Personales

Con el silencio de por medio

Cual abanico que se abre y cierra en primavera-verano no supiste o quizá no pudiste abrir tu corazón-; ante tanta espera, decidí apartarme, o ¿fue de ambos? No hay certezas ante lo existencial; la vida transcurría y la felicidad es lo primordial y más en mí que siempre elegí el momento para ser feliz. Además nunca hallé en ti ese espíritu sentimental-esa gracia que dan los cielos- del que yo estaba hecho. La naturaleza es así y otorga dones diferentes a las personas, pero hay dos que son necesarias: sentimiento y libertad; sin estas, las personas están cual barquilla a la deriva.

Pensé que lo mejor sería recordar el dístico juanramoniano: «No le toques ya más, / así es la rosa». Con expresión anglosajona, dado tu excelente inglés: » whatever you do» or «wherever you go», sé feliz, sé tú.

Somos peregrinos hacia esa eternidad desconocida; nos afanamos por ser diferentes, por perpetuarnos de una vida que no nos pertenece porque cada día vamos muriendo sin que nos percatemos. Cuando el alma no se viste de fiesta, de hermosura, se pierde algo esencial de las personas, así estamos hechos, entonces es cuando se añora el camino para buscarse aunque quede un recuerdo, un pensamiento salvífico en el vesperal silencio. Esta palabra no entorpece, tampoco ensancha, pero sí permanece.

El adjetivo con que me respondiste todavía revolotea perenne: «fenomenal». Todos pendientes con la mirada inquisidora, escrutadora, se palpaba algo nuevo. Fue el primer encuentro frente a frente, sentados, con nuestro mirar intenso. No importa que no lo recuerdes; pero mi mente se ensancha ante aquella imagen y el lugar pervive. Otra espiga más fuerte-esta seguro que la recuerdas- cuando desde la lejanía y supongo necesidad escribiste: «quiero verte». Fue el momento fructífero de la canción inglesa «Right here waiting for you»; la escuché tres o cuatro veces. Dos meses después, el encuentro. No supe, quizá, entender el mensaje, y solo quedó en una alegría enorme.

En la hora violeta no olvidaré tu nombre, bien en la alborada o crepúsculo; es un canto sin sombra; ya es tarde, la luz se desvaneció y tú dejaste de ser tú al escribir «no puedo estar en todo«. Fue un mazazo inesperado, sorpresivo. Distante presencia sin que naufrague la memoria; es el tiempo que asalta ante la desnudez verbal en medio de una niebla sin fin, a la búsqueda del faro soñoliento.

El viaje hay que comenzarlo, incluso surcarlo por si se halla una sonrisa pasajera, pero enhiesta con la palabra exacta. Es tu mirar el que abraza la existencia. Nos falta un mes de primaveral florido que acorrale las miradas del último encanto con el recuerdo bröntiano «friendship like the holy tree». Del tuyo no diré nunca palabra cual finisterrae. Yo seré para siempre, y tú, ¿ quién sabe? El tiempo dictará. La presencia es más que la ensoñación pero esta no claudicará. Lo mejor es seguir el camino del corazón antes que lo imaginado que no es otro que el espejo del alma.

Si el encuentro llegara sin aviso, el corazón dará un vuelco, el repique de un acontecimiento, la dicha sonora incluso en una noche lluviosa como preludio ilusionante aunque fuera con un furtivo mirar a la espera de una florida sonrisa cargada de primavera con aleteo de golondrinas en la rama de los árboles. Ese día será luminoso; poco importa tu ausencia, fría de emoción, con temblor de alma; cuando salga el sol será el mañana de gloria con rosas en tu pecho y un aroma de azahar. No importa que no lo leas. el recuerdo es más fuerte, a veces, que la dicha por eso queda prendido en la memoria en estas páginas que serán leídas en todo el mundo. Y con eso es bastante, más que la espera.


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La poesía de los siglos XVI y XVII

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La poesía como el aire que respiramos es inherente a las personas, sin ella nos falta algo, estamos como cojitrancos. De ahí mi alegría con la editorial Cátedra por reverdecerla en años gloriosos de la poesía castellana, fundamentales para ventearla hoy.

«La lírica áurea«, apelativo con que se denomina este período, nos engendra rectitud, belleza, verdad, libertad; sin ellas hay un vacío demasiado profundo para el ser humano. El «todo pasa y todo queda» machadiano se hace realidad en esta poesía gloriosa; el adjetivo más poderoso que acorrala lo poético. El libro que se publica es como una Biblia poética castellana de dos siglos esplendorosos para tenerla a mano y enfrascarse en su poesía.

El editor nos muestra en la introducción las causas por las que este ensayo-antología se necesitaba sin desmerecer el resto de los publicados ciñéndose a los cinco más destacados (Elías L. Rivers, José Manuel Blecua, Torres Nebreda, Pablo Jauralde Pou, Juan Montero). Con palabras certeras escribe: «La reflexión aquí sintetizada está en la base de una selección que asume la realidad de un canon en disolución, la transformación del modelo educativo y, en última instancia, el trecho que separa, en siglos y sensibilidad la producción poética en tiempos de los Austrias y el presente del lector…», pág. 16. A «estas consideraciones previas» se añaden en lo que se podía llamar estructura, Estudio preliminar, Una periodización interna (1511-1554: Del Cancionero general al Cancionero de obras nuevas. 1554-1585: El asentamiento de una poética.1586-1613: El comienzo del arte nuevo,1613-1630: La batalla en torno a Góngora. 1630-1648: La cumbre del Parnaso español. 1648-1695: Agudeza y arte de ingenio.), y los apartados Esta edición, Bibliografía, Poesía de los siglos XVI y XVII, Índices. Se pretende, en fin, «ser en su conjunto, un repertorio de elementos mínimos, de carácter germinal, para asentar la autonomía de la lectura sin negar las posibilidades del diálogo».

