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Otras notas de quinto curso de Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, 5

Poco importó el seudónimo con que firmó sus obras la escritora. Solo ella sabrá por qué lo hizo. A la posteridad ha pasado como Fernán Caballero. Según parte de la crítica mayoritaria su mejor obra es La familia de Alvareda, incluso ha recibido el apelativo de magistral; sin embargo, al hablar de la escritora nos viene a la mente La Gaviota; si en aquella obra sobresalen los cuadros de costumbres, apenas se encuentran en La Gaviota, pero nos quedamos con el estilo sencillo, pulcro, ameno de aquella en las formas de las gentes que la pueblan con ese realismo tan en boga. Quizá Clemencia haya tenido menos resonancia y eso que se puede considerar como autobiográfica, su propia vida. Menos conocida es Lágrimas. En su haber también llamó la atención el género epistolar, donde ella sentía con placer lo que escribía.

Alarcón ha pasado a la historia de la literatura con El sombrero de tres picos, su obra maestra, pero no fue menor El escándalo tan popular como la nombrada en primer lugar. Fue tildado de reaccionario extremado. La faceta periodística la exalta con Diario de un testigo de la guerra de África. Sus minuciosas crónicas fueron delicias para los lectores y no fue por su «torrente patriótico», sino por sus asombrosas descripciones de lo que observó. También La pródiga suscitó cierto debate, pero mucho menos. El Epílogo provocó algunos comentarios: no debió escribirse. El autor quería subrayar lo que se puede considerar como tesis.

Juan Valera. Ha pasado a la literatura como egocéntrico y el autor de Pepita Jiménez, su obra maestra. Del amor impregnado de misticismo al amor humano; juntamente con la libertad es lo más grande que tiene el género humano; no cabía otra forma de enfocar la novela, los/as lectores lo agradecen. El hecho de que se le defina como aristócrata en ningún caso se puede considerar como negativo. La inteligencia supera las ideas que para algunos pueden ser lo primordial; en Valera, no. Él es el artista que desea recrearse y hacerlo para los demás, por eso recurre a lo sublime, al amor, a lo sencillo; su obra está encasillada en ese ámbito. Hoy, después de tanto tiempo, lo contemplamos como el gran humanista del siglo XIX. Su avance en el camino del progreso, de la ciencia, de la cultura por encima de todo no contribuyó a que se le leyera tanto y la sociedad avanzara. La frase mítica de este novelista ha quedado para siempre : «tocar con la cabeza en el cielo, apoyados los pies en la tierra» .

El adjetivo «correcto» con que Manuel Azaña entendió su obra hoy lo vemos como acertado. Su sensibilidad nos conmueve, hasta se puede llegar a pensar que tenía «alma de poeta» según avanzamos en su lectura. Ahí está su obra cumbre: Pepita Jiménez. El amor por encima de todo. Ante el éxito, el autor dijo que: «una obra bonita debe ser poesía y no historia». Una obra en la que predomina la quietud, el costumbrismo hecho espíritu con la amenidad que siente el autor ante los ojos verdes de Pepita. Al lado, encontramos Juanita la Larga; de nuevo, el tono optimista con que supo ensamblar los aspectos descriptivos y narrativos en espacios andaluces en los que el amor subyace como alimento humanístico. En Genio y figura están los recuerdos de los viajes que realizó en los que , cómo, no, el amor es capital, como lozanías de enamorado. Memoria y fantasía se aúnan en su obra, son como muletas que le ayudan a la profundidad con que quiere llegar. De aquí nos recuerda que la gran originalidad no proviene de apartarse, sino aproximarse a lo que han dicho otros y añadir el caudal propio. Ese es Varela.

No se puede olvidar en Valera el género epistolar – copiosísimo- tan llamativo en su pluma; se podía denominar como lo predilecto, siempre agradable a la lectura con esa forma cuidada, que nos sirve para hablar mejor con sencillez aplastante para llegar a ser-«buen hablista del castellano«- como él.

Apenas el profesor se detuvo en Blasco Ibáñez. Trazó un esquema para que leyésemos algunas de sus obras. No se dijo de Blasco Ibáñez que era antimonárquico, anticlerical y exiliado político. Quedó claro que sus obras fueron producto de su vida tan singular. Casi todo estaba reducido a obras valencianas o regionalistas. En La Barraca se resaltó la belleza con que describe. La más popular en la que combina la narración y la descripción, y como asidero lo que viene en llamarse «estilo indirecto libre«. Su habilidad en esta forma es suma a la hora de desarrollar el costumbrismo en todo su largor. Las escenas descritas lo confirman con esa frescura de quien es copartícipe de lo que escribe; además está imbuida de poesía, algo que no es tan común.

Tampoco podemos olvidar que La barraca al principio no tuvo el éxito esperado, vino bastante después. El agua, tan necesaria, es capital en la novela y más si la sequía contribuye a su importancia. Es la protesta ante la escasez, la desesperación por conseguirla más allá de la ley. La «injusticia social» se adueña del pensamiento de las personas. El problema socio-económico, la explotación de la tierra, la maldad humana como inherente de quien se cree superior para hacer y deshacer a su antojo. Es la tragedia humana para el sustento; no se dan soluciones; el autor plantea, no se decanta; es el diálogo el que puede clarificar y los/as lectores los que descifran con las lecturas.

Cañas y Barro en la que predomina el paisaje hecho belleza de huertas y campo florido. Es el dibujo de su tierra desde otra vertiente. Arroz y tartana es más urbana con las «fallas» como prioritario. Sorprende El Papa del mar. Es el famoso Papa Luna. Es definitiva, en Blasco se agrupan creación y paisaje. Quedaron otras obras como final de este autor que supo dar vida al paisaje: Entre naranjos, La catedral, El intruso,, La bottega, La horda, La maja desnuda, Sangre y arena, y los cuentos Luna Benamor..

