Teatro

El teatro de 1939 hasta los años setenta

Como el resto de géneros literarios,  el teatro está marcado por las consecuencias de la guerra de 1936. Ésta cortó todo atisbo cultural y el teatro no iba  ser menos.Es más, la cultura se convirtió en un acto de provocación. La lucha entre los españoles supuso un hachazo en la producción literaria española y, naturalmente, también en el teatro. La situación de España en el campo artístico, al principio, fue desoladora. Desde su terminación  hasta 1949, prácticamente no existe una obra teatral de calidad, y menos que sea crítica con el entorno. Durante este período se representaron melodramas que hacían reír a un público asustado todavía  por el acontecimiento fratricida.Sin embargo, hubo dramaturgos que prosiguieron escribiendo y representando sus obras como si no hubiera ocurrido nada; es evidente que son los vencedores de la guerra; querían que las gentes pasaran página, aunque políticamente, siempre estuviera presente.

En la década de los cuarenta triunfó un teatro de evasión, de huida de la realidad, y el que más sobresalió fue el “torradismo”; es decir el estrenado por José Torrado; fue el amo de los escenarios madrileños. Podíamos denominar al teatro de los años cuarenta como de entretenimiento . En estos años estrena, también, el dramaturgo José María Pemán; nos guste o no, fue uno de los más representados. Destaquemos Yo no he venido a traer la paz (1943), El testamento de la mariposa (1941) entre otras. Al lado del teatro español también sube a los escenarios el teatro extranjero, pero son aquellas obras que llevan la vitola de comedias de evasión, pero bien escritas, con un diálogo atrayente, que hacían las delicias del público.

Pero existe una fecha y un nombre que avala la raíz del teatro posterior; nos estamos refiriendo al año 1949 en que se estrenó Historia de una escalera, y a Antonio Buero Vallejo. Se ha dicho, y quizá con razón, que el teatro de posguerra comienza con Buero Vallejo, no ya por las innovaciones formales de su dramaturgia, sino  por el contenido de sus dramas. Pero Antonio Buero Vallejo no está solo en las «tablas» españolas. Hay otros nombres y otros temas, y a ellos nos vamos a referir.

Buero Vallejo, juntamente con Alfonso Sastre, representa  lo que se ha llamado “teatro de compromiso, o de denuncia”. El teatro de Buero Vallejo tiene como común denominador la libertad del hombre ante la existencia, que desarrolla en el tema de España-permanente en su dramaturgia-, en la caracterización humana, en los hechos sociales, políticos, económicos, en la dicotomía actividad-pasividad de los personajes, y en el carácter simbólico de las taras físicas como la sordera o la ceguera. Su primera obra caracterizó todo su teatro, aunque el drama En la ardiente oscuridad (1950), en opinión del crítico R. Doménech,  fue el “motor de toda su dramaturgia”. Mucho tiempo después, el dramaturgo declaró en una entrevista en el año 1995 que en esta obra está “el embrión de todo mi teatro posterior”. En realidad todas sus obras fueron bien acogidas por el público; recordemos Hoy es fiesta (1956) Un soñador para el pueblo (1956), Las Meninas(1960), El concierto de san Ovideo (1962), El tragaluz (1962),  La Fundación (1974), La detonación (1977), etc. La única obra que no pudo estrenarse en la dictadura fue La doble historia del doctor Valmy  (1968). Hubo que esperar hasta el año 1976. (Una visión más amplia se puede leer en mi libro Perspectivas actuales del teatro español).

En esta dinámica del teatro entendido como denuncia, protesta y compromiso ocupa un lugar destacado Alfonso. Sastre. Su obra Escuadra hacia la muerte (1953) supuso un revulsivo en su dramaturgia. Aunque según la crítica su teatro sea abstracto y demasiado riguroso en la esquematización de temas y personajes, a él le debemos un teatro sin máscaras  y directo. Este desprende compromiso y plantea conflictos de grandeza universal como son la libertad, la justicia, la discriminación social. El lector no puede permanecer impasible ante este teatro. Las obras La Mordaza  (1954), El pan de todos (1957),  La cornada (1960), El cubo de la basura (1951), Muerte en el barrio (1955),  La sangre de Dios (1955), El pan de todos (1957), En la red (1961), Oficio de tinieblas (1962), La taberna fantástica (1968), Asktasuna (1971), Izaskun (1979) no pueden pasar desapercibidas. Es un teatro vivo, cercano a las personas.

También se representó un teatro llamado  “humorístico” en el que sobresalieron Jardiel Poncela, por ejemplo Eloísa está debajo de un almendro (1940), Los habitantes de la casa deshabitada (1940), Los ladrones somos gente honrada (1941). Su teatro no siempre fue entendido. Según el crítico José Monleón, “tenía algo de desafío a las exigencias de la nueva época, lo que fue generando un curioso y muy significativo enfrentamiento entre el autor y el público”. Aunque Jardiel Poncela se burló de sí mismo, en el fondo había siempre un deje de amargura. Torrente Ballester, admirador de su teatro, nos dijo que murió “de susto” ante los pateos con que eran recibidas sus obras. Hoy, su teatro se valora.  Alfonso Paso, con La boda de la chica, por nombrar una de las más exitosas. La obra más significativa de M. Mihura es Tres sombreros de copa, aunque parte de la crítica también la ha incluido dentro del teatro del absurdo. Detrás de este teatro está la frustración humana en la que hallamos dos mundos: uno ridículo, y otro hemoso.