Los límites de este período único en muchos aspectos siempre traerá controversia. Las referencias que se aportan en esta introducción son más que suficientes para elegir un marbete que abarque todo; se propusieron varios, pero ninguno satisface plenamente. Lo conceptual siempre entraña dificultad si va acompañado, de ahí que se propongan ciertas estimaciones en estos dos siglos al existir diversas voces, no solo en lo político-social, también en lo lingüístico, por las pugnas ideológicas. Al final son los/as lectores los que deben discernir y acercarse con sus palabras lo que pudo ser; las 120 páginas introductorias son claves para la elección. Sé libre. Sin olvidar que en lo inicial los versos-armas tomaron todo su largor, aunque ideológicamente existía un trecho amplio. Las justas y los certámenes poéticos se hermanaron. Y, claro, con la Gramática castellana, la lengua como compañera del imperio, o la advertencia de Hernández de Acuña al emperador («un monarca, un gobierno y una espada»), pág. 25.

La corriente poética castellana se decanta por la llaneza, la sencillez para que llegara a más gente y se comprendiera, sin que no se dejara de cultivar la culta, más perfecta, pero más difícil para que llegara al entendimiento pleno. Y en todo esto el fervor con que se vivía una concepción individual pero abrazada a lo genuino, a lo nacional; el espíritu Nebrija se fue extendiendo y al final cupieron todas las tendencias. De ahí que el puente fuera lo normativo para aunar toda la significación poética de estos dos siglos.

Las dos poéticas en el período inicial como son las de Boscán y Garcilaso sostuvieron actitudes diferentes, así como los temas, tal vez por las circunstancias propias. Dos poéticas que contribuyeron a la riqueza poética y dar paso a un asentamiento, a un modelo lítico que llevaría al «arte nuevo», ya con voces muy diferentes con nombres que llenarán un período: Lope de Vega, Góngora y Quevedo como muestras estelares y tan dispares. Y por si faltaba algo, en medio Cervantes, En su viaje del Parnaso se columpia para criticar tantas formas entre «tanta poetambre».

Los poetas seleccionados viene acompañados por un breve resumen biográfico y una selección bibliográfica. Al final de los poemas escogidos vienen comentarios de textos de cada uno, lo cual es de agradecer ante las dudas que puedan presentarse para una comprensión más certera. La glosa es muy acertada.

Sin duda, el poeta estelar es Lope de Vega al que se le dedica 60 páginas en las que podemos leer dieciséis poemas entre los cuales está el extenso poema «A Claudio». El poeta del cielo y de la tierra al que se veneraba; de ahí que un poeta como José Hierro le denominara «divino». De boca en boca se venteaba «Creo en Lope de Vega todo poderoso, poeta del cielo y la tierra…». La Inquisición estuvo atenta y lo cortó. El pueblo lo admiraba; al final deja nítido su pensamiento al escribir que hubiera preferido hacer una virtud más.

Su vida y verso se hermanaron; nos legó todo lo humanístico que pueda caber en las relaciones. Sus amores, amoríos, libelos, quedaron para siempre en alta estima. El ciclo «Filis» con un nombre que no olvidará: Elena, siempre en su corazón. El ciclo «Belisa», más exiguo pero en el que sobresale el majestuoso poema » A Claudio» («Claudio, si quieres divertir un poco / de tanta ocupación el pensamiento /, oye sin instrumento / las ideas de un loco / que a la cobarde luz de tanto abismo / intenta desatarse de sí mismo»). Después, el ciclo más intenso, vigoroso, cuando conoce a la actriz Micaela de Luján con la que tuvo cinco hijos, su «Lucinda»; en el bachillerato aprendimos los versos que han quedado en nuestra memoria para la posterioridad: «Y si tienes Lucinda mi deseo hállame la vejez entre tus brazos y pasaremos juntos el Leteo». Es la cumbre amorosa.

No podemos olvidar su recogimiento espiritual y su entrada en el sacerdocio, muerta ya Micaela en 1614. Su arrebato pasional le visitó-ya se había consagrado sacerdote- cuando conoció a Marta de Nevares. Fue una tormenta amorosa que luego el poeta dejaría su muestra en su poesía en los que se conoce como ciclo «Amarilis». El ciclo denominado «de senectute» en el que se recoge un final de reflexión, pensemos en La Dorotea, Laurel de Apolo, Rimas de de Burguillos. Y cómo no-hay que anotarlo- fue nombrado doctor en teología y caballero de la Orden de Malta. Si la poesía arropó con claridad su pensamiento, no fue menos en teatro; incluso Cervantes lo describe nítidamente; «Entró luego el monstruo de la naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía cómica; avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes».

Ahora solo cabe leer la poesía, toda ella fundida en la existencia; lo divino y humano se aúnan; no hay que tocarla más, solo asimilarla; no te arrepentirás y sentirás un anhelo purificador.

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Poesía de los siglos XVI y XVII. Madrid, Cátedra, 2023, 1057 págs.


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