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Más notas encontradas en aquel quinto curso de Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid 4

Toda una institución santanderina quedó en nuestro pensamiento por su relación con Galdós: Pereda. El entrecomillado «la situación del lenguaje literario español y su difícil adaptabilidad a la novela, en particular el diálogo», resaltó Galdós en el prólogo que realizó a la novela perediana El sabor de la tierruca. Es evidente que ya la relación Galdós/Pereda no se nos olvidaría.

Sin que sirva de indiferencia para el escritor, si se mantiene su nombre es a Galdós; digamos lo que queramos. Es un hecho. No sé si por su acendrado lado ideológico, o que no llega a los lectores/as. Tampoco la crítica ayudó, quizá por su conservadurismo o quién sabe. No está en la primera línea de la novela del siglo XIX. Por el contrario, las obras de Pérez Galdós y de Clarín has suscitado una inmensa bibliografía y ambos han sido admirados con simposios, conferencias, tesis, ediciones. La palabra culto es la más certera para valorarlos.

El provincianismo de Pereda ya se percibió en su primera novela Pedro Sánchez. Galdós fue el crítico que más aplaudió, incluso se atrevió a lanzar que fue precursor de la observación natural de la novela. Un adelantado del realismo. Se le achaca que no diera algún pensamiento sobre la revolución del 68. Sí llamó la atención De tal palo tal astilla-intransigente en materia de fe- en la que arremetió contra la excelsa novela galdosiana Gloria. Galdós defendió tolerancia entre las religiones. El amor por encima de las religiones, mientras Pereda exigía la religión por encima del amor. El fanatismo religioso de las ideas vertidas a través del amor que propuso Galdós no decayó en ningún momento; le esperaban las penas del infierno-sobre todo de Pereda-, y más tarde fueron los mismos los que hicieron fuerza para que no se le concediera el Premio Nobel de literatura, aparte de los envidiosos e incapaces. Para sus lectores/as que son millones en el mundo si hay un escritor en lengua castellana merecedor del premio es Galdós.

Quedaron en el aire del aula El sabor de la tierruca. La puchera, Peñas arriba, El buey suelto, Escenas montañosas.

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Más notas encontradas de quinto de literatura hispánica en la Universidad Complutense de Madrid 3

Con la excepción de Galdós, algunos escritores del siglo XIX quedaron en tierra de nadie o, al menos, casi no se mencionaron o pasaron desapercibidos. El que fuera denominado como «patriarca de la literatura española», término que se acuñó al novelista Palacio Valdés, eso sí, una vez muerto el más grande: Pérez Galdós. Como casi siempre en nuestra literatura, el aplauso de las obras vienen de fuera; lo fue Cervantes, lo fue Lope de Vega y lo fue Palacio Valdés, en el extranjero. También Palacio Valdés sacó, en sus novelas y ensayos, la daga para criticar la sociedad contemporánea, sin miramientos, incluida la clase sacerdotal que muchas veces no daba ejemplo.

Le cogió la revolución de 1868, con apenas unos años, pero suficientes para detestar la violencia de donde viniere. El hecho de que se considerara católico no le ayudó; quizá parte de la crítica exageró y el término sectarismo pudo más. Apenas se tuvieron en cuenta los caracteres de la novela que es la base de la misma. Solo citar nombres empequeñece la docencia y más si nos quedamos en el realismo/naturalismo de finales del siglo XIX. ·En el aire se nombraron La aldea perdida, Marta y María, La hermana San Sulpicio, Tristán o el pesimismo, Santa Rogelia. Llamó la atención que ni si quiera se nombrara El gobierno de las mujeres. Ensayo histórico de política femenina. Ensayo que hoy se debiera leer. Lo que se puede considerar «de varia lección» contribuye a conocer mejor el pensamiento de los escritores, y en este caso concreto Palacio Valdés.

Si lo primordial de este realismo/naturalismo propugnado por voces tan diversas como Fernán Caballero, Pereda, Alarcón, Blasco Ibáñez y el ya nombrado Pérez Galdós, es sugerir, avivar la mente para que los/as lectores sean capaces de llegar al meollo, a comprender, a trazar un camino, estaríamos ante un realismo esclarecedor, lumínico que es en realidad lo que pretenden los autores; si no fuera así, nos hallaríamos ante una pérdida de tiempo. El magisterio debe predominar y un maestro indiscutible de nuestra novela realista es Pérez Galdós en ese más allá que nos invade el sueño alucinante y la observación cotidiana, «lo que pasa», es lo que lleva en la novela: estudio y sociedad. Si esto es así, el didactismo es evidente, para eso se hace. Ni siquiera Flaubert excluyó que fuera testimonio, que aproveche, útil. Lo único que quería es que el autor estuviera al margen.

En la misma clase se anunció al que se podría denominar como eje central del siglo XIX, o la otra cara de lo que Galdós fue: Pereda. El descanso fue fructífero para adentrarse en el envés galdosiano; aunque se consideraban amigos, ha quedado para la posteridad la mítica frase perediana: » te vas a condenar con las penas del infierno» cuando se publicó Gloria. Ya entonces, en aquel tiempo, la obra se consideró excelsa porque el amor fue capaz de reconciliar los corazones de dos religiones tan cercanas y lejanas: judaísmo / catolicismo. Pérez Galdós se valió de una historia de amor, como ayuda, para la unión de las iglesias; y eso es lo que estaba llamado a ser-con el nacimiento del niño que tienen-, por eso, al final las campanas tocan a gloria, a resurrección; es decir, se adelanta al Concilio Vaticano II de Juan XXXIII, ¿o no?

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