Novela

WATT, Samuel Beckett

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Poco importan los géneros cuando se sumerge en lo existencial de las personas para uno de los grandes de la literatura como es Samuel Beckett, premio Nobel, 1969. Lo filosófico, la continua pregunta que nos hacemos sobre nuestro ser la vemos más profundamente hermética en esta novela. Si ya en su teatro nos llevó por vericuetos oscuros, ahora también se decanta por este motivo en el personaje Watt, vagabundo irlandés que está al servicio en una mansión cuyo propietario es un ser enigmático donde los haya. Todo un acontecimiento que nos apabulla ante tanta comicidad como negrura, rutina de aquí para allá en ese discurrir lento de la vida del personaje capital. No sé si como apunta el editor es «un enorme ejercicio de metaficción». Desde luego por ahí puede conducirnos a ese lugar desconocido ya que parece como si la novela pareciera inconclusa o deja a los/as lectores que la terminen. Es como un campo abierto que no se puede cerrar o, al menos, el autor no lo hace. Las dificultades de la lectura hacen que se pierda parte del hilo conductor.

La novela fue escrita en París,1945, con las circunstancias propias del entorno, como la guerra sin ninguna referencia, y publicada en 1953. En el primer capítulo de los cuatro enumerados que tiene-nos enteramos en el capítulo cuarto- más una Adenda predomina el diálogo que se realiza, en un primer momento, en el parque alrededor de un banco-mejor, «su banco»-(«El señor Hackett dobló la esquina y divisó, en la luz que agonizaba, a cierta distancia, su banco«), porque el señor Hackett así lo creía, aunque, probablemente, era «de la ciudadanía en general» o «propiedad del municipio».

Resulta interesante la estampa, al principio de la novela, de un señor que pasaba por allí con su esposa cuando pronunció: «Vaya por Dios, ahí está Hackett«. Al principio, la señora no se percató de quién era, después susurró, «pobre infeliz». Decidieron pararse y hablar con el personaje; después de las presentaciones de rigor, el señor Hackett no pudo levantarse porque le «fallaban las piernas«. En un diálogo lento pero preciso se nos cuenta que el señor Hackett tenía un año cuando se cayó de una escalera: e inmediatamente después un tranvía que se detiene y baja alguien; ante ciertas conjeturas se reconoce al señor Watt y prosigue el diálogo en el que se destaca que desde hace siete años tiene una deuda de seis chelines y nueve peniques con Nixon. A partir de este momento se nos narra la vida de este personaje sin domicilio fijo, con una narizota roja y sombrero, el señor Watt.

Un capítulo dedicado a Watt para narrarnos quién es el personaje parece, antes de terminar la novela, excesivo; una vez acabada, no tanto. Desde luego no es imaginable que tropiece con un mozo para detallarnos quién es («Watt tropezó con un mozo que transportaba una lechera«), y una vez cogido el tren una serie de personas para que veamos el comportamiento del personaje descrito, todo con alarde estilístico que ayuda a la lectura. La entrada de la casa a la que se dirigía Watt estaba oscuras y la puerta delantera cerrada y también la trasera cerrada («nunca supo cómo llegó a entrar en la casa del señor Knott). Un criado se marcha de la casa al llegar Watt. Casi al final de este capítulo se nos describe los que estaban al servicio del señor («Había tres hombres en la casa, el amo a quien como bien sabes llamamos señor Knott, un viejo criado llamado Vincent, creo, y uno más joven, solo en el sentido de que es una adquisición más frecuente, llamado, si no me equivoco, Walter»).

El capítulo segundo comienza : «El señor Knott era un buen amo a su manera«. Watt trabaja en la planta baja de la casa, pero veía poco al señor, y este «ni veía a nadie ni llegaban a sus oídos noticias de nadie»; ni tampoco salía de su propiedad según Watt o no se enteraba. La larga exposición de los señores «Gall» , padre e hijo para afinar el piano, desespera, desconcierta no solo a Watt-o no llega a comprender- también a los/as lectores o a mí me lo parece. Otros incidentes también corroboran esta idea, que puede ser sublime pero que no sé a qué vienen tanta repetición. ¿De qué manera influyó todo esto en la mente de Watt que no podía asimilar tanto barullo? Sí se aprecia en el personaje un cierto miramiento por todo lo que va ocurriendo, como el detalle de que el señor a veces se levantaba tarde y se acostaba temprano, » a veces se levantaba muy tarde y se acostaba muy temprano». No podía faltar las repeticiones continuas de todo, incluidas las comidas, bebidas, horas, el cuenco en que se servía también de los días de la semana. Aunque nunca se quejó de la comida, a veces ni la probaba.

