El conocimiento de una pequeña isla de las Antillas británicas, Dominica, nos retrotrae a un cierto colonialismo europeo, pero también qué subyace de los encuentros en ese mar tan lejano, y si hubo fusión entre las personas que estaban con las que llegaron. El protagonismo estriba en tres hermanas que regresan a la isla tras casi toda una vida en el exterior. Su antigua niñera es clave, les recordará las vicisitudes de lo que fue y lo que permanece. Poco importa si detrás hallamos a la autora de la novela, Phyllis Shand Allfrey (1908-1986),o, al menos, su universo familiar y social. Es evidente que realidad y ficción se dan la mano para llegar a describir un paisaje embriagador, exuberante y una sociedad heterogénea.

«BELLEZA y decadencia, belleza y enfermedad, belleza y horror: eso era la isla«. Con estas dicotomías comienza la edición de Lourdes López para acercarnos a La casa de las orquídeas (1953) durante el Impero británico en la primera mitad del siglo XX. Un dato esclarecedor para entender en toda su dimensión la novela es que las orquídeas «eran las flores más preciadas por su peculiar belleza y elegancia» y, por ende, asociadas a las gentes privilegiadas económicamente-«cuando invitaba a los amigos ingleses y americanos que se dejaban caer desde yates o cruceros para ver su orquídeas y sus jardines»-, pág. 95.
Estructuralmente, la novela consta de catorce capítulos, divididos en cuatro partes tituladas «Los días anteriores»-tres capítulos- «La señorita Stella vuelve a casa-cuatro capítulos-. «Regresa la señorita Joan-cuatro capítulos-. «Llega la señorita Natalie-tres capítulos. «Sentía añoranza. Quería escribir un libro sobre una isla«. Así de nítida se presenta la autora. Un sentimiento revolotea su mente y quiere escribirlo; lanzar al mundo su pensamiento de su isla con toda crudeza. Al lector /a no se le escapa que estamos ante el retorno a la isla en que creció la autora y sus hermanas. La relatora es Lally, la niñera que las cuidó (Stella, Joan, Natalie). Cuenta la historia de la casa, el pasado colonial, sus raíces, el recuerdo del padre, un opiómano, que vuelve de la primera guerra mundial. La remembranza se deja traslucir; el anuncio de que llegan las niñas, después de tanto tiempo. Es la historia de la familia encabezada por «los días anteriores». Ya en las primera líneas se nos narra en qué iba a trabajar la criada; la señora «volvió con una cesta en la que había un bebé». Era la señorita Stella-«la niña más bonita que había visto jamás«-. El recuerdo de las tres niñas se hace presente, que ya se habían casado. Stella con granjero alemán y vive en Nueva York. Joan, con un voluntario de las brigadas internacionales en la guerra civil española y vive en Inglaterra, y Natalie con un caballero inglés. mayor, pero rico. De alguna forma es la encargada de ayudar a sus hermanas.
«La señorita Stella fu la primera en volver a casa«, así comienza el capítulo cuarto. Su llegada fue satisfactoria. La relatora se detiene para describirla una tarde en que la placidez se adueñaba del entorno: «Estaba tumbada (…), respirando hondo y estirando las piernas desnudas sobre la hierba espesa.«. Su hijo, llamado Hel, estaba a su lado, entretenido («Estaba callado, el gracioso niño rubito, pero cunado hablaba su voz era un leve quejido dulce«), pág. 145.. Su vuelta era necesaria, quería saber, recordar y dar las gracias por tanto. Al final de estos años anteriores, hay un párrafo ensoñador, sentimental, que ahonda en el espíritu de la relatora que jamás olvidará de la señora, el señor y sus niñas por encima también de sus dificultades, vuelven » a aflorar ahora que soy vieja y estoy ociosa (,,). Mis días no eran míos y vivía mi vida a través de otras personas». La expresión gritada por Joan- con su hijo en brazos-: «¿ Lally, Lally, te acuerdas»?, llenó todo su corazón y casi estuvo de derramar alguna lágrima de emoción. Pero, también, tuvo que soportar con sorpresa lo que le espetó muy al final Natalie: «Lally. pareces una solterona blanca de principios de la época victoriana«, pág. 300. Lo peor en esta vida es la ingratitud. El dinero obnubila las mentes.
