Para que esta página literaria mejore, colabora con un «Bizum». aunque sea módico, al 637160890. Al final de año daré cuenta de lo recaudado
En el siglo XX tenemos un nombre que no podemos echar en saco roto; al contrario, hay que releerlo, y ahora tenemos una gran oportunidad en Cátedra-Universales, que como siempre está al tanto para reverdecer lo clásico y lo actual; hagámoslo. La contraportada nos saca de dudas: el volumen «recoge veintidós de los mejores ensayos que Fitzgerald publicó a lo largo de su carrera como colaborador en prensa y en revistas literarias, cuatro de ellos traducidos al castellano por primera vez».

No sabría decir si primero es que se lea la larga introducción 153 páginas o el ensayo del autor: Ecos de la Era del Jazz….; en concreto, yo empecé por el texto del autor para que me contaminara de su estilo, si fuera posible; no olvidemos que estamos ante uno de «los grandes prosistas en inglés del último siglo«. Lo que no he hecho en ninguna ocasión ha sido la lectura por el final titulado «Mi Generación», publicado en octubre de 1968, pero escrito en 1940. No me ha sorprendido ese afán nacionalista, propio de muchas personas de los lugares en que nacen y , sobre todo, esa capacidad de soñar en plena juventud. Me ha llamado la atención la cita picassiana: «Ya puedes hacer algo el primero que luego viene alguien y lo embellece». Termina con una alabanza a los de su generación, «tenaz por herencia, forjada en mil batallas, sabia en esencia», pág. 467. Su generación surgida tras la primera guerra mundial quería romper con una mentalidad muy distinta que se columpiaba sin más en el siglo XIX.
La historia de su vida es una lucha constante para poder escribir y guardar una imagen placentera en su entorno; lo que pensaban los escritores lo obviaba. Aunque en algún momento llegó a escribir que la poesía era lo más importante, lo que merecía la pena, al final se dedicó a la prosa embelleciéndola.
El más extenso de este ensayo se titula «Cómo sobrevivir con 36000 dólares al año». Un mes antes de casarse, pidió consejo «dónde invertir una pequeña suma de dinero», pág. 203. Como basamento, después de una reflexión y diversos avatares en su país, buscó otro en el que la vida fuera más económica para dedicarse enteramente a la escritura; donde vivía «se convirtió en la población más cara del planeta», pag. 211, de ahí que se embarcara rumbo a Francia «A la costa azul», suave y cálido sur francés. Fueron enormemente felices en este lugar de trozos de cielo, aunque no ahorraron como pretendían. La belleza del paisaje mediterráneo le cautivó y atrajo a otros compatriotas a visitarlo.
La trilogía «El derrumbe» no pasó desapercibida; la acogida fue enorme, pero también sinsabores de personas cercanas al escritor, aunque lo primordial es que su nombre todavía estaba en el candelero de la literatura, y eso que además de los problemas personales la famosa «Depresión» atosigaba, estaba encima ( «También hubo malos ratos, pero hasta que tenga cuarenta y nueve años, solía repetirme a mí mismo todo seguirá igual»), pág. 397. El derrumbe puede venir de múltiples maneras; si es «mentalmente, es despojado de su capacidad de decisión»; si por el contrario es físico, «no te queda sino resignarte a la inicua realidad del sanatorio». El problema existencial revoloteaba en demasía; todo se agigantaba y debía hacer un esfuerzo en cada instante. Llegó un momento en que todo le molestaba, incluso a los escritores. Da igual que estos escritos, en parte, sean un artificio literario. El escritor desea construir una imagen de sí para la posteridad en la que cabe toda interpretación. En el fondo pensaría que vamos muriendo a retazos y se ve inmerso. Eso sí, acudiendo a un estilo exuberante. El lector /a no espera que termine con la sabia expresión evangélica de Mateo: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal perdiera su sabor con qué será salada?», pág. 404.
En la segunda trilogía no se aparta de la desintegración la que estamos abocados; es el pesimismo vital en el que se siente como partícipe sin que nada le aparte. Antes estaba el recuerdo universitario, las voces críticas y amigas; las carencias que vivió y que lastraron muchas de sus ideas que no pudo desarrollarlas, ni siquiera con la imaginación porque siempre acudía a su mente el no poder lograrlas, como si estuviera en una sala oscura. Termina este derrumbe con la amargura ante todo, «que dota de una aura desoladora a la conclusión de esta trilogía confesional», pág.117.
No es menos esa fatalidad que le atosiga en la tercera trilogía, que le envuelve en todo instante (» el estado natural del adulto consciente es de la infelicidad contrastada», pág. 422). Incluso recalca que en el pasado «mi felicidad se parecía más un éxtasis que no podía compartir». La desesperación anidaba en su mente como en la sociedad en la que vivió en momentos concretos; todo, sin duda, un fracaso existencial, a mediados de los años treinta («mi reciente experiencia marcha en paralelo junto a esa ola de desesperación que azotó a la nación»).
.————————-
Fitzerald, F. S., Ecos de l Era del Jazz y otros ensayos. Madrid, Cátedra, 2024, 470 págs.
Cantando sobre el atril by Félix Rebollo Sánchez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España License