Al final de este capítulo segundo se nos muestra que Watt estaba cansado de la planta baja; parecía como agotado. No había aprendido nada, tampoco sabía nada del señor. Si antes se veía pobre, pequeño, ahora más si cabe. No tenía sentido nada.

En el capítulo tercero leemos que Watt es trasladado a otro pabellón. Hay un dato más que se nos aporta, de gustarle el sol pasa a decantarse por el viento aunque soplara fuerte. Un hecho que no puede pasarse desapercibido fue cuando están en el jardín cuatro personas: «el señor Knot, Watt, Arthur y el señor Graves. Era un hermoso día de verano. El seño Knott deambulaba lentamente por ahí, ahora desaparecía detrás de un arbusto, ahora salía detrás de otro. Watt estaba sentado en un montículo…». El diálogo tal vez nos resulte inane pero cuesta no proseguir para al menos otear a dónde nos conduce sin perder de vista a Watt pues es quien intenta ir comprendiendo todo lo que ve y oye. El diálogo de Watt y Sam cuando los dos se encontraban en el sanatorio recuerdan su paso por la casa del señor Knott; resulta repetitivo y soporífero a no ser que se quiera llegar al desquiciamiento de la existencia, a lo absurdo sin más. No olvidemos que aunque compra el billete del tren en el último capítulo, no se monta. Y el final del personaje es que está en el psiquiátrico; es cuando cuenta su historia.

Es en el capítulo cuarto es cuando nos percatamos del desarrollo de la novela, o el orden con que Watt lo cuenta, mucho tiempo después a Sam en su encuentro en el sanatorio; llama la atención que se empiece por el capítulo segundo, después el primero, cuarto y tercero. Sam por el contrario insiste en una cronología-salvo el hecho de la estancia de los dos en el psiquiátrico- de los hechos que es como he pretendido realizar esta reseña. El lector/a se da cuenta de que este capítulo se narra después de la estancia de Watt en la casa de del señor Knott.

Es en este capítulo cuarto cuando Watt sale de la casa, camino de la estación («Al igual que vino, así se marchó Watt, en la noche, que todas las cosas cubre con su manto, especialmente si está nublado»). Y sin duda con sus dos bolsas pequeñas, su abrigo verde deteriorado y un sobrero de su abuelo, ya de color pimienta. Cuando llegó a la estación de ferrocarril estaba cerrada. Después el largo diálogo, pero sustancioso. con el guardavía, llamado Case. Una vez superadas las dificultades, entró en la sala de espera y prorrumpió; «Ahora soy libre, libre de salir y entrar cuando me plazca«. De nuevo extrañeza cuando pide un billete y al preguntarle a dónde, por respuesta nítida contestó: «El que esté más cerca«; «quería decir el final del trayecto que esté más alejado«. Y así, «el larguirucho con sombreros y bolsas» despareció-no se subió al tren-, «mientras las colinas volcándose sobre la llanura hacían una estampa tan bonita, en la temprana luz de la mañana, que no se podía encontrar una igual ni un día entero de marcha».

No sé si la novela de Knott ataca a lo racional, pero se atisba por momentos. No podemos olvidar el adjetivo absurdo con que se apodera Beckett. Incluso Watt llega a pensarlo anta tanta cotidianidad sin rumbo. Desde luego es rompedor con cómo se desarrolla lo cultural en ese momento; quiere llevarnos por otro camino más tortuoso. Las dificultades de la novela son nítidas; no sé si el autor ha querido mostrarnos que la sociedad está desquiciada, sin sentido, en la que las apariencias son portadoras de la negatividad absoluta. Tal vez, ahondando más en al existencia, se puede llegar a lo recóndito y a la sabiduría que llevamos dentro. ¡ Quién sabe!

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Beckett, Samuel, Watt. Madrid, Cátedra, 2023


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