El regreso de la señorita Joan estaba al llegar; era necesaria. El barco en el que vino «era uno de esos barcos caprichosos que llegaban cuando les parecía». Trajo a su hijo Ned, y como equipaje «tres cajas llenas de libros, una maleta grande y otra pequeña, y una bolsa de red llena de de juguetes y de artículos de aseo», pág.225. En los viejos tiempos fueron descritas como «Stella la conmovedora, Joan la temeraria, y Natalie la tenaz», pág. 311.
Faltaba la más joven y a la que en parte la vida le sonreía: la señorita Natalie. Son los tres últimos capítulos; en el primero, comienza: «La lluvia que no cesó en lo que quedaba de semana, cayó como un velo casi opaco; lo cubría todo y nos mantuvo en un limbo pacífico y aguado», pág. 271. Ned, dormía. Su madre Joan charlaba en la despensa. «En las laderas de las montañas caían los arroyos con un rugido suave». La sorpresa salta cuando se le recuerda a Joan que fue « un miembro importante del Partido Laborista, allá en Inglaterra», aunque se matice que no pintaba nada en la política, que era una trabajadora de poca monta, pero sí se recuerda que su marido Edward estuvo en la guerra española de 1936 como voluntario brigadista («cuando atravesó el río Ebro a nado con esas preciadas balas en los bolsillos») . El «tu tía Natalie viene mañana» cobra todo su vigor, se la esperaba como agua de mayo. Nadaba en la abundancia. El ahí viene el hidroavión de la tía Natalie era como una esperanza pero también de zozobra el aterrizaje, que fue en el mar «y Natalie ha sabido recoger los amarres con gran destreza». Natalie fue descrita como guapa. divertida, vividora, ensoñadora, huidora de los andrajosos, débiles, de la política, bebedora de lo mejor, bailadora, embriagada de dinero eso es lo que admiraba, lo demás no iba con ella.
La huida es descrita por Lally como la intercesora que pone paz, tranquilidad, después de tantos sobresaltos. El hidroavión surcó los cielos-simbolizaba la vuelta a la vida-. La resistencia del padre fue enorme; solo mirar al aparado le horrorizaba. Para él eran «máquinas diabólicas. El «tienes que venir» de su hija» y el imperativo de la voz del hijo de Joan, Ned, con «Abuelo, ven» que iré contigo calmó la situación. Se agarraron las manos todo el camino.
El final es un diálogo esclarecedor entre Joan-fascinada por la naturaleza en la que nació- y Lally. Joan promete no dedicarse a la actividad política en la isla y estar al lado de su marido e hijo. A la pregunta «¿qué decía en esos telegramas a Inglaterra? -«Se lo envié a Eduard, le pedía que viniera». El cómo conseguiría el dinero para llegar a la isla. La respuesta fue tajante: «Natalie me dio el dinero«. Las diferencias sociales no importaron tanto para la ayuda, pero sí se percibe que la «niñera» tenía una cierta predilección por Stella-sin duda, la más nostálgica de su tierra-, aunque de su boca saliera la expresión «las quiero a todas», era algo inherente que estaba en su corazón.
«Había abierto mi otra puerta, la que daba al patio, y dejó entrar el verde eterno, el azul de las montañas y el del cielo azul, el perfume de tantas flores, la altura de las palmeras y de todo un carnaval de pequeños insectos», pág. 330. El joven Ned está llamado a reparar los errores que se hayan podido cometer, «el que nos sobrevivirá a todos, vendrá a vivir aquí».
—–Shand Allfrey, PH., La casa de las orquídeas. Madrid, Cátedra, 2025, 330 págs.
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