Novela

Virginia Woolf: Orlando

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Poco importa si Orlando es una «alegoría, una novela, fantasía, biografía o larga carta amor». Lo primordial es que te acerques a su lectura para después opinar. Ese es el problema. Lo cierto es que rompe lo convencional como creación literaria para adentrarse en las identidades humanas desde otra atalaya que supuso una ventana en el arte de escribir, como una recreación placentera en la pluma de Virginia Woolf.

El protagonista está inmerso desde la época isabelina ( en las primeras páginas describe el beso de Orlando » besando a una muchacha-¿quién demonios podría ser aquella libertina desvergonzada-?)», hasta bien entrado el siglo veinte en la que la expresión literaria se yergue como basamento de algo que atrapa no solo por la forma, también por cómo se nos detalla un período de la historia de Inglaterra. Inmediatamente, la escena es descrita como que no del todo se podría culpar a Orlando, «era la época isabelina; su moral no era la nuestra; ni sus poetas, ni su clima, ni siquiera sus vestiduras. Todo era diferente». Más allá de las convenciones sociales se desliza con nitidez el cambio del género masculino al femenino y el amor se convierte en lo sustantivo, sin que casi al final se atisbe una diferencia nítida. Según la crítica más exigente, «puede considerarse que la obra es un tributo de amor de Virginia Woolf hacia Vita Sackville-West», pág. 44. Virginia nos dice que el título fue como un automatismo: Orlando: Biografía, «mi cuerpo se inundó de éxtasis y mi cerebro de ideas», pág.45. Detrás de Orlando está Vita; el amor se hizo más que espiritual. En Virginia brotó lo que su corazón y mente clamaba.

Ya desde el capítulo primero se nos traza una semblanza fundamental de Orlando: …»le gustaban los lugares solitarios, las vías panorámicas y sentirse por siempre, por siempre jamás en soledad». La expresión «estoy solo» marcará el devenir, cuyo denominador común, al menos en su juventud, fue la fuerza de la naturaleza («sentir la columna vertebral de la tierra»), que cuando se halla en la meseta central de Anatolia cobrará todo su vigor ya como mujer. En este capítulo se resalta, mientras Orlando estaba dormido, sin darse cuenta que una reina lo había besado. Mucho tiempo después le llegó un aviso que «debía acudir ante la reina a Whitehall». Se le dieron tierras, sería «el roble que le sostendría de su ancianidad». Orlando era «joven, rico, apuesto». Tenía en todos los sentidos un porvenir lleno de felicidad, incluso «muchas damas estaban dispuestas a concederle sus favores». Mas el primer gran amor-breve- de Orlando fue una princesa rusa, que había venido con el séquito del embajador moscovita en un invierno congelado. Según él, conoció por vez primera «los deleites del amor». La huida de la princesa a Moscú fue como un sablazo («el mundo entero parecía repicar con las noticias de su engaño»). Aturdido y pasmado vio cómo el barco de la embajada moscovita estaba haciéndose a la mar«. Furioso, de su boca salieron las palabras más duras a una persona («Infiel, adúltera, diabla, embustera, veleidosa«).

Al trazar la biografía de Orlando, la autora se propuso «trabajar con perseverancia»; «exponer los hechos en la medida en que se conozcan y que el lector saque sus propias consecuencias», pág.119. Orlando se retiró a su gran mansión en el campo y quedó profundamente dormido durante siete días; no hubo forma de despertarlo. Al séptimo se despertó a la hora acostumbrada. Había elegido la soledad para conocerse y sacar conclusiones, el caso es que le causó «un extraño deleite por los pensamientos sobre la muerte». El amor a la soledad, su indolencia, su melancolía le rumiaban su pensamiento. Le dio por la lectura y se puso a leer a Sir Thomas Browene; la creación literaria le esperaba aunque bien sabía que era «una deshonra imperdonable para un noble. Y así «sumergiendo la pluma en el tintero«, se preguntaba qué sería de la rusa que le había abandonado sin que desbrozara ese veneno que le atosigaba con denuedo. Su mente le llevó a pensar que por nacimiento era un escritor más que un aristócrata. En su vida aparece Nicholas Greene, un poeta que Orlando manda llamar puesto que era un gran poeta para entablar conversación para ver cómo se sentía en el arte de escribir. La imagen que le transmitió fue que dedicarse a este menester era pasar penalidades y no se podía vivir de ella; le citó a Shakespeare. Lo que quedó fijo en la mente de Orlando : … «era que el arte de la poesía había muerto en Inglaterra«, pág.137. Sin embargo, admitía que Shakespeare había escrito «algunas escenas que no estaban mal, pero era Marlowe principalmente quien se las había inspirado». Con fuerza nítida vino a decir que la época de la literatura había pasado y se decantaba por la griega, «la isabelina era inferior a la griega en todos los aspectos». Con estas ideas, Orlando se vino a bajo, pero a reglón seguido, oye también que «la isabelina era una gran era». En estos pensamientos decidió que escribiría como le apetezca, dejando al lado imitaciones, se decantó por sacar un cuaderno en el que había puesto «El roble: poema» y escribía hasta bien entrada la media noche. Finalmente, en un arrebato de que su vida tenía que cambiar pidió «al rey Carlos que le enviase a Constantinopla como embajador extraordinario». Era una forma de quitarse tanto sinsabor.

