Teatro

Tres tragedias de María Rosa de Gálvez

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El estigma de la procedencia marca a las personas, pero en este caso más allá de la niñez en que se vio envuelta María Rosa de Gálvez lo primordial es la lectura de estas tres tragedias. Es aquí donde debemos elevar el pensamiento y no resaltar su niñez.

Sí marca, por la realidad profunda que encierra, la Advertencia de la autora antes del comienzo de las tres tragedias, como un ejercicio espiritual, para después adentrarse con ahínco en versos que nos elevan en los que se exige pausa y reflexión (» son fruto de mi afición a este género de poesía y de mi deseo de manifestar que la escasez que en este ramo se advierte en nuestra literatura es más bien nacida de no haberse nuestros ingenios dedicado a cultivarlo que de su ineptitud para ver dado en él pruebas de su fecundidad»).

Lo fundamental que hace levantar la mirada para quedarse en vilo es el común denominador de que lo extranjero se agranda y lo de casa desmerece; incluso, hoy, oímos esta aseveración no solo de personas iletradas, también de las letradas. Esta mujer en un tiempo en que no era tan fácil decirlo supo aupar el espejo («…y aun se atreve a desacreditar a los verdaderos poetas (que algunos hay) valiéndose para dar más importancia a su trabajo de exaltar las composiciones de otros países y deprimir las nuestras»). Sus tragedias originales nos envuelven, nos acunan en un espacio esplendoroso, pletórico de una riqueza lingüística, que va más allá del común.

Nunca sabremos con certeza los motivos por los que María Rosa Gálvez quiso recordar a la egregia poeta Safo con el marbete «Drama trágico en un acto«. Sin duda, es una exaltación, es un canto a esta mujer griega más allá de que no sepamos con exactitud quién fue en realidad; en esta edición se nos recuerdan los fragmentos que nos han llegado, «debido a que en 1073 el papa Gregorio VII mandó quemar todas las copias de sus obras por su supuesta inmoralidad», pág.94. Aun así, uno de sus rasgos que nos motivan, que sentimos. es su sufrimiento. El final de este drama nos inunda de querencia, de estar con ella; amor y decepción unidos («¡…adorando a Faón…y hasta el sepulcro… / su imagen y mi amor conmigo llevo! ).

Hoy se la recuerda, como apunta el editor, en la llamada «la pecera» del Círculo de Bellas Artes de Madrid con las significativas palabras: » Así, la poeta, desnuda, pero con ramo de laurel que la identifica como perteneciente al cortejo de Apolo, desde su lecho de roca recibe cada día a comensales y tertulianos que junto a Safo se dan cita en el Círculo de Bellas Artes mientras ven a los paseantes por la madrileña calle de Alcalá«, pág.110.

Doce escenas conforman la obra; en la diez se nos aclara en boca de Safo lo que nos anonada y sentimos cuando desde la roca famosa nos anuncia: «Vosotros, moradores de Leocadia, / a Faón le diréis que Safo ha muerto / víctima de su engaño, y que esta roca / su delito y mi amor harán eternos»).

Tal vez sea leyenda, como tantas cosas que nos han llegado de la antigüedad, de que desde la roca de Leucadia se suicidó por amor a un joven. Sea o no verdad se nos ha transmitido. María Rosa de Gálvez crea este drama para revivirlo, para que no se olvide. Lo consigue con una justeza lingüística, con un leguaje preciso y poético. Es la mujer fuerte bíblica que anhela libertad; su deseo va más allá de convencionalismo. Los versos «preferí ser su amante a ser su esposa, / que amor, de libres corazones dueño, / huye un lazo que impone obligaciones»; son todo un alarde de grandeza, de ser ella, por encima de todo. El amor pasional triunfa con el deseo que permanezca. Como también, saca la daga contra los hombres: ¡Oh mujeres de Leocadia! / Vosotras que miráis en mí el ejemplo / de la negra perfidia de los hombres / abominad su amor, aborrecedlos / pagad sus rendimientos con engaños», pág. 194.

La última escena estremece: A Safo moribunda la llevan delante de su amante; no lo reconoce. Faón se arrodilla e implora: «Tú que hiciste / mi corazón feliz en otro tiempo, / recibe de Faón antes que mueras / el llanto que a tus pies derrama«. Safo, desafiante, exige: «¡ Oh, tú, seas quien fueres,,, / que has visto de mi muerte el triste ejemplo, / publica que es… supersticioso engaño … buscar aquí el olvido…pues yo muero / adorando a Faón…y hasta el sepulcro… / su imagen y mi amor conmigo llevo!

Si María Rosa Gálvez tiene buen cuidado de mostrarnos a Safo como autodidacta, sentimental, sabia, respetuosa, como un canto a lo que es ser mujer, no van a ser menos Blanca de Rosi y Zinda; estas con otra mirada de salvadoras de la injusticia, de la esclavitud, la tiranía en la que la libertad acopla todo el entorno de la sociedad. Así en Blanca de Rosi tiene que estar atenta a las relaciones que suponga callar y aceptar lo que venga. La fuerza del opresor ante todo, incluso doblegar, el intento de violar es expuesto con una crudeza de quien defiende su cuerpo, su yo; en esta obra Acciolino exige a Blanca («…será mi esposa, y si opusieres / a mi amor tu fiereza, como esclava / sufrirás los rigores de la suerte»).

