Pérez Galdós

¡Ingrata, ingrata, ingrata!

Todavía, después de tanto tiempo, resuenan en mi mente el triple adjetivo pronunciado por Nina en la novela Misericordia. Cada día observo a personas que extienden la mano y piden «misericordia»; si a finales de siglo XIX este hecho lo podíamos considerar como un fracaso de la Restauración española, hoy, ¿cómo lo podíamos llamar?

La novela de la que he extraído el título de estas reflexiones se publicó en 1897 y  está encuadrada en lo que se denomina el cuarto estrato narrativo, del más grande escritor-según parte de la crítica-, después de Miguel de Cervantes: Benito Pérez Galdós. Este período narrativo está configurado por la progresiva interiorización individual de los personajes, evocada desde la realidad, por lo que se rebela contra el destino y exalta la voluntad de vivir, no exenta de espiritualismo; es más, se agarra al mismo, exactamente como en Nazarín y Halma. Pero esto no quiere decir que rompa con el realismo, sino que es un  estudio nuevo de la realidad examinada artísticamente. Este axioma llevará a Galdós a adentrarse en el sueño de la realidad con Casandra (1905), El caballero encantado (1909), La razón de la sinrazón (1915).

Sin duda, estamos ante una novela en la que el autor es consciente de tanta ingratitud, hipocresía, miseria, insensibilidad y desamor como había en la España de finales del siglo XIX; por eso, crea un personaje que aglutina toda una forma de proceder. Basándose en el texto sagrado recurre a nombrarla “Benigna” (“Benigna es tu misericordia”) o más, cariñosamente, Nina. La voluntad, la entereza de este personaje nos hace ser partícipe de su manera de proceder. Ella sola rompe con las ataduras que impiden a las personas realizarse porque sabe que eso las dignifica. Busca, indaga la verdad, el bien de los demás; el resto de personajes se entretejen en el mismo espacio y todos luchan por la defensa de sus vidas. Se agarran a ella, como si se les escapara porque saben que están desprotegidos, que la vida les margina. El mañana no existe, se entregan a la oscura realidad, porque saben que sólo les asiste la esperanza envuelta, ahora, en la caridad. Pero, Galdós deja muy nítido que ésta es una obligación porque no existe justicia, por lo que una vez terminada la novela los lectores nos percatamos de su falta, de ahí la necesidad de exigirla en una sociedad tan desatenta.

¿Qué se propuso, el autor, con esta nueva novela? Como él mismo apunta “descender a las capas ínfimas de la sociedad matritense”. Es el Madrid de las tabernas, de la miseria, del hambre, de la incultura. Es el abigarrado mundo en el que sobresalen unos mendigos que luchan por la supervivencia. Pérez Galdós escudriñó los ámbitos más sórdidos de los barrios del sur de la capital. El método seguido por el novelista no fue otro que el ser cronista de su presente.

En los cuarenta capítulos y un final se nos muestra un Madrid finisecular lleno de mendigos, que exigen “misericordia”. La mendicidad descrita por Galdós es un hecho demasiado importante en la sociedad madrileña para que pase desapercibida. Desgraciadamente, la miseria que observa Galdós sólo es contrarestada por la caridad cristiana siguiendo el espíritu paulino; o, también, por el lema vicenciano «Evangelizare pauperibus misit me»; aunque, su máxima primera fue: «primero pan y después doctrina».

La novela galdosiana, con afán de conocimiento, nos descubre lo más recóndito del ser humano, la huella imborrable de unos espíritus carcomidos por el ansia de la suma pobreza, seres que pululan sin esperanza, sin rumbo, pero poseídos de la característica primordial de ser persona.

¿Cómo es posible asistir ante tanta ingratitud, ante tanta miseria?, ¿es el sino de las personas? Galdós consciente de la sociedad finisecular baja a los fondos últimos de la vida para buscar la verdad, para indagar los porqués de tantas sinrazones. La tragedia que rodea a ciertos seres es su tragedia, es su sufrimiento; pero, también es la nuestra, y no podemos huir mientras algunos seres se hallen disminuidos de lo más necesario.

Sin duda, el autor interviene como narrador en el relato, casi siempre para dirigirse al lector, para advertirle, aspecto éste que se denomina “actitud omnisciente”.

Finalmente, ¿tiene actualidad la novela? Sin duda. Necesitamos “muchas Ninas” ante tanto desamor, hipocresía, engaño, calumnia, explotación, y sobre todo, INGRATITUD. El mensaje galdosiano en boca de Nina es nítido: “Soñemos todo lo que nos dé la gana, soñando, un suponer, traeremos acá la justicia”.

La valoración personal se ensancha con el espíritu que debe anidar en un mundo materialista; la fuerza y el significado de los personajes de la novela nos sorprenden por la riqueza idealista que late en la obra ante anta miseria; la evasión y la entrega a los demás son maneras de escapar ante tanta sinrazón, y sólo si el triunfo va lleno de solidaridad humana tiene sentido.

Por eso, Nina representa el amor, la libertad, la bondad, la entrega a los demás. ¡Cómo no iba a rechazar Benina su entrada en la “Misericordia”! Exigía justicia, exactamente lo mismo que Galdós. La dicotomía caridad-justicia está presente en toda la obra. Se necesita, como el cielo y la tierra, como lo material y lo espiritual.

Vayan estas líneas como homenaje a tantas «Ninas» como seguramente habrá en la sociedad; pero, ¿no es un fracaso del existencialismo humano? La triple adjetivación del título es como un aldabonazo en nuestras conciencias.

Addenda. El título está extraído del final del capítulo 38, y es la respuesta de Nina a doña Francisca, que cuando no tenía qué llevarse a la boca, Nina iba a pedir a la puerta de la iglesia de san Sebastián de Madrid para que ella pudiera comer.

Extraigo: Bajó de prisa los gastados escalones, ansiosa de verse pronto en la calle. Cuando llegó junto al ciego, que en lugar próximo la esperaba, la pena inmensa que oprimia el corazón de la pobre anciana reventó en un llorar ardiente, angustioso, y, golpeándose la frente con el puño cerrado, exclamó:

-¡Ingrata, ingrata, ingrata!

-No yorar ti, amri-le dijo el ciego cariñoso, con habla sollozante-. Señora tuya mala ser, tú ángela

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