En este período, llamado la Restauración, supuso una forma distinta de ver la vida; cumplió con lo que se le pedía, hasta la naturaleza estaba a sus pies, y cómo no, era «prenda codiciada de muchas mujeres y de algunos hombres». De nuevo, se nos advierte: «cae en un profundo sueño entre sábanas muy revueltas» que duró siete días. Un dato importante es que los turcos se levantaron contra el sultán y los extranjeros fueron acuchillados, pero al ver que Orlando, aparentemente estaba muerto lo dejaron sin tocarlo. Más tarde, se nos dice que unos trompetistas hicieron sonar un terrible toque: «La Verdad, ante lo cual Orlando despertó». Se puso de pie, desnudo. y es entonces cuando la relatora confiesa…, «que él era una mujer», pág. 181. Era innegable que Orlando se había convertido en mujer». Y así, el embajador de Gran Bretaña ante la corte del sultán abandonó Constantinopla.

Después de varias vicisitudes, se embarca para Inglaterra. Su pensamiento ya es otro: «Todo lo que podré hacer en cuanto ponga pie en tierra inglesa será servir el té y preguntarles a mis señores cómo lo desean». En su espíritu anidaba lo que siempre soñó: la contemplación, la soledad, el amor, y exclamó: «Gracias a Dios que ya soy una mujer», y era a una mujer a quien amaba. Pero, hete aquí que, nada más llegar la presentaron tres demandas fundamentales durante su ausencia: » que estaba muerta y no podía poseer ningún tipo de propiedad, que era una mujer, que era un duque inglés y se había casado con una tal Rosina». Los litigios disminuyeron su riqueza principalmente por ser mujer. En todo momento sentía su belleza; ante el espejo , el deseo le desbordaba, hasta en una ocasión pudo oír las hojas agitándose con el viento y el gorjeo de los pájaros y después suspiró: Vida, un amante». Solo faltaba introducirse en la sociedad londinense, y esta tampoco le satisfizo («¿es esto a lo que la gente llama vida?). Se percata de que el siglo XVIII tampoco trajo esa luz que ansiaba como mujer («El siglo XVIII había terminado; daba comienzo el XIX», pág. 253). Lo que se decía la hundía más: » las mujeres son solo niños grandes»; están para halagarlas, para el entretenimiento. La entrevista con el señor Pope sirvió de poco; su alivio fue necesario cuando se marchó el intelectual, al contemplar «las alegres barcazas cargadas que iban remando río arriba»; los intelectuales no querían comprender y no sabían. Es el final del capítulo cuarto cuando Londres es descrito como negrura: «Cubría la ciudad una turbulenta y confusa nube. Todo era oscuridad; todo eran dudas, todo era confusión». Así estaban las relaciones humanas en un siglo en que fue bautizado como Ilustración.