Tampoco podía faltar la figura de Calvo Sotelo con la obra La Muralla (1954) que batió los récords de representación, y en opinión del crítico A. Marqueríe, “Calvo Sotelo fustigó a los católicos acomodaticios, a los egoístas, a los arribistas”. O el teatro de ensueño, de imaginación, de misterio, de fantasía, de Alejandro Casona con obras como  La barca sin pescador (1944), La casa de los siete balcones (1957), El caballero de las espuelas de oro (1964).

 Otros autores que contribuyeron a extender el teatro fueron: Claudio de la Torre, López Rubio (su mejor obra, Celos del aire, 1950), Luca de Tena, E. Neville, Ruiz Iriarte. Es el teatro de la felicidad o como lo ha denominado el crítico Ruiz Ramón “continuidad sin ruptura”; incluso ha llegado a definirse de alta comedia, como recuerdo del teatro benaventino.

En la década de los sesenta surge la denominada “Generación realista”; está conformada por R. Méndez, Los inocentes de la Moncloa (1960); R. Buded, La madriguera (1959); L. Olmo, La camisa (1962); Martín Recuerda, Las arrecogías del beaterio de santa María egipcíaca (1970), Las salvajes en Puente san Gil (1963) y C. Muñiz, El tintero (1960)). Estos prosiguen la senda de A. Sastre y Buero Vallejo; es decir, el teatro de denuncia y compromiso. Están en la vertiente del teatro social europeo que pueden emparentarse con los “angry young men”, pero más comprometidos con el entorno.

Antonio Gala comienza con un teatro distinto, pero de éxito; su primera obra Los verdes campos del Edén (1963), tuvo una buena acogida; pero su aureola la consiguió en los años setenta con Los buenos días perdidos, y posteriormente con Petra ragalada entre otras.

Otras voces que se consagrarán en este período fueron: F. Arrabal, con su teatro de exilio y de ceremonia ( El triciclo 1957), teatro pánico (La primera comunión, 1958), teatro del yo y el mundo (El arquitecto y el Emperador de Asiria, 1977; El cementerio de automóviles, 1978); Oye, patria, mi aflicción,1978, la demás éxito en España); Alonso de Santos con Viva el duque nuestro dueño (1975), Fco. Nieva con Tórtolas, crepúsculo. y telón (1971),  Rubial con  Currículum vitae (1971), Martínez Ballesteros con Farsas contemporáneas (1969), Domingo Miras con De san Pascual a san Gil, (1974); M. Manuela Reina con La libertad esclava, (1983), J. M. Bellido con Escorpión, (1961); Martínez Mediero con El convidado, 1969; Las planchadoras, 1978, etc.

Si no mencionáramos a los grupos teatrales, o el llamado teatro independiente, no estaría completa esta radiografía dramática. Comenzó en la década de los sesenta, aunque estuvo a caballo entre la crisis de identidad y su supervivencia; contribuyeron de manera eficiente a levantar con precariedad de medios otra forma de contemplar la dramaturgia; en un primer momento se inclinaron por un teatro de espectáculo, veteado de  vanguardismo experimental, que tuvo como referente a figuras consagradas como Ionesco, Artaud, Beckett, Brecht. Quizá lo negativo estuvo en que dieron preeminencia al espectáculo y dejaron a un lado el texto literario. Entre estos grupos destaquemos T.E.I.,  T.E.U., Teatro universitario de Murcia, Los Goliardos, La Cuadra, La Fura del Baus, Tábano, Els Joglars, Teatro Fronterizo (se funda en 1977 con la dirección de Sanchis Sinisterra), etc. A partir de 1973, la gran mayoría de grupos optaron por profesionalizarse.

De todos los grupos teatrales que han recibido el adjetivo de independiente por el carácter transgresor que acarrean sus representaciones en los últimos cincuenta años, destaca Els Joglars. Público y crítica estuvieron de acuerdo en la fuerza dramática de sus representaciones. Nombre y éxito se hermanan en este grupo. Sin embargo, su director Albert Boadella declara que si bien no se considera injustamente tratado, cree que “no ha tenido la consideración exacta sobre lo que ha hecho”.  Se define como “un titiritero sin patria ni dios que complica la buena marcha de la sociedad”. Aunque el grupo se crea en el año 1961-A. Boadella, Antoni Font y Carlota Soldevila son los fundadores-, es a partir de la década de los setenta cuando su nombre adquiere difusión. En un primer momento, se dedican a espectáculos de mimo.

En el año 1967 se hace cargo de la dirección A. Boadella, y es a partir de este momento cuando el grupo cambia el rumbo. Albert Boadella concibe el teatro como un espejo mágico en el que impone su impronta estética personal. Sus éxitos son notorios en España y fuera. El sonido, el movimiento y la palabra, probablemente por este orden, son las señas del grupo.

Para la posteridad, el teatro de Els Joglars ha quedado como el arte que alcanza lo máximo con el mínimo de recursos. De ahí que su autor arremeta contra las inversiones millonarias en la dramaturgia, ya que más que verdadero teatro parece más bien un “parque temático”. Y remacha: “Los mejores creadores de este siglo han demostrado que el teatro se hace en un espacio vacío, unos buenos autores y un buen concepto dramático”. De esta forma, el teatro representado por el grupo ha sido altamente rentable.

 Y, últimamente, cuando el invierno de su dramaturgia consigue la suma perfección y se le puede denominar con el término “clásico”, A. Boadella manifiesta que “el sarcasmo es nuestra seña de identidad”, o que su posteridad “está en las obras y durará casi como un Miró, muy poco”. Recordemos obras como El Joc (1968), La Torna (1977), M-7 Catalonia (1978) Olympic man movemant (1982), Teledeum (1983), Obú President (1995), El Nacional (1993).

 

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