, la ignorancia, lo abúlico y, claro, como inherente el adulterio. La unanimidad de la crítica literaria sorprende, pero así fue. Si se arrepintió o no Clarín de escribir la novela, solo su conciencia lo sabrá. En una carta a Galdós le escribió que estaba arrepentido. Sin embargo, el prólogo a la novela de Galdós fue excelso («obra cumbre del naturalismo, destacando su realismo y profundidad psicológica»). Lo mejor de la crítica literaria. Sin duda, una obra maestra. Su impronta fue irrepetible, aunque son los/as lectores los dueños de encerrarla o estimarla hasta lo más alto. Como casi siempre, la gran mayoría del ámbito religioso o eclesiástico se sintió aludido y sacaron la daga. Ahí quedan la catedral, el casino, comida en casa de los marqueses, la misa del Gallo, velada de teatro, el llamado «flah back», monólogo interior, estilo indirecto libre, la confesión, El Magistral, don Álvaro, ex Regente de la Audiencia y Ana Ozores como emblemática de la ciudad. No olvidemos «Imagen de la vida es la novela«. Lo clásico, lo que nos apasiona; es el Galdós de siempre.
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