Por si fuera poco, la entrada en el siglo XIX, la época victoriana tampoco se significó por el cambio que deseaba Orlando como mujer («La vida de una mujer promedio consistía en una sucesión de partos»). Cuando la mujer llegaba a los treinta tenía unos quince o dieciséis hijos. Una tarde Orlando se palpó el pecho y encontró el manuscrito de su poema «EL Roble«, «manchado de agua de mar, de sangre, de los viajes», después de tantos años. En la primera página estaba escrito el año de comienzo 1586 con su letra. Atrás quedaban trescientos años («Después de todo…. no ha cambiado nada»). Su pensamiento era transparente. Se preguntó: ahora con la reina Victoria y mucho antes con la reina Isabel, «¿pero cuál es la diferencia?». La ventana a la que se asomaba fue la testigo de su idea. Y además, el siglo XIX «le resultaba extremadamente adverso». La soledad le embarcaba, «todo el mundo tiene pareja menos yo…, estoy soltera, sin compañero, sola«. Su pareja era el páramo, la naturaleza, «soy la novia-susurró-«. A pesar de que había conocido a hombres y mujeres, no había entendido a ninguno. Un día «vio una silueta que se alzaba oscura contra el cielo del amanecer teñido de amarillo». Es entonces cuando encontró a su prometido: D. Marmaduque Bontrthrop, librepensador. Las expresiones «eres una mujer», exclamó ella; y «eres un hombre, Orlando», exclamó él, marcan un interrogante, cuál es la diferencia; quién es quién. Y así estuvieron más de dos horas hablando y del corazón de Orlando salió: «soy una mujer, una verdadera mujer, por fin», pág. 277. La afinidad entre los dos era tan evidente que prosiguieron preguntándose «(«una revelación tal que una mujer pudiera ser tan tolerante y honesta como una hombre, y que un hombre pudiera ser tan peculiar y sutil como una mujer»). La necesidad del compromiso se asentó («cómo pasaba el anillo de uno a otro»). El amor había llamado a la puerta y se había casado.

El último capítulo viene marcado por la primera guerra del siglo XX. Es el final con su libro literario The Oak tree en el que se recogen trescientos años («Allí estaba el tintero; allí estaba la pluma, allí estaba el manuscrito de su poema»). Lo que deseó siempre fue escribir poesía, qué más da que estuviera casada con un marido que siempre estaba en Cabo de Hornos, ¿ «eso era matrimonio»? Su estado de felicidad era otro, la entrega a la escritura, a que volara su pensamiento se hizo: «Escribió, escribió, escribió«. Vida y pensamiento son como dos polos opuestos. ¿Solo queda mirar por la ventana? Entonces es cuando surge la terrible pregunta, ¿qué es la vida?…, «que ¡ay!, no lo sabemos«. En ese momento, Orlando se levantó, «dejó la pluma, se acercó a la ventana y exclamó: «¡Se acabó!». Sorprendentemente se nos atestigua un signo de vida: «Es un niño precioso, mi señora». «En otras palabras, Orlando había dado a luz a un hijo sin percance alguno, el jueves 20 de marzo, a las tres en punto de la madrugada».

«Y sonó la duodécima campanada de medianoche: la duodécima campanada del jueves, once de octubre de mil novecientos veintiocho». Los años 1568 y 1928 se amoldaron. La tríada: Orlando, el hijo carnal y The Oak tree permanecerán para adentrarse en el alma de una mujer con la literatura inglesa como cabecera desde el período isabelino hasta su muerte. Eso sí, la poesía como bálsamo, como refugioQué tienen que ver las alabanzas y la fama con la poesía?).

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Woolf, V., Orlando. Madrid, Cátedra, 2024, 361 págs.

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Ensayo

El actor y la palabra. Breviario para actuar

«Este breviario para actores no es la Biblia«, advertencia del autor para los/as posibles lectores. Buen comienzo que se acepta, de lo contrario chocaría con el buen entendimiento a la hora de esparcir unas ideas que no pretenden ser el canon único; pero sí cabe la experiencia después de tantos años dedicados a esta materia. Su reflexión nos sirve para aposentarnos y después contribuir a expandir si conseguimos algo más que sumar. Al final, con toda seguridad, meditaremos qué es lo que se pretende. Su lectura nos cultivará desde muchos ángulos.

Que leamos a un filólogo y además especialista en W. Shakespeare no es fácil encontrarlo si también ha recibido el título «Oficial del Imperio Británico». La primera palabra es agradecimiento. La «emoción en la palabra» no siempre resulta fácil y debe prevalecer en el arte dramático; es cuando el escenario, entonces, se viste de hermosura. Es lo que se pretende con este «Breviario»: buscar la esencia, lo semiótico que nos eleve. Las notas, tanto teóricas como prácticas, son fundamentales; es donde el autor se encuentra al interrelacionar su sapiencia escénica después de tanto tiempo de entrega. El primer peldaño en el que debemos detenernos a propuesta de José Saiz Molina es en las dos primeras líneas del primer parlamento de la primera comedia shakesperiana en la que » le dice Valentine a Proteus: Cease to persuade, my loving Proteus. / Home- keeping youth have homely wits», pág. 14. Es la autenticidad del teatro o lo que nos lleva a la acción sea cual fuere.