Para el desarrollo de la obra, de larga tradición italiana, la autora recurre a cinco actos, en los que narra las guerras civiles entre güelfos y gibelinos. La ciudad de Bazano cae en manos del ejército del emperador Federico, mandado por Acciolino, natural de Bazano, que abandonó la ciudad al ser despreciado por Blanca. La malicia y el rencor de Acciolino le insta asolar la ciudad y, más aun, tomar a Blanca por la fuerza; se interpone Leopoldo-delegado del Emperador- y consigue la paz sin violencias. Entonces Acciolino intenta violar a Blanca. Bautista-esposo- sale en su defensa, pero los esbirros de Acciolino lo asesinan y lo dejan en el panteón familiar. Allí se fue Blanca, desesperada, se suicida al dejar caer la losa de la tumba de su esposo sobre ella («Ya está en su rostro, la muerte impresa»). También se dirigió Acciolino; lo esperan las gentes de Bazano («Detente, horrible monstruo; / no has de salir con vida de este sitio»). Acciolino, viéndose rodeado, se suicida también con el puñal de Blanca («Este puñal, que cometió el delito, / es quien toca la venganza solo»).

Según parte de la crítica varía del original, poco importa. María Rosa de Gálvez se ha valido de la leyenda y ha creado otra con la fuerza que le caracteriza, defensa de la libertad frente a la tiranía, la fidelidad frente al cacique de turno-«la violencia en amor odio»-.

Zinda, drama heroico en tres actos, prosigue con la idea de la exaltación de lo femenino en igualdad con lo humano. Es la mujer andariega, la que exige, de pie; lo sedente porque sí no tiene sentido en una sociedad viviente. La esclavitud no cabe en el género humano, da igual el color de la piel. El basamento de esta historia se remonta a la reina africana Nzinga Mbande, heroína en defensa de la libertad de su pueblo y de sus riquezas. De ella parte María Rosa.

El encargado de la edición apunta unos hechos concretos en las páginas 131-134; nos sirven de ayuda para acercarnos a lo que pudo ser ayuda para la creación de la obra de María Rosa: «La célebre y famosa Zingha, que otros llaman Ginga, fue una reina de Angola, (país situado entre el reino de Congo propio y el de Bengala) muy nombrada en la Historia de África por los dos extremos que en ella se juntaron de crueldad y de cristianismo». Simplemente, violencia, saqueo, muerte, fiereza, venganza, poder, pueblos antropófagos, horror, odio. (…) «Así vivió la inhumana Zingha por espacio de 30 años hasta su edad septuagenaria, en la cual, ya desengañada de sus atroces delitos, arrepentida de sus infames venganzas» …..Al final recuperó la luz del cristianismo-en su momento fue bautizada- y por consejo de su confesor «dejó a disposición del rey de Portugal todas las pretensiones y derechos que podía alegar al reino de Angola», pág.133.

El final es muy parecido con la fuerza estilística con que lo describe María Rosa: ….»las virtudes / nuestros pechos conquistan; el antiguo / tratado de alianza y de comercio / en nombre de mis pueblos ratifico / con Portugal, Pereyra; y si renuncias / al tráfico de esclavos, te permito / que de ese Dios que adoras, los preceptos / enseñen mi imperio sus ministros». Las palabras de Pereyra lo corroboran: ¡Oh generosa Zinda!, en ti se ha visto / que la ferocidad cede y se rinde / a la santa virtud y al heroísmo».

El tema capital de Zinda es la abolición de la esclavitud: su meta es señalar a aquellos que se aprovechan de ciertas personas por el color de su piel para maltratarlos, para aprovecharse, convertirlos en verdaderos objetos. Cuando Zinda oye,…»mas tu hijo / pasará a Portugal en esa nave / que está para partir, (…), ese niño / será esclavo en Europa«, la fuerza de Zinda se estremece: …»Tened…esclavo…nunca. / No , perezca / antes un y mil veces. Si atrevidos / intentáis arrancarlo de mis brazos, / al foso desde aquí lo precipito», pág. 337. La fuerza, el sufrimiento maternal nos anega de sentimiento doloroso, e insta a su hijo que no tema, la muerte es un momento (…»tú no sabes / lo que es la esclavitud de esos impíos»). La tríada, como defensa de la obra, libertad, abolición de la esclavitud y la aberración del colonialismo hay que proclamarlo, enseñorearlo. No ser esclavos /as de los blancos.

Tres tragedias para la eternidad en las que nos debemos mirar y alumbrar para no caer, de nuevo, en las catatumbas del mal, en lo lóbrego, y defender los derechos primordiales de las persona-mas allá de la raza- como axioma humano.

Gálvez de, María Rosa, Tres tragedias. Madrid, Cátedra, 2024. 371 págs.
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