La estructura de este ensayo parte de unos Preliminares (Prólogo. Una nota ahora que nos enfrentamos juntos a la quinta edición de ese breviario. Notas preliminares. Stanislavski y la palabra: un par de notas breves). Seis capítulos ( Traducción. El rumor del lenguaje. Verso. Magia en la escena. Gestualidad Los ojos, los labios, las manos. Estilo verbal. El volumen de la palabra. Técnica. Poseer y ser poseídos. Teatro. Belleza interior). Apéndice (Selección de parlamentos. Sobre la elección de parlamentos. Tabla resumen.. Selección de parlamentos). Glosario de términos teatrales). Bibliografía. Índice onomástico.

En el prólogo se vierten aspectos que un actor no debe olvidar, aun teniendo en cuenta el arte difícil que tiene entre manos para actuar. El autor recalca la tríada imprescindible: «el texto/verbo, el texto/cuerpo. el texto/gesto», pág.25. He aquí el resumen de una buena actuación en un escenario desnudo que el actor tiene que implementar. La palabra como algo sagrada-aunque el autor defiende lo contrario, o lo matiza- sin que el cuerpo o el gesto pueda sustituirla. Su final es más esclarecedor: …»la conexión del actor con el texto me parece una experiencia casi religiosa, una posesión mística», pág.28.

Las 31 notas preliminares son como faro que allanan el camino, siempre que tengas como base el texto, sea cual fuere; en él debe estar todo. El espectador espera que todo esté aunado para una buena representación y comprensión certera que es el final de lo que se pretende. La nota de Stanislavski en la que lo interior sobresale hay que tenerla siempre presente; hacerla tuya («sin dominio estilístico de lo verbal, los demás esfuerzos pueden llegar a ser inútiles». O también la nota breve: «Cada letra es una nota musical…, cada sílaba, cada palabra», pág 48. Estas notas terminan con el gran soneto de Lope de Vega. Detente, reflexiona, anímate a interpretarlo hasta el último verso: «Esto es amor: quien lo probó lo sabe». Más sencillez y perfección se nos escapa.

El rumor del lenguaje se adueña del personaje, de ahí la importancia de los que se consideran expertos a los que se deben tener en cuenta, imbuirte de ese halo que te hará ser mejor. Si no se llega a la comprensión total hay que reflexionar más o pedir ayuda que te beneficiará, pero siempre con el texto por delante. La palabra como base, como un revoloteo que debe primar en el escenario en que actúas para un público absorto en lo que pronuncias, que sabrá discernir lo semántico con el movimiento, los gestos, en un entorno propicio. El rumor es algo más que un aleteo en la representación y más cuando se necesitan unas pausas para que el silencio sea el protagonista, para que el espectador reflexione, se convierta en copartícipe de lo que observa.

Si algo nos introduce en la representación es el verso. Es la herramienta capital para conseguir la interioridad de quien está representando; es el aire que se necesita, igual que en las obras velazqueñas, que se necesita para comprender mejor los cuadros. Ese mirar detenidamente o memorizar es clave ante la complejidad que puede surgir ante la emoción versal. Es este cuadro en que está la forma de actuar hay que añadir «los ojos, los labios, las manos…» , en la que gestualidad se yergue con el texto. Las posibilidades se agrandan si estamos inmersos y hacemos nuestro con lo «interiorízate» que debe prevalecer, para que la musicalidad verbal nos visite; sin esto, difícilmente, tendrá una buena actuación, el público lo percibirá y, tal vez, al final puedan más los pies que las manos. Y cómo no destacar en este breviario «la belleza interior»; deberías «ir construyendo un mundo interior, un paraíso interior que sea mil veces más bello que el que los mortales perdemos cada día», pág. 119.

Como práctica viene un Apéndice con el que podrás desarrollar tus dotes después de haber leído y comprendido la teoría. El objetivo: «constituir un espacio escénico adecuado para poder trabajar todas y cada una de las propuestas». Se han seleccionado una serie de parlamentos extraídos de obras significativas de Shakespeare en bilingüe. Pueden ayudarnos el «glosario de términos teatrales» y, sin duda un » Índice onomástico».

Conejero-Tomás, M. Á, El actor y la palabra. Madrid, Cátedra, 2024, 217 